El sonido distante del agua cayendo finalmente la sacó de su letargo. Un dolor pulsante entre sus piernas la hizo fruncir el ceño, incómoda. Con la vista, aún nublada por el sueño, dirigió su mirada hacia la ventana. Las cortinas se mecían suavemente al compás de la brisa matutina que apenas se filtraba por la habitación. Al incorporarse, notó el espacio vacío a su lado, lo que la hizo estremecerse ligeramente. Se envolvió en la sábana, su mente aún adormecida, y dejó vagar su mirada hacia el baño. La sorpresa se dibujó en su rostro al percatarse de que Edward había utilizado la ducha de la misma habitación. Se removió de su lugar hasta que se sentó en la orilla de la cama, se puso de pie tirando al mismo tiempo el resto de la sábana para envolver su cuerpo desnudo, caminó hasta el baño para confirmar que realmente es
Grace pasó su mano por el espejo empañado por el vapor de la ducha, se notó y, se sintió diferente, pero su cabeza, aún seguía con aquella tormenta de sensaciones, así como pensamientos y ninguno llegaba a tierra firme.Brincó en su lugar cuando vio en el reflejo a Edward detrás de ella, se inclinó para besar la curva de su cuello. Grace cerró sus ojos y disfrutó todo aquello que le hacía sentir, la forma en que la tocó, la estremeció y él sabía cómo reaccionaba su cuerpo a él, eso era algo que le hacía sentir poder. Las manos de Edward pasaron a sus pechos y los acarició, haciendo que ella gimiera. Pero él se detuvo, tenían la comida en casa de sus padres y a estas alturas, no sería impuntual, era una que siempre estaba arraigada en él. Se separó de su piel un par de centímetros, miró hacia el espejo y contempló en silencio aquel reflejo de una hermosa mujer que se había entregado a él por primera vez. Era su lienzo en blanco. Solo de él.Y de nadie más. El solo pensar que otras mano
Lorenza extendió el vestido sobre la cama antigua de Edward, Grace se sorprendió por la belleza, era de tirantes, un escote recto, y la tela era ligera, los colores dorados se mezclaban con los turquesas.―Es hermoso. ―Lorenza sonrió al escuchar lo obvio para ella.―Póntelo. Tienes que lucir elegante en tu fiesta de compromiso. ―Grace levantó la mirada del vestido para mirar a Lorenza.―No sabía que hoy…―balbuceó, no le había dicho nada Edward, de haberlo sabido, hubiera elegido un vestido acorde al momento. ―Gracias. ―dijo regresando la mirada a la mujer al otro lado de la cama.―Te esperaré, ―ella asintió y tomó el vestido, se dirigió al baño mientras que Lorenza se sentó en la orilla de la cama, frente a aquella puerta. ―Por cierto, ―dijo en voz alta Lorenza. ― ¿Ya tienen donde pasarán la luna de miel?―No, aún no ha dicho nada Edward. ―Grace fue sincera, se miró en el espejo una vez que se puso el vestido, tenía que sumir el estómago por qué estaba bastante ajustado, no supo en su
Grace descendió del brazo de Edward mientras él le susurraba algo que la hizo ruborizarse. Este detalle no pasó desapercibido para el resto de la familia Langford, quienes detuvieron sus conversaciones para dirigir sus miradas hacia la pareja que se acercaba. Todos esperaban ansiosos para felicitarlos una vez que Alessandro anunció que darían inicio a la comida de compromiso en honor a Edward y a Grace.Lorenza se sentía decepcionada por lo rápido que Edward había actuado para conseguir un vestido adecuado para su prometida. Recordó las palabras de Giselle, sugiriendo posponer el evento civil, pero sabía que era inútil oponerse; estaba yendo contra la corriente. Además, fue ella quien había propiciado que este evento tuviera lugar el próximo fin de semana.―Pasen, muchos ya morimos de hambre, ¿por qué han tardado tanto? ―preguntó Alessandro mientras Edward retiraba la silla para que Grace se sentara.―Mi prometida cambió de vestido a último momento, ―dijo Edward, tirando del respaldo
La comida en el gran jardín de los Langford se transformó en una cena, y Grace, junto a Edward, conversó con todos los invitados, cumpliendo su papel con elegancia y encanto. Después de una larga noche de socialización, decidieron retirarse. Mientras caminaban de regreso a la villa, Edward recibió una llamada de su jefe de seguridad. Grace notó un cambio en su expresión, una sombra de misterio que no pasó desapercibida.―Voy a buscar agua, ―dijo Grace al entrar a la villa. Edward asintió, aún absorto en su conversación telefónica.Grace se dirigió a la cocina, disfrutando del silencio y la tranquilidad después de la bulliciosa noche. Abrió el refrigerador y sacó una botella de agua. Justo cuando iba a tomar un vaso, Edward entró en la cocina, sosteniendo un pequeño paquete.―Grace, necesito darte algo, ―dijo, su tono serio.― ¿Qué es? ―preguntó ella, tomando el paquete con curiosidad.Grace abrió el paquete y encontró unas pastillas en su interior. Frunció el ceño, sin saber qué eran.
Grace no había vuelto a dormir desde que había despertado de la pesadilla, había mirado por horas el techo de la habitación. Estuvo tentada en varias ocasiones en salir al jardín y caminar, pero no quería toparse con nadie. Miró de nuevo el reloj que colgaba en la pared, ya marcaban las seis y media. Así que decidió levantarse, se dio una ducha, y se maquilló como le habían enseñado, luego, secó su cabello y se puso un cambio de ropa de la que había comprado a Edward. Era una blusa de algodón blanca, y unos pantalones de mezclilla azul, dejaban a la vista su ombligo de manera sutil. Se recogió el cabello en un moño alto, desbaratado, muy casual. Cuando bajó las escaleras, el olor a café, recién hecho, llegó hasta ella.―Dios mío, eso huele exquisito. ―murmuró por lo bajo para sí misma, el apetito creció. Al llegar al último escalón, apareció Edward, se le notó de inmediato que no había tenido una buena noche, así como Grace. ―Buenos días, ―dijo ella, algo inquieta cuando recordó la pe
Grace se quedó callada. Escuchó discretamente cómo Edward se retiraba del lugar, dejándola ahí, sentada en la sala. Repasó sus palabras una y otra vez, imaginando que ese panorama que ella le había pintado existiera. Pero, como él mismo dijo: "Él hubiera no existe, Grace".Una vez en la habitación, Grace se dejó caer en la gran cama. Revisó su celular y su corazón se aceleró al ver un par de llamadas perdidas de su padre. Cerró los ojos, sintiendo alivio, pero al abrirlos, presionó sus labios con dureza. ¿No era eso lo que estabas esperando? ¿Por qué la molestia? Se regañó a sí misma, sin entenderse del todo. Su padre la maltrataba psicológicamente; se fue de la casa y apenas se acordaba de ella. Se quedó pensando y, tras un momento, devolvió la llamada, pero esta fue directamente al buzón de voz. Volvió a intentarlo, pero ocurrió lo mismo.― ¿Dónde estarás metido? ―buscó en el internet, revisó la diferencia de horarios, y se dio cuenta que eran las cuatro de la mañana en New York. De
Alessandro tomó el resto de su copa de vino, sintiendo cómo el líquido recorría su garganta. Cerró los ojos para saborearlo. Al abrirlos, vio a Stefan sentándose en la silla vacía frente a él, al otro lado de la mesa del jardín. Ya era de noche, y el clima era excepcional.―¿Estás bien? ―preguntó su hijo. Alessandro asintió.―¿Debería no estarlo? ―respondió, mirándolo a los ojos.―Madre ha estado inquieta, y debo confesar que nunca la había visto así con ninguna de nuestras bodas. ¿No debería alegrarse de que su hijo menor haya encontrado a una mujer para casarse por sí mismo, sin su ayuda?―Ninguno de ustedes tres estaba interesado en un matrimonio, y además ―dijo Alessandro, sonriendo―, aceptaron seguir la tradición familiar. Pero si se lo hubieran propuesto, sé que podrían haber encontrado una mujer, así como lo ha hecho Edward.―Lo sé, y no me arrepiento. Mi esposa ha sido una buena persona, al igual que las de mis hermanos.―Solo que en esta situación, Grace no tiene lo que las e
Lorenza llegó con una sonrisa de oreja a oreja, estaba emocionada por el giro que había dado los acontecimientos, unos que nadie sabía más que ella. Y esperó ansiosa por ver como terminaría esta noche. Lo bueno, pensó, que había una lista de invitados demasiado pequeña, personas en las que había la familia Langford deposita su confianza por años. Alessandro apareció bajando las escaleras, al verla, negó, presionando al mismo tiempo su quijada, cuando ella se dio cuenta, subió hasta quedar un escalón debajo de él, haciendo que ella levantara la mirada a su esposo.― ¿Dónde has estado? ¿Por qué no contestas tu celular? ―preguntó.―Querido, te informé que revisaría los últimos detalles de la boda.― ¿Sabes que el chef ha llamado para cancelar de último momento? ¿Estás al tanto de eso? Edward confía en ti, y tú simplemente ignoras las llamadas. ―Alessandro estaba muy molesto.―Oh, el chef. ―fingió sorpresa. ―No me lo puedo creer, ¿Cómo así? ―Alessandro entrecerró sus ojos y los clavó en s