Aeropuerto de Roma-Fiumicino, Italia. Grace se ajustó los lentes de sol cuando iba a bajar los escalones de aquel avión privado. Un par de escalones debajo de ella, Edward esperaba.—Cuidado al bajar. —le dijo, ella asintió con una sonrisa, pero era una de esas que no había visto desde que la conocía.—El clima es genial. —y empezó a bajar cada escalón con total cuidado. Al terminar de bajar, Edward tomó su mano y entrelazó sus dedos para caminar por la pista, se sentían ambos tan extraños, pero al mismo tiempo, cálidos y aquella electricidad les recorrió por debajo de la piel, pero la ignoraron. — ¿Podemos ir a comer antes de ir al helipuerto? —preguntó Grace a su lado, Edward asintió, pensando que también tenía hambre.Le abrió una de las puertas mientras venía escoltados, y a lo lejos, notó una revolución de gente, con sus cámaras. Presionó sus labios con dureza, molesto. Miró a su jefe de seguridad y le hizo una seña para que se dirigieran por una puerta que los llevaría, por otr
Alessandro abrazó a Grace y duró un par de segundos más, eso no le gustó a Edward y rompió el contacto para que lo abrazara a él.—Qué bueno que han venido antes, aún tenemos detalles que arreglar con la fiesta de mañana. Es un estrés, todos estamos estresados. —dijo terminando de dar una abrazo a su hijo, Edward arrugó su ceño, y volvió a tomar la mano de Grace.— ¿Hay algo en lo que podamos ayudar? —preguntó Edward haciendo señas para que su padre los siguiera la interior de la casa, no habían entrado aún desde su llegada. El olor a lavanda y la calidez de la casa, relajó de inmediato a los tres.— ¿Tienes aún algo de ese bourbon extra que me regalaste el año pasado en Navidad? —preguntó Alessandro dejándose caer en uno de los sillones de la sala principal, Grace se sentó del otro lado en otro sillón y Edward caminó hasta el mueble de las bebidas, buscó aquella botella extra que había comprado para regalar.—Aquí tengo. —empezó Edward a preparar las bebidas, Alessandro miró algo dis
Casa de Los Langford, Italia. — ¿Estás nerviosa? —preguntó Edward cuando la camioneta entró al terreno de sus padres, miró a Grace, callada, con sus manos en su regazo mirando por la ventanilla. Esta vez, Edward decidió de último momento usar la camioneta para ellos dos. Quería tener esa privacidad sin tener que frenarse por tener a su personal de seguridad. Ella miró hacia él.—Un poco. —le sonrió a medias a Edward, estaba mucho más que nerviosa, ahora no estaría fingiendo ante su familia, en ese momento eran una pareja real. Él tomó su mano y le sonrió, un momento después, detuvo la camioneta blindada a lado de otro auto.—Tranquila, solo es un desayuno familiar, luego regresaremos a la villa, el maquillista y el peinador estarán a eso de las dos de la tarde. —dijo Edward llevándose la mano de ella a sus labios para dejar un beso contra sus nudillos.—Bien, —sonrió Grace. Al bajar, él tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella, para su total sorpresa, era un hábito que habí
Casa de Los Langford, Italia. Edward deslizó sus manos por debajo de la sábana, encontrando la piel desnuda de Grace, la atrajo hacia él y la rodeó finalmente, descansando su barbilla en su cabeza. Ella descansó su rostro contra el pecho desnudo de él y aspiró su aroma.―Tenemos que levantarnos. ―anunció él, realmente sin querer hacerlo.―Lo sé, pero solo un par de minutos más. ―susurró Grace contra la piel de Edward. Él sintió la calidez de su respiración.―Hoy será una noche ajetreada, no quiero que te despegues de mí, el diablo nunca duerme. ―murmuró Edward, no tenía que bajar la guardia menos sabiendo que Giselle podría andar por ahí haciendo un plan para vengarse de él.―Bien, ―susurró Grace empezando a bostezar, el tener sexo, la había relajado por completo. Ahora, quería dormir. Pero sabía que tenía que levantarse en unos minutos más.—Bien—repitió él, con una sonrisa débil en sus labios. Edward levantó la mano, observando su reloj con calma. Les quedaban apenas diez minutos a
Grace jadeó cuando él hundió su rostro entre sus piernas, ella sostuvo con fuerza el vestido entre sus dedos. El placer que estaba provocando en ella en ese momento, era indescriptible, pensó por un momento que los nervios que tenía momentos atrás, desaparecerían por completo.—Dios—gimió Grace cuando el calor se arremolinó en su centro para lanzarla a su segundo orgasmo, pero Edward se detuvo, ella abrió sus ojos y buscó con su mirada la de él, pudo ver a un hombre cargado de deseo, lo supo de inmediato en aquella mirada oscura, tiró de su pajarita, y luego de su camisa blanca de vestir. — ¿Qué haces?—Necesito entrar en ti, ahora. —bajó su pantalón y su ropa interior con agilidad, la movió hacia él para ponerla en la orilla de la cama. —Estás bastante preparada para mí. —gruñó entre dientes. Y con todo el cuidado de no estropear su vestido, la abrió un poco más para meterse entre sus piernas. —Esto será rápido y luego nos vamos.El calor por segunda ocasión explotó en el interior de
Edward claramente estaba tenso cuando la mano de Valentina Bianchi, la mujer hermosa, castaña, pechos voluptuosos y sonrisa hermosa de la fiesta de la semana pasada, tomó su brazo y soltó una risa a un comentario de parte de él.— ¿Y cuándo regresarás? Debes de mostrarme los viñedos de tu familia, yo podría enseñarte los míos…y también mis viñedos. —ronroneó, haciendo que Edward solo mostrara una mueca, copia de una sonrisa a medias.—Señorita Bianchi, creo que debería de recordarle que…—Que es casado. —dijo Grace a su lado, tomó el brazo que tenía Valentina de su mano, y lo retiró de su agarre de manera sutil, pero al mismo tiempo marcando el territorio. Dejando a la vista de manera directa aquella argolla y el anillo de compromiso. —No nos han presentado, soy Grace, esposa de Edward Langford, ¿Y usted es? —Valentina se sonrojó, el seguir las indicaciones de Giselle, del coqueteo, no era lo suyo, pero ella creía que podría hacer que Edward Langford, su amor platónico y secreto, podr
El jardín de los Langford, decorado con una elegancia intemporal, se vestía de luces y sombras que bailaban entre las carpas blancas, mientras el suave murmullo de un cuarteto italiano llenaba el aire. El compás lento de «Parlami d'Amore Mariù» se deslizó sobre los invitados, marcando el ritmo de un baile cargado de emociones contenidas.Edward y Grace se encontraron rápidamente en la pista, pero cada uno en brazos de otro. Desde el inicio, Edward sintió cómo su sangre hervía al ver a Alessio sostener a Grace con una confianza que le parecía insoportable. Intentó mantener la compostura mientras esquivaba con desgano los intentos de Valentina por acercarse más de lo necesario. La música los envolvía, pero sus pensamientos estaban lejanos, en la mirada ansiosa de Grace, que parecía buscarlo también entre los invitados.A pocos pasos de distancia, Alessio sonreía con la mirada fija en Grace, intentando captar su atención con una conversación trivial que ella apenas escuchaba. Su mente es
Edward se quedó sin palabras cuando escuchó aquella pregunta. Durante un momento, el mundo pareció detenerse, y un silencio pesado se instaló entre ellos. Recordó la primera vez que había visto a Grace en aquel vagón: sus ojos luchando por no cerrarse, intentando mantenerse alerta a pesar del agotamiento. Recordó su palidez, la delgadez de su cuerpo, y cómo, incluso entonces, había sentido algo que no podía explicar. ¿Había sido la idea de una garantía solo un pretexto para acercarse a ella, para conocerla más?— ¿Será, Edward? —murmuró para sí mismo, más como un pensamiento en voz alta. — ¿Garantía? —susurró, como si la palabra ahora le supiera amarga, y negó con la cabeza, su mirada, suavizándose—. Creo que las cosas entre nosotros han cambiado desde aquel primer día, ¿no lo crees?Grace frunció el ceño, sin entender del todo sus palabras. Edward estiró una mano y acarició su mejilla con la suavidad de alguien que tiene miedo de romper algo valioso.—No me ha respondido a mi pregunta