CAPÍTULO 4

Siempre era la misma historia de su vida, pero la diferencia era que ahora había un maldito bastardo que no iba a salir de aquel bar con la cabeza vacía. Desde el mero instante en que sus lascivos ojos se posaron en ella, supo que no había otra mujer que pudiera compararse a ella. Había algo en ella que lo volvía loco, tal vez fuera la forma en que intentaba desesperadamente cubrirse el pecho o el culo sin dejar de lado su elegancia. No era como las mujeres que trabajaban allí, era un diamante entre las piedras porque mientras las demás estaban dispuestas a hacer cualquier cosa y todo a la primera con tal de conseguir una propina extra, allí estaba ella, ofendiéndose por la forma en que aquel cabrón le había hablado. ¡Venga ya! Todas las mujeres eran iguales, la única diferencia estaba en la diferencia entre las mujeres que se apresuraban a aceptar esa propina extra y las que se hacían las difíciles.   

En el suelo, con las lágrimas cayendo de sus ojos, aún tuvo tiempo de pensar en lo débiles que podrían parecerle esas lágrimas si aquel maldito bastardo las miraba. Así que, haciéndose un poco más fuerte, levantó un poco la cabeza, preparándose para levantarse de allí, cuando de repente, una tercera voz asaltó sus oídos. 

—¿Qué demonios está pasando aquí?—. Preguntó una voz masculina mientras su caminar se detenía justo frente a ella. 

Todo lo que ella podía ver eran esos zapatos de diseño bien lustrados con ese traje negro. Abril cerró los ojos un poco avergonzada por la forma en que aquel hombre la había encontrado. No le había visto la cara, pero estaba segura de que el dueño de aquella voz era  nada menos que el gerente de aquel bar, aunque su voz sonaba un poco desconocida. 

—¡Te he hecho una pregunta!— Insistió el hombre. 

¡Sí! No había duda, tenía que ser el encargado de aquel bar. Inmediatamente, Abril se apresuró a ponerse en pie con la cabeza gacha aún mientras su mente trabajaba a mil por hora para inventar una excusa. Por supuesto que no iba a acusar al hombre de abusar de ella. Iba a ser ella la regañada por no satisfacer los deseos más oscuros de aquel bastardo. 

De repente, el hombre que estaba detrás de ella empezó a reírse burlonamente. Finalmente, Abril levantó la cabeza y... ¡cuál fue su sorpresa cuando vio que el hombre que tenía delante no era el encargado de aquel bar! 

El traje de diseño, la camisa blanca con tres botones desabrochados que le dejaba ver su pecho bien trabajado, sus ojos ambarinos, su piel morena, su pelo liso, su barba y aquel gesto endurecido. Algo le disgustaba. Ella ya podía decirlo. Pero, ¿quién era? ¿Nunca había visto a aquel hombre en aquel bar? Parecía un cliente potencial que estaba allí para hacer negocios en el segundo piso, pidiendo las copas más caras y ordenando que nadie le molestara. Quizá por eso iba acompañado de dos guardaespaldas, un hombre a cada lado.    

—¿Y usted quién es? ¿El dueño de este bar maloliente? ¿Quieres saber lo que pasa aquí? ¡Bien! Resulta que a las mujeres que contratas les gusta hacerse las difíciles, ¡y ya me estoy cansando! ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a servirla en mi ¡¿Cama?!— El hombre se rió. 

Abril no pudo evitar sentirse más humillada que nunca.  

—¿Vas a pagarle bien?— Preguntó el hombre del traje de diseñador. Abril no podía creer lo que oía. No sabía quién era, pero aunque fuera el mismo dueño de aquel bar y estuviera intentando obligarla a prostituirse, tenía que saber que era mejor que la despidieran a que fuera prostituta.  

Y cuando estaba a punto de hablar, el hombre volvió a reírse. —¡Claro que sí! Tengo dinero suficiente para pagarle por cada mamada que esté dispuesta a hacer.

Abril quería tirarse encima de él y darle todas las bofetadas que hiciera falta para que se callara de una puta vez. 

—Tú...— Abril intentó decir, pero el hombre del traje negro la cortó con una sola mirada. 

—¿Quieres tener sexo esta noche con el caballero?— Preguntó el Hijo de Hades. 

Abril insistió. —¿Qué? ¡Mira! Yo no soy un- 

—¡Bien! ¡Ya la has oído, caballero! ¡Ella no está interesada en ti!— El Hijo de Hades la cortó, borrando la sonrisa del hombre.  —Si ella no quiere tener sexo contigo, deberías dejar de molestarla si no quieres que yo- 

—¡Eh! ¡Eh! ¿Eres el dueño del bar? ¡Si no, puedes irte a la m****a porque quiero ver al gerente ahora mismo! ¡Esta puta de m****a se viene conmigo!— El hombre intentó agarrar a Abril del brazo, pero en un rápido movimiento, el hombre del reloj de lujo la puso detrás de él en el momento en que chasqueó los dedos a sus hombres y con esa señal, ordenó sacar al hombre del bar.

Lo único que Abril podía oír eran los gritos del hombre mientras lo sacaban a empujones del bar. Abril por fin podía respirar. Se había quedado sola con el hombre mientras más gente cuchicheaba cosas sobre ellos. No sabía qué debía hacer en ese momento: mostrarle sus respetos, ofrecerle algo de beber en la casa, darle el mejor sitio en eso...

—YO... yo...— murmuró Abril cuando el hombre se dio la vuelta. 

Todo lo que sus ojos ambarinos podían hacer era mirarla de pies a cabeza. Su cabello negro, su cuerpo delicado, su piel bronceada, sus labios finos y sensuales, una mujer delicada que vestía esa falda corta negra y esa blusa blanca con tres botones abajo. No parecía ser como las demás. Había algo en ella que hablaba por ella y hacía saber a todos que no era de ese mundo.  

Aquellos labios, su pequeño pecho, su cintura, las largas piernas... ¡Maldita sea! Nunca antes el Hijo de Hades había mirado a una mujer con tanta atención como lo estaba haciendo en ese momento. 

—Yo-— Abril intentó decir.

—Si esto no es lo que haces para divertirte, no sé qué haces aquí, vistiendo un uniforme tan vulgar—, dijo él.  

A Abril se le borró la sonrisa y se miró discretamente. 

Era realmente guapo, el hombre más guapo que había visto en aquel bar, pero sobre todo, más allá de las mil maravillas que podía describir de él, estaba la que anunciaba el poder del que gozaba aquel hombre. Hombres a su lado que sólo podían ser sus guardaespaldas, su forma de vestir, el reloj en su muñeca que seguramente era de oro, parecía tener delante a un hombre con mucho dinero. ¿Qué le hacía pensar que él  ¿podría ser de cualquier tipo? 

—Si quieres seguir trabajando aquí, deja de estorbarme—. Entonces, el hombre se marchó, dejando a Abril sin habla. 

Al recobrar el conocimiento, comprendió que todos los hombres eran iguales. Si su propio marido la había hecho sufrir tanto, ¿qué podía esperar del mundo?   

Sacudiendo la cabeza, se dirigió hacia la bandeja del suelo. Necesitaba continuar con su trabajo si no quería perderlo esta vez. 

*****

Por su parte, mientras el Hijo de Hades caminaba hacia su lugar, no podía dejar de pensar en la mujer que se había cruzado en su camino. Sí, había tenido buenos momentos con muchas mujeres que trabajaban para él, pero esta era la primera vez que una mujer tan insípida le robaba la atención. ¡Venga ya! Su cuerpo no era gran cosa, lo que hacía para ganarse la vida podía alejar a cualquiera menos a los que querían una noche de placer. ¡Incluso podría describirla como una broma en ese lugar! Cuando supo que ya había tenido bastante, sacudió un poco la cabeza y subió las escaleras, la zona VIP.

Dos hombres mayores que también vestían trajes de diseño ya le estaban esperando. El Hijo de Hades cambió su gesto por uno más alegre y saludó a los hombres que se levantaron de sus asientos en cuanto le vieron llegar. 

—¡Mira quién está aquí! Lucian, alias, ¡el Hijo de Hades!—. Dijo el primer hombre. 

Lucian sonrió y saludó al hombre con respeto. —¿Te lo estás pasando bien? 

—¡Oh, sí, sí, por supuesto, las bebidas, la zona, y por supuesto, las damas hacen un momento exquisito!— Contestó el segundo. 

—Listo para hablar de negocios? — preguntó Lucian sin rodeos. 

Ambos hombres rieron con fuerza. —No pierdes ni un segundo, ¿verdad?

Lucian sonrió. 

—Vamos, nos lo estamos pasando bien aquí. No tengas prisa, ¡vive la vida! 

Lucian no pudo decir nada más, en lugar de eso se sirvió un vodka y miró en la dirección en la que miraban los hombres.

Era cierto, Lucian nunca desperdiciaba ningún segundo. Para él no había nada más importante que los negocios. Por mucho que le gustara pasar un buen rato con una mujer, había algo que amaba más que nada y eso era el poder.  

—No sé qué pensáis vosotros dos pero yo siento que esta bebida no sabe igual sin una mujer con nosotros, ¿pido a tres mujeres que vengan a servirnos?—. Preguntó uno de los hombres. 

—Me parece bien sólo con la bebida—, respondió Lucian. 

Ambos hombres se rieron pero respetaron su decisión, entonces uno de ellos pidió a dos de las mujeres más guapas que trabajaban allí.

—¡Oh! ¡Pídele también a Adele que venga a prepararnos una de esas bebidas que ella conoce!—. El anciano alzó la voz. 

Un hombre salió con los pedidos.    

—Usted sí que sabe hacer de sus bares uno de los más prestigiosos de la ciudad—, felicitó uno de los hombres a Lucian. 

Lucian suspiró. Sí, había sido bastante claro cuando dijo que quería que el encargado contratara sólo a mujeres guapas, pero hasta ese momento estaba viendo su creación. 

Lucian se limitó a sacudir la cabeza y beber su vodka. 

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