El jardín de los Langford, decorado con una elegancia intemporal, se vestía de luces y sombras que bailaban entre las carpas blancas, mientras el suave murmullo de un cuarteto italiano llenaba el aire. El compás lento de «Parlami d'Amore Mariù» se deslizó sobre los invitados, marcando el ritmo de un baile cargado de emociones contenidas.Edward y Grace se encontraron rápidamente en la pista, pero cada uno en brazos de otro. Desde el inicio, Edward sintió cómo su sangre hervía al ver a Alessio sostener a Grace con una confianza que le parecía insoportable. Intentó mantener la compostura mientras esquivaba con desgano los intentos de Valentina por acercarse más de lo necesario. La música los envolvía, pero sus pensamientos estaban lejanos, en la mirada ansiosa de Grace, que parecía buscarlo también entre los invitados.A pocos pasos de distancia, Alessio sonreía con la mirada fija en Grace, intentando captar su atención con una conversación trivial que ella apenas escuchaba. Su mente es
Edward se quedó sin palabras cuando escuchó aquella pregunta. Durante un momento, el mundo pareció detenerse, y un silencio pesado se instaló entre ellos. Recordó la primera vez que había visto a Grace en aquel vagón: sus ojos luchando por no cerrarse, intentando mantenerse alerta a pesar del agotamiento. Recordó su palidez, la delgadez de su cuerpo, y cómo, incluso entonces, había sentido algo que no podía explicar. ¿Había sido la idea de una garantía solo un pretexto para acercarse a ella, para conocerla más?— ¿Será, Edward? —murmuró para sí mismo, más como un pensamiento en voz alta. — ¿Garantía? —susurró, como si la palabra ahora le supiera amarga, y negó con la cabeza, su mirada, suavizándose—. Creo que las cosas entre nosotros han cambiado desde aquel primer día, ¿no lo crees?Grace frunció el ceño, sin entender del todo sus palabras. Edward estiró una mano y acarició su mejilla con la suavidad de alguien que tiene miedo de romper algo valioso.—No me ha respondido a mi pregunta
La sala de espera estaba sumida en un silencio inquietante, roto solo por el suave zumbido de las máquinas y las conversaciones apenas audibles de los médicos. Las horas se sentían interminables para los Langford, y el aire se volvía cada vez más pesado. Grace seguía sentada con el abrigo de Edward sobre sus hombros, temblando, no solo por el frío, sino por la ansiedad que la devoraba.De repente, un médico entró rápidamente en la sala, y el sonido de sus pasos atrajo la atención de todos. Su rostro, marcado por la seriedad, era suficiente para que el estómago de Edward se hundiera. El médico se detuvo frente a ellos, respirando profundamente.—Lo lamento mucho —dijo con voz grave, mirando directamente a Lorenza—. Alessandro ha sufrido otro ataque al corazón. Hemos hecho todo lo posible, pero su cuerpo está muy débil. No creemos que pueda resistir una noche más.Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Lorenza se llevó una mano a la boca, sus ojos desorbitados, como si la noticia
La sala de espera del hospital estaba sumida en un silencio lleno de angustia. La familia Langford se mantenía unida, pero la atmósfera estaba impregnada de una tensión desgarradora. La suave luz blanca que caía del techo no hacía más que acentuar las líneas de preocupación en sus rostros. Lorenza, con el rostro pálido y los ojos hinchados, se encontraba abrazada a Stefano en un rincón, aferrada a su hijo mayor, como si de ello dependiera su propia estabilidad. Stefano, aunque normalmente era la roca de la familia, apenas podía contener el temblor en sus manos.David, Antonio y sus esposas se mantenían cerca, formando un círculo de apoyo silencioso, compartiendo miradas llenas de consuelo y desesperanza. Las tres nueras, que se habían integrado a la familia, permanecían a la expectativa, prestas a ofrecer palabras de ánimo o a sostener a los Langford e
El hospital estaba sumido en un silencio inquietante, roto solo por el ocasional sonido de los pasos de las enfermeras y el murmullo de los familiares angustiados. Edward, sentado junto a su madre, mantenía la mirada fija en la puerta de la sala de espera. Habían pasado ya varios minutos desde que Grace se había excusado para ir al baño, y su ausencia comenzaba a notarse.De repente, las puertas del ascensor se abrieron y los Russo aparecieron: los padres de Giselle y su hermano menor. La tensión en el ambiente se hizo palpable de inmediato. Lorenza, la madre de Edward, les lanzó una mirada fría, aunque educada.—Vinimos a mostrar nuestro apoyo, Lorenza —dijo el señor Russo, haciendo una reverencia casi imperceptible.Lorenza asintió sin decir palabra, pero Edward no pudo evitar fruncir el ceño. Si la familia de Giselle estaba allí, ¿dónde estaba ella? Automáticamente, su mirada recorrió la sala, confirmando lo que temía: Grace seguía sin regresar.Una alarma se encendió en su mente.
Era una gran incertidumbre en aquella habitación de un hospital privado, donde el ambiente era pesado y las paredes blancas parecían encerrar la angustia que la familia Langford sentía. El corredor estaba lleno de murmullos, llantos contenidos y miradas desesperadas. Lorenza, usualmente una mujer fuerte y digna, estaba rota, sentada en una silla al final del pasillo, con la mirada perdida. No podía contener sus lágrimas, ni siquiera frente a sus hijos.Los doctores habían salido hacía apenas unos minutos, y con ellos, la última pizca de esperanza. Alessandro Langford, el patriarca de la familia, no tenía mucho tiempo de vida. Su estado era crítico, su cuerpo demasiado débil para seguir luchando. El diagnóstico era claro y devastador: no había nada más que pudieran hacer por él.Lorenza se llevó las manos al rostro, sollozando en silencio. Stefano, su hijo mayor, estaba parado a su lado, intentando ser el pilar de la familia, pero su mirada lo traicionaba. Estaba al borde de romperse.
El día había llegado. El cielo sobre la finca Langford se vestía de un gris pesado, como si la misma naturaleza compartiera el dolor de la familia. La niebla se aferraba a los viñedos, deslizándose entre las vides, mientras una procesión silenciosa se dirigía hacia la colina más alta de la propiedad, donde se encontraba el mausoleo familiar.El mausoleo de los Langford era imponente, de mármol blanco, con columnas clásicas que se alzaban como centinelas guardianes. Las puertas de hierro forjado, adornadas con detalles que simbolizaban las raíces de la vid, se mantenían abiertas, permitiendo el paso de los invitados. Dentro, la luz que atravesaba una gran vidriera iluminaba suavemente el espacio, proyectando colores cálidos y dorados sobre el suelo de piedra.Lorenza Langford fue la primera en entrar. Su figura, normalmente tan erguida y majestuosa, parecía haber encogido bajo el peso del dolor. Vestía un elegante vestido negro, y su velo cubría parcialmente su rostro, ocultando las lá
New York, Estados Unidos. Grace estaba inquieta. Desde que habían dejado Italia, Edward se había encerrado en una burbuja de silencio impenetrable. Ella comprendía que él necesitaba espacio para procesar la pérdida y por eso había decidido no abrumarlo con palabras ni gestos. Era la primera vez que Edward experimentaba una pérdida tan cercana, y Grace intuyó que su manera de sobrellevar el dolor era alejarse del mundo, construyendo un muro emocional a su alrededor.Las puertas del elevador del ático se abrieron con un suave sonido, y al cruzar el umbral, Stuart, el fiel mayordomo, los esperaba con expresión solemne. Con una inclinación respetuosa, le dio el pésame a Edward.—Gracias —respondió Edward en voz baja, con un leve movimiento de la barbilla. Sin más, se dirigió hacia las escaleras que conducían a la segunda planta, dejando a Grace y Stuart en el recibidor.Stuart, incómodo por la tristeza que flotaba en el ambiente, intentó suavizar el momento dirigiéndose a Grace.— ¿Neces