Calor

Edward anunció que se tomarían un par de minutos para regresar al banquete y acompañar a los invitados en el gran jardín. Entrelazó su mano con la de Grace y la apartó sutilmente del grupo de personas que se acercaban a felicitarlos. Edward, en realidad, se sentía incómodo; todo lo que sucedía a su alrededor en ese momento lo abrumaba, casi llevándolo al límite.

—Espera, no puedo correr con este vestido —se quejó Grace. Él mantenía su mano firme y, con la otra, ella recogió un poco del vestido para no pisarlo al caminar. Edward lo notó y se detuvo para ayudarla. Grace sonrió al ver la lucha de Edward por levantar un poco la tela y acomodarla sobre su brazo, sin querer soltar su mano. Estuvo a punto de poner los ojos en blanco cuando finalmente, satisfecha, lo vio y retomaron el camino hacia el interior de la villa. Al percatarse de que estaban solos, subieron a la segunda planta. Grace frunció el ceño, sin entender a dónde la llevaba o qué quería hablar, que requería alejarse de todos
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