La organización de Reinhardt no se dedicaba a secues-trar mujeres, ni hombres, para los espectáculos en el cabaret. Todas las bailarinas y bailarines estaban allí por su propia voluntad, sabiendo que no había forma de salir a menos que hayan muerto. Reinhardt no estaba involucrado en la trata de personas, y tampoco estaba interesado en ponerlo en práctica alguna vez. Ya ganaba demasiado dinero con el contrabando de licor, la extorsión y préstamo de dinero que luego cobraba con intereses. Además, tenía varios cabarets, pues El Paraíso no era el único. Tenía muchos distribuidos por el país y que, por supuesto, estaban ocultos, y cada uno tenía a un encargado que debía pasar un informe detallado al Jefe cada semana. Si uno de ellos no cumplía con su responsabilidad, o Reinhardt notaba que había errores, lo liquidaba y conseguía a otro que lo reemplazara.Reinhardt no era de confiar, pero no tenía opción en circunstancias como esa. No podía dividirse y hacerse cargo por sí mismo de todos
Las palabras de Charlie, aunque medidas, dejaron un claro mensaje, a lo que Jordan sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. Sabía en el fondo que lo que Charlie estaba diciéndole era una advertencia seria, algo que no debía tomar a la ligera.Aun así, trató de cambiar el curso de la conversación.—¿Sigues preocupándote por mí? —preguntó Jordan, brindándole una sonrisa conmovida.—No te pases de listo, Jordan —sin embargo, Charlie no pudo sonreír con él, pues se sentía algo inquieto—. Como te había dicho una vez, me das mucha lástima por cómo entraste a este mundo y todo lo que has tenido que pasar. Pero si alguna vez Reinhardt desenfunda su arma y te apunta a la cabeza con toda la intención de matarte, yo no podré defenderte. No me pondré enfrente de la pistola para que me dispare a mí, Jordan. Eso te lo puedo asegurar. No daré mi vida por la tuya. Así que, haz el favor y cuídate más. Tienes treinta minutos de descanso.Las últimas palabras de Charlie, frías y directas, no dejaro
La mujer, que no mostraba ni un atisbo de incomodidad, se levantó de inmediato. Sus movimientos eran fluidos, elegantes, y con una gracia que solo una mujer acostumbrada a ser admirada podría tener.Mientras Simone se alejaba, Reinhardt no desvió la vista de Jordan ni un solo segundo, como si quisiera dejar en claro que su presencia allí no solo era inoportuna, sino completamente irrelevante.—Esto es intolerable, campesino. Es la segunda vez que irrumpes en mi oficina de esta manera. ¿Qué te crees que estás haciendo? ¿Has olvidado cuál es tu lugar? —su voz, como un látigo, golpeó el ambiente. Pero, para sorpresa de Reinhardt, las palabras no tuvieron el impacto esperado. Jordan no se encogió ante él, no mostró temor ni sumisión. En su lugar, estaba una rabia tratando de ser reprimida, un dolor tan profundo que su corazón parecía latir en contra de su propio cuerpo.Jordan, a pesar de la furia de Reinhardt, no sentía ni miedo ni pavor. No tenía temor de las amenazas, ni siquiera de es
Jordan, sobresaltado por el modo en que Reinhardt había exclamado, pues no era muy habitual que lo hiciera, volteó con cautela, dando unos pasos hacia el escritorio. —No te dejaré pasar una más —declaró el Jefe—. Si vuelves a entrar en mi oficina de la misma forma en la que lo hiciste antes, te colocaré una soga en el cuello y te colgaré del techo.Jordan, en su interior, luchaba contra las palabras que se estaban formando en su garganta, pero no dijo nada. No podía. No sabía qué decir, y aunque la amenaza de Reinhardt se repetía una y otra vez en sus oídos, no sentía miedo. Lo que más le dolía era la presencia de esa mujer, Simone, esa figura perfecta que había irrumpido en su vida. Nada de lo que Reinhardt dijera o hiciera podría compararse con lo que sentía en ese momento. Los celos lo consumían y el dolor lo quemaba por dentro.Reinhardt lo miró fijamente, como esperando alguna respuesta, pero Jordan, simplemente, asintió.—¿Porqué no contestas apropiadamente? —regañó el Jefe—. D
Jordan empujado por el alcohol que ya comenzaba a nublar su juicio, decidió probar más. No estaba seguro de lo que hacía, pero algo dentro de él le decía que siguiera el juego. Comenzó a beber más rápido y cada trago fue subiéndole la temperatura corporal. El ardor del licor lo hacía sentir vivo, pero a la vez fuera de control. Sus pensamientos se volvían más pesados, más lentos, como si el alcohol hubiera bajado el volumen de su conciencia.Los hombres en la mesa comenzaron a reírse, a hacer chistes y hablar sobre su apariencia. Uno de los clientes, específicamente el que lo había invitado a la mesa, empezó a hacer ciertos comentarios.—Oye, pianista, eres un chico bastante lindo. Mira esa cara, parece la de una chica, ¿te lo han dicho?En lugar de sentirse incómodo como en otras ocasiones, Jordan, borracho y relajado por el alcohol, se echó a reír. No había nada en él que lo frenara.—¿La cara de una chica? ¿Por qué me ofendes así? —cuestionó, divertido.La risa de los hombres aumen
Reinhardt no le dio tiempo para reaccionar. Con rapidez y sin piedad, colocó ambos brazos a los costados de Jordan, apresionándolo aún más contra la pared, como si quisiera asegurarse de que no pudiera escapar. El contacto de sus cuerpos, tan cercanos, hacía que Jordan se sintiera vulnerable y asfixiado por la proximidad de Reinhardt.La mirada del Jefe, sin embargo, fue lo más aterrador. No había ira, no había enojo, solo una expresión sombría, vacía, pero intensamente peligrosa. Jordan, totalmente desconcertado, miró a Reinhardt fijamente y, con el ceño fruncido, le exigió una explicación.—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó, sin modular el tono de su voz, pero no recibió respuesta alguna.Sin embargo, Jordan no tenía intención de quedarse en esa posición mucho tiempo. Si Reinhardt no pensaba hablar, prefería irse.—Si no vas a decir nada, voy a volver al salón. Tengo que tocar el piano —dijo con firmeza, como si fuera la única forma de recuperar algo de control en la situaci
Jordan, por su parte, también estaba siendo consumido por la rabia. Lo que Reinhardt le decía, lleno de enojo, no lo incomodaba ni le daba miedo, y no estaba actuando solo por la influencia del alcohol. Era la furia de haberlo visto con aquella mujer tan deslumbrante lo que lo llevaba a actuar de esa manera, ya que Jordan sentía que nunca podría ser así, que nunca podría verse tan radiante debido a las circunstancias que lo obligaban a vivir como un hombre. Sabía que Reinhardt jamás lo elegiría y eso lo destruía, pero ¿por qué? ¿Por qué le molestaba tanto que el Jefe no lo tomara en serio? ¿Qué quería realmente? ¿Casarse con Reinhardt? ¡Eso era imposible!Junto a ese hombre nunca podría tener la vida tranquila y simple que alguna vez imaginó. Con Reinhardt, todo era violencia, muerte, disparos y una montaña de cuerpos sobre la cual había edificado su imperio. ¿Eso era lo que deseaba? ¿Que un asesino como Reinhardt se enamorara de él? Era simplemente una locura.—¿Eso es todo lo que ti
Reinhardt, quien había estado escrutando a Jordan sin pronunciar una sola palabra, notó cómo éste comenzaba a moverse, intentando irse, como si pensara que tenía la oportunidad de simplemente escapar de su prisión. La frustración que lo embargaba se transformó en furia cuando, sin pensarlo, agarró con fuerza las muñecas de Jordan y las levantó hacia arriba, presionándolas contra la pared con tal fuerza que Jordan se sintió completamente inmovilizado. Los brazos del chico quedaron estirados y sin libertad para moverse.Jordan, sintiendo la presión de su captura, comenzó a retorcerse.—¡Déjame ir, suéltame, carajo! —gritó, y cada exclamación estaba impregnada de una ira que quemaba en su garganta. Pero Reinhardt no cedió, no lo soltó, no lo liberó. No quería hacerlo. El control, la supremacía, se volvían esenciales para él.Entonces, como si el impulso de dominarlo no fuera suficiente, Reinhardt se asomó y lo besó con brusquedad, como un intento de apagar la ira de Jordan con un acto de