La búsqueda se había prolongado hasta la madrugada, era frustrante, hasta ahora no encontraban respuesta alguna; Francesco, al ver a sus hombres alineados, dio un paso adelante. La tensión en su cuerpo era palpable, mostraba una agresividad que no había mostrado jamás; cada uno de sus músculos tensados reflejaba la ira que hervía en su interior. El sonido de su voz, baja, pero peligrosa, cortó el aire.En las calles de Calabria, la gente sabía cuándo era el momento de mantener la boca cerrada y desaparecer.— Es evidente que muchos saben más de lo que admiten, presionen más, hagan que conozcan el terror de primera mano. Me han quitado lo que más amo. Arranquen de sus manos lo que ellos más aman, no me importan las consecuencias. ¡Querían al malo, pues, ahora lo tendrán! —dijo, su tono frío y feroz, como el filo de un cuchillo recién afilado.El eco de sus palabras resonó en las calles vacías. La furia era evidente, pero había algo más: la sensación de que había cruzado un punto sin re
Francesco y sus hombres se dirigían al puerto. Al mismo tiempo, Isabella se encontraba en un apartado lugar. El dolor se esparcía por cada rincón de su cuerpo como llamas abrasadoras. Sentía el sabor metálico de la sangre en su boca, su labio partido palpitaba con intensidad y su mejilla ardía por el último golpe recibido. Atada a una silla de madera en medio de un lúgubre depósito, la luz de una única bombilla colgante oscilaba sobre ella, proyectando sombras grotescas en las paredes mohosas.Frente a ella, con una sonrisa retorcida, Roger la observaba como un depredador que acaba de atrapar a su presa. Sus ojos oscuros destellaban con una satisfacción macabra mientras se paseaba con tranquilidad entre sus dos secuaces, hombres de rostros marcados por cicatrices y vidas llenas de crimen. A su derecha, Víctor, de complexión robusta, con una cicatriz serpenteando por su mejilla, y a su izquierda, Reinaldo, delgado, con unos ojos fríos y vacíos que parecían no tener alma.—Finalmente...
El ruido de los autos en la entrada de la mansión alertó a los presentes que continuaban en la sala esperando noticias. Francesco entró a la mansión con pasos firmes y una mirada que parecía tallada en piedra. El cansancio pesaba en sus hombros, pero la rabia lo mantenía de pie. Apenas cruzó la entrada, el abuelo, Leonardo, Charly y Alessa se acercaron de inmediato, sus rostros tensos por la incertidumbre.— ¿Alguna novedad? —preguntó Leonardo, su voz grave.Francesco suspiró y pasó una mano por su rostro, sintiendo la rugosidad de la barba incipiente. Su mandíbula se tensó antes de responder.—He estado toda la noche rastreando a esos hijos de puta, pero se mueven rápido. Encontramos el lugar donde la tuvieron, pero ya no estaba cuando llegamos. En ese maldito depósito dejaron esto. —Arrojó la fotografía sobre la mesa. La imagen de Isabella golpeada y atada hizo que los músculos de Charly se tensaran y que Alessa soltara un leve jadeo.—Malditos… —murmuró Charly, cerrando los puños.
Horas más tarde, estaban en Capistrano, el aire estaba cargado de tensión, de muerte inminente. Francesco, desde el auto, observaba la entrada al pueblo. La guerra estaba a punto de comenzar, sin más testigos que los presentes y el pueblo fantasma de Nicastrello que yacía olvidado entre las colinas de Capistrano. Sus ruinas erosionadas por el tiempo emergían entre la maleza como esqueletos de un pasado enterrado. Piedras desgastadas, techos derruidos y ventanas sin cristales formaban un laberinto de estructuras desmoronadas, donde el eco del viento se filtraba por los muros carcomidos.El aire golpeaba con el aroma de la tierra húmeda y musgo viejo, impregnando cada rincón con un silencio inquietante, solo interrumpido por el crujido de madera podrida o el aleteo de algún cuervo solitario. Los caminos de piedra, cubiertos de maleza, y entre las grietas del suelo, arbustos, brotaron reclamando lo que una vez fue una aldea vibrante.En el corazón del pueblo, una casona en ruinas se elev
El silencio en las ruinas de Nicastrello fue interrumpido por el leve silbido de un cuchillo atravesando la oscuridad. El hombre en el balcón apenas tuvo tiempo de llevarse una mano a la garganta antes de desplomarse sin un sonido. En el techo, su compañero cayó segundos después, una bala bien colocada entre ceja y ceja.—Parte alta asegurada —susurró Michelangelo a través del comunicador.Francesco asintió en la penumbra, el frío de la noche se mezclaba con el calor de la adrenalina en su piel. Ya no había vuelta atrás. Levantó una mano y señaló hacia la entrada. Carter, Charly y Arthur avanzaron como sombras entre los escombros, eliminando a los últimos guardias externos con disparos precisos. Los cuerpos cayeron sin emitir más que un leve susurro sobre la gravilla mojada. La entrada de la casona quedó libre.—Vamos —ordenó Francesco con voz firme, notando la tensión en sus propios músculos.Con una patada violenta, la puerta principal se abrió de golpe, golpeando la pared con un ec
El rugido de los motores anunció la llegada de los autos a la Mansión Rossi. Las luces de los faros iluminaron la fachada con destellos intermitentes mientras los autos se detenían bruscamente frente a la entrada principal. Antes de que alguien pudiera reaccionar, Francesco emergió del vehículo, con Isabella.Las puertas de la Mansión Rossi se abrieron de golpe, dejando entrar a Francesco con Isabella en brazos. Su camisa estaba manchada de sangre seca y pólvora, pero no le importaba. Su única prioridad era la mujer entre sus brazos, cuyo cuerpo temblaba a pesar de la calidez del hogar.El abuelo Marcos, quien estaba en la sala junto a Alessa, Anita y Vicenzo. Se puso de pie al instante, su expresión endureciéndose al ver el estado de Isabella. Chiara, que regresaba en ese instante de dejar al pequeño Marcos con la niñera, se llevó ambas manos a la boca, sus ojos llenos de lágrimas mientras corría hacia Isabella.— ¡Dios mío! —sollozó Chiara al ver su estado.—Estoy bien —murmuró Isab
La luz del amanecer se filtró suavemente por las cortinas de la habitación, iluminando el rostro sereno de Isabella mientras dormía. Francesco despertó, notando que Isabella ya no estaba a su lado. Se incorporó lentamente, mirando hacia el baño, donde escuchó el sonido del agua corriendo. Unos minutos después, Isabella salió, envuelta en una bata, con el cabello húmedo y peinado con elegancia. Aunque aún se notaba la fatiga en sus ojos, su postura era firme, como si estuviera decidida a enfrentar el nuevo día.—Buenos días —murmuró Francesco, levantándose de la cama y acercándose a ella.—Buenos días —respondió Isabella con una sonrisa leve, pero sincera.Francesco la besó suavemente en la frente antes de dirigirse al baño para ducharse y prepararse para el día. Mientras se vestía, Isabella tomó al pequeño Marcos en sus brazos, susurrándole palabras dulces antes de entregarlo a Sofía, la niñera, para que lo alimentara.Francesco e Isabella bajaron al comedor, encontrando a la familia
El motor del auto de Alessa ronroneaba suavemente mientras recorría la carretera hacia la constructora. Sus manos se aferraban al volante con fuerza, los nudillos blanqueando por la presión. En el asiento del copiloto, su bolso yacía abierto, dejando ver una foto en la pantalla de su celular de ella y Leonardo en la casa de campo, sonriendo como si no hubiera mañana. La miró por un instante, sintiendo un nudo en la garganta.— ¿En qué momento todo se fue al infierno? —murmuró para sí misma, apartando la mirada de la foto.Mientras tanto, Leonardo conducía su propio auto, golpeando el volante con frustración. La música a todo volumen no lograba ahogar sus pensamientos. Recordaba la mirada de Alessa cuando Salvatore la había llevado al hotel, la forma en que él la había visto sonreír en su compañía. Un dolor agudo le atravesó el pecho.—Maldita sea, Leo, ¿por qué no puedes simplemente hablar con ella? —se reprochó, apagando la música de golpe.Alessa llegó primero. El sonido de sus taco