BRATVA THE KING
BRATVA THE KING
Por: Lorena G Muñoz
One

Sarah Brown

¿Cuándo llegas apreciar realmente tu vida? ¿Cuándo pierdes a un ser querido? ¿Cuándo recibes una mala noticia? ¿Cuando estás apunto de morir? ¿Cuándo tienes tus días contados en la vida?

Para mí, fue peor noticia enterarme que tenía mis días contados. Qué dejaría a mi familia, que no les volvería a ver. Qué les dejaría solos. Sin su pequeña, como ellos me llamaban. Aprecié más mi vida, a vivir al máximo. Pasar tiempo con mi familia, como si mañana me fuese.

Me veía más palida, con menos fuerza y cada vez mis mareos, eran más frecuentes.

Por mucho que yo intentará seguir, luchar... Era en vano, mi corazón cada vez están más débil. Tengo miedo, mucho miedo y no lo niego. Tengo miedo a morir, miedo a dejar a mi familia, a no poder vivir como a mí me gustaría.

Aunque mis padres sonrían y se vieran felices, sé que están sufriendo mucho. Su hija estaba enferma y la perdían, pero... ¿Qué podría hacer yo? Está m*****a enfermedad me tocó a mí, me eligió para hacerme sufrir.

Fui al baño y lo primero que hice, fue mirarme en el espejo. Miraba mi reflejo de arriba abajo, con mucho detalle. Tenía la piel blanca, había perdido mi color y no es que estuviese morena, pero tenía un color más radiante. Pero ahora, parecía un maldito cadáver. Mis ojeras se marcaban a través de mi piel blanca, mis labios dejó de ser rosas para pasar a un rosa pálido. Mis ojos perdieron su alegría, para reflejar la tristeza y el dolor.

Me lavé la cara y mis dientes, cogí un poco de maquillaje para tapar mis ojeras.

Había prometido a mis padres desayunar con ellos antes de irme a Rusia. Si, me iré con mi mejor amiga. Decidimos irnos y disfrutar, cogimos los billetes de avión para tomar rumbo a Moscú.

Salí del baño y me puse un pantalón vaquero ajustado, color blanco. Un jersey de cuello alto negro y unas zapatillas blancas.

Me recogí el pelo en una coleta y con la mejor sonrisa que pudiera, salí de la habitación.

Cuando llegue al salón, lo primero que vi, fue a las tres personas más importantes de mi vida. Mi padre, un hombre recto, alegre y cariño. Un hombre entregado a su familia, un hombre que aunque fuese frío, su alma era honesta y dulce. Un hombre trabajador, un magnate muy importante en su trabajo.

Luego estaba mi madre, la mujer que me dio la vida. La mujer que me crió, que me dio un educación. Me dio su tiempo, su amor, sus consejos. Y por último, estaba mi abuela. Una mujer que aunque fuese mayor, tenía una energía que envidiaba. Elegante, dulce, risueña y me daba consejos de los chicos.

Por eso tenía miedo, miedo a no volver a verles y no tenerles cerca nunca más.

—Buenos días, familia. — saludé para llamar su atención, lo conseguí, porque los tres me miraron. Me acerqué a mi padre y le dejé un beso en la mejilla y así lo hice con ellas. —¿Cómo estáis?

—Muy bien, aunque te vemos muy feliz. — respondió mi abuela, con una sonrisa.

—Si, lo estoy. — respondí mirándola con una sonrisa. Aunque realmente por dentro estaba rota. —Mamá, has hecho tortitas.

—Si, es el desayuno preferido de mi niña. — en la mirada de mi madre, puedo ver el dolor y las ganas de llorar. Sus ojos estaba tristes, habían perdido su brillo. —Ademas, mi niña se va unos días, quiero que tenga su mejor desayuno.

Aunque mi madre ponga su mejor sonrisa, su mejor cara, puedo ver su gran tristeza. Para ella era su hija, su luz, su vida entera.

Mis padres quieren pagar el trasplante, pero el problema, es que no hay nadie compatible. Aunque sea increíble, es cierta. Mis padres prefieren quedar en la ruina, que perderme, algo normal. Cualquier padre lo haría por sus hijos. Pero yo no quiero eso, aunque me opere, puede que el trasplante no funcione, puede que no se adapte a mi cuerpo. Ahora me hago pruebas, pero aunque me opere, puedo tener complicaciones y por eso, no quiero que mis padres no gasten un centavo por mi.

—¿A qué hora sale el avión? — preguntó mi padre, dándome un vaso con zumo de naranja.

—A las 12:30, estoy esperando a Catalina. — respondí. —Tiene que estar al llegar.

—Vaya dos, siempre vais juntas, a cualquier sitio. — dijo mi madre. —Me alegra que ella te acompañe, es una gran niña. — asentí.

Si, Catalina es la mejor amiga que quisieses tener. Dulce, simpática, siempre está para tí, siempre te ayuda y te protege. Cuando se enteró de mi enfermedad, me demostró que  puedo contar con ella, no se separa de mi. Se puso tan triste, que estuvo siete días llorando, encerrada y en estado de shock. Ella no podía creer que su mejor amiga, estuviese enferma, que la dejaría sola. Catalina es como una hermana para mí, es mi mayor apoyo, aparte de mi familia.

La puerta se escuchó y por ella entró Cata, con una sonrisa y con un conjunto cómodo.

Caminó hasta nosotros, pero me abrazó dejándome un beso el mejilla.

—Hola, mi niña. — me saluda. —Señores Brown.

—Cata, tomate algo antes de irte. — dijo mi abuela.

A Cata la trataba como una hija más, como parte de la familia. Nos conocemos desde que teníamos 5 años y nos volvimos inseparables. nuestros padres, son íntimos y digamos que somos una familia.

—Ya desayuné, Marian. — respondió la chica. —Mi madre me ha cebado a tostadas y cafés. — sonrió. —Nena, nos tenemos que ir, ¿Has terminado?

—Si, llevo tres tortitas y frutas. — dije. —Pero tengo que tomar mis pastillas antes de irme.

—Que eso jamás se te olvide. — me advirtió y yo con una sonrisa, asentí.

Cogi mis maletas y las coloque en la puerta, mis padres y mi abuela estaban ahí para despedirse de mí.

—Tened buen viaje y llamad cuando lleguéis. — asentí tras las palabras de mi madre. —No te canses mucho, no te agotes y no olvides las pastillas.

—Tranquila, mamá. Llevo 10 años luchando contra esto y sé llevarlo. Prometo hacer todo. — la abrace.

Nos despedimos de ellos y mientras caminabamos hasta el taxi, dejando a mi familia atrás.

Hoy Catalina y yo, tomábamos rumbo a rusia.

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