Five

Vladimir Sokolov

Cuando la vi caer al suelo en seco, me hizo correr hacia ella y ponerme de rodillas. Me acerqué a su rostro por si respiraba, pero no sentía nada. Tomé su muñeca, comprobé su pulso y no sentía nada. Empecé hacerle la reanimación cardiorrespiratorias. No podía perderla, tenía que vivir.

—Vamos, cardiaca. — dije iniciando, las compresiones torácicas. —Abre los ojos.

Seguí así, varía veces, no iba a rendirme hasta que abriera los ojos.

De repente, ella abrió sus ojos y abriendo su boca, cogiendo aire. Su respiración agitada y su pecho subía y bajaba con rapidez. Me observó asustada, sus ojos tristes me miraban y no sabía si interpretar aquello como un "gracias." La cogí en brazos, para llevarla a la habitación.

—¡Llamad al médico, ya! — ordené y subí las escaleras del sótano.

Fui con ella a toda rapidez para ir a la habitación, subí las escaleras y al llegar a su habitación, la dejé en la cama.  Ella se acurrucó abrazando su cuerpo, dándome la espalda.

Sentir que no tenía pulso, me aterrizó. Recordé cuando tuve a mi esposa en mis brazos, llena de sangre. La diferencia, es que ella se salvó y mí esposa no.

La dejé tumbada, estaba a un lado de ella, alejado. Ya no me fiaba de si la volvería a pasar, pero. ¿Si tomaba la pastilla, por qué la pasaba los desmayos y la debilidad?

La pregunta aquí, ¿Por qué me preocupé por ella? ¿Por qué tuve tanto miedo?

Me fui al balcón, mientras esperaba al médico y me senté en el sofá. No sé cómo explicar la sensación que tuve al verla en el suelo sin pulso, pero la piel se me erizó y recordé a mi esposa. Ver la cardíaca en el suelo, fue volver atrás.

Mi hermano apareció delante de mí y le miré seriamente.

—El médico ya está de camino. — asentí. —¿Ves? Mira lo que ha ocurrido. — sentenció. —Vamos acabar con ella, Vlad.

—Déjalo, Andrei. — exclamó. —Es normal por su enfermedad, ya está bien y su corazón late.

—Si, y llegará un día en el que ya no lo haga más. — puse los ojos blancos. —Además, ¿Qué te hace pensar que él vendrá?

—Ama a su adorada hija, vendrá a por ella. — respondí.

—Te puede tender una trampa, imbécil. — apretó los dientes. —Puede venir con gente que tú no tengas compradas.

—Relájate, que no ocurrirá nada. La mantendremos sana, sin que la dé más brotes de corazón. — se rio.

—Como tú has dicho, son normales su paradas de corazón. — lame mis labios. —Si la das más disgustos, en cualquier momento, morirá.

Escuchamos la puerta y mi hermano, dio el pase. Por ella entró María, apareció y miró a la cardíaca. Le había cogido cariño, la cuidaba como una hija.

—Hijo, el médico ya está aquí.

—Que pase y la revise. — ella asintió.

Poco después pasó el médico y miró a la chica, se acercó a ella y dejó su maletín encima de la cama.

—Señor, tengo que estar a solas con ella. — dijo el médico y salimos de la habitación.

Nos quedamos fuera, esperando a que nos dijera algo. Me apoyé en la pared, cruzándome de brazos. María lloraba, con sus manos entrelazadas sobre su pecho y Andrei, daba vueltas de aqui para allá, por el pasillo.

—¿Qué le ha pasado? — preguntó María. —Estaba bien está mañana.

—Mi hermano, que se le va la cabeza. — exclamó mi hermano.

—Por el amor de Dios, está enferma, es lógico que le dé eso. — los dos me miraron.

—Si, es normal. Pero si la das esos disgustos y la tienes encerrada como una criminal, más brotes le dará. — resoplé.

—Hijo, ella está enferma... Déjala libre. — pidió María en súplica.

—No, María, ella está aquí por culpa de su padre. — exclamé. —Asi que dejad de decirme que hacer o hacer yo soy el jefe y aquí mando yo.

—¡¿Qué culpa tiene ella, de la muerte de Anna?! — miré a mi hermano con rabia. —¡Abre los putos ojos! Estás cegado por la venganza.

—¡Basta! — grite. —Callad de una puta vez, ella se queda y punto.

—Hijo, una vez me dijiste que pedías a Anna una señal para volver a reír y ser feliz. — María se acercó a mi. —No has pensado, ¿Que esa señal que tanto pedías, la tienes justamente detrás de esa puerta?

—Nana, por favor. — Rei. —Anna no me daría esa señal, es la hija de su asesino.

—Es aquí el problema, que no sabes si ella es tu felicidad o si ese hombre, realmente sea su asesino. — arrugué mi ceño.

Me había quedado sin palabras, observé a mí hermano, que seguía dando vueltas como una peonza. Escuché la puerta y miré al médico salir.

—¿Que tiene? ¿Cómo está? —  preguntó María acercándose al doctor.

—Esta mejor, el latido de su corazón va bien y su ritmo va normal. — habló. —Vlad, te conozco desde que eras un niño y he sido el doctor de confianza de tu familia. No sabía que los secuestros, estaban en tu ADN. — le miré con una ceja alzada. —Pero os diré lo que tenéis que hacer para que esté bien. Qué siga con su medicación, que descanse y que no se lleve emociones fuertes. — asentí. —Tambien salir y que le dé el aire, le vendrá bien, salir y dar paseos por el jardín.

—Bueno, tiene un balcón muy grande ahí. — respondí y todos me miraron.

—No se preocupe, yo me encargaré que la chica salga y no sé lleve disgustos. — dijo María, observándome.

—Perfecto, María. — dijo el doctor.

El doctor se fue y miré a María con seriedad, no había dado la autorización para dejarla salir. Ella sabía perfectamente que ella no salía de la habitación, que era mi rehén.

—Maria, ¿Qué coño haces? — inquirí. —Ella no sale de la habitación, ella se queda aquí y punto. Es una secuestrada, no una invitada. Si quiere salir que salga al balcón y si quiere andar, que ande por la habitación. — exclamé.

—Escuchame muy bien, Vladimir Sokolov. — malo, ella ha dicho mi nombre completo. —Ella saldrá con o sin tu autorización, ella no tiene la culpa de tu venganza. Ella saldrá y punto.

Entró a la habitación y me dejó en del pasillo, ahí parado.

María me levanto la voz, iba a sacar a esa niña al jardín. Muy bien, saldrá, pero tendrá miles de ojos puestos en ella.

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