Reinhardt no le dio tiempo para reaccionar. Con rapidez y sin piedad, colocó ambos brazos a los costados de Jordan, apresionándolo aún más contra la pared, como si quisiera asegurarse de que no pudiera escapar. El contacto de sus cuerpos, tan cercanos, hacía que Jordan se sintiera vulnerable y asfixiado por la proximidad de Reinhardt.La mirada del Jefe, sin embargo, fue lo más aterrador. No había ira, no había enojo, solo una expresión sombría, vacía, pero intensamente peligrosa. Jordan, totalmente desconcertado, miró a Reinhardt fijamente y, con el ceño fruncido, le exigió una explicación.—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó, sin modular el tono de su voz, pero no recibió respuesta alguna.Sin embargo, Jordan no tenía intención de quedarse en esa posición mucho tiempo. Si Reinhardt no pensaba hablar, prefería irse.—Si no vas a decir nada, voy a volver al salón. Tengo que tocar el piano —dijo con firmeza, como si fuera la única forma de recuperar algo de control en la situaci
Jordan, por su parte, también estaba siendo consumido por la rabia. Lo que Reinhardt le decía, lleno de enojo, no lo incomodaba ni le daba miedo, y no estaba actuando solo por la influencia del alcohol. Era la furia de haberlo visto con aquella mujer tan deslumbrante lo que lo llevaba a actuar de esa manera, ya que Jordan sentía que nunca podría ser así, que nunca podría verse tan radiante debido a las circunstancias que lo obligaban a vivir como un hombre. Sabía que Reinhardt jamás lo elegiría y eso lo destruía, pero ¿por qué? ¿Por qué le molestaba tanto que el Jefe no lo tomara en serio? ¿Qué quería realmente? ¿Casarse con Reinhardt? ¡Eso era imposible!Junto a ese hombre nunca podría tener la vida tranquila y simple que alguna vez imaginó. Con Reinhardt, todo era violencia, muerte, disparos y una montaña de cuerpos sobre la cual había edificado su imperio. ¿Eso era lo que deseaba? ¿Que un asesino como Reinhardt se enamorara de él? Era simplemente una locura.—¿Eso es todo lo que ti
Reinhardt, quien había estado escrutando a Jordan sin pronunciar una sola palabra, notó cómo éste comenzaba a moverse, intentando irse, como si pensara que tenía la oportunidad de simplemente escapar de su prisión. La frustración que lo embargaba se transformó en furia cuando, sin pensarlo, agarró con fuerza las muñecas de Jordan y las levantó hacia arriba, presionándolas contra la pared con tal fuerza que Jordan se sintió completamente inmovilizado. Los brazos del chico quedaron estirados y sin libertad para moverse.Jordan, sintiendo la presión de su captura, comenzó a retorcerse.—¡Déjame ir, suéltame, carajo! —gritó, y cada exclamación estaba impregnada de una ira que quemaba en su garganta. Pero Reinhardt no cedió, no lo soltó, no lo liberó. No quería hacerlo. El control, la supremacía, se volvían esenciales para él.Entonces, como si el impulso de dominarlo no fuera suficiente, Reinhardt se asomó y lo besó con brusquedad, como un intento de apagar la ira de Jordan con un acto de
—¡No! ¡Suéltame, Reinhardt! ¿Qué vas a hacer? ¡¿Qué vas a hacer?! —gritó Jordan, luchando desesperadamente por liberarse. Su cuerpo se retorcía, sus piernas se movían frenéticamente, pero Reinhardt, con su fuerza y destreza, lo mantenía inmóvil. Luego, dejó de presionar su nuca para agarrarlo de ambos brazos y sujetarlo por detrás, forzándolo a quedar doblado, de cara al escritorio. A pesar de su resistencia, el cuerpo de Jordan comenzó a ceder bajo la presión. Algunos arañazos aparecieron en su piel, algunos de la lucha violenta que se desató entre los dos. —Te voy a dar las nalgadas más duras que debí haberte dado hace tiempo —expuso Reinhardt, mientras su rostro mostraba una sonrisa cruel, como si estuviera disfrutando de la humillación que le estaba imponiendo a Jordan—. Lo haré con tanta fuerza que la huella de mi mano quedará perfectamente sellada en tu piel, tan roja que te arderá como no te puedes imaginar. Te prometo que recordarás este momento cada vez que te sientes. —¡
El pánico se apoderó de ella. Intentó gritar, pero otra mano se estrelló contra su boca, sofocando cualquier sonido antes de que escapara de su garganta. La presión en su cuello aumentó, impidiéndole respirar con normalidad.—Shhh, ni siquiera lo pienses. No voy a permitir que armes un escándalo, y mucho menos que escapes. Guarda silencio, si no quieres que te corte en pedazos aquí y ahora, muy, muy despacio.Jordan forcejeó y sus uñas arañaron las muñecas de su captor, pero éste no cedió ni un milímetro. Sus ojos, brillando con una locura desquiciada, la miraban con un deleite enfermizo.Ella se desplomó cuando él aflojó la presión por un segundo, pero antes de que pudiera reaccionar, la tomó de la ropa y la azotó contra la pared, en lo que un dolor sordo recorrió su espalda al impactar contra el ladrillo frío, robándole el aliento.El hombre se inclinó y asomó su boca peligrosamente cerca de su oído. Sin embargo, no susurraba, no intentaba ser sigiloso. Su voz era potente, con una ca
Zaid sonreía. Siempre lo hacía. Reinhardt, en contraste, era un hombre de rostro adusto, medido, sin gestos innecesarios, pero Zaid… Zaid era la encarnación misma del júbilo perverso. Su sonrisa nunca desaparecía, se aferraba a su rostro como una sombra inquietante, como una mueca burlona que desafiaba cualquier lógica. No era una expresión de alegría, sino una advertencia, un reflejo de su naturaleza insaciable y cruel.Y en ese momento, su sonrisa se ensanchaba más que nunca.Sus ojos brillaban con una satisfacción peligrosa, con el fulgor de un cazador que, tras una persecución interminable, por fin había derribado a su presa. Durante demasiado tiempo había acechado a Jordan—o más bien, a Isabella—sin éxito. Lanzó sus redes en todas direcciones, aguardó con paciencia depredadora, siguió cada pista con la tenacidad de un animal hambriento. Y, una y otra vez, se había quedado con las manos vacías. Pero ahora, por fin, el destino había sido misericordioso con él. Su flecha había dado e
—Suéltala —exigió el hombre, sin ninguna intención de dar marcha atrás.Zaid supo de inmediato que aquel hombre no conocía a Jordan, ni tenía la menor idea de en qué se estaba metiendo. Era solo un entrometido con buenas intenciones, pero sin la información suficiente como para comprender la magnitud de la situación.Sin perder el tiempo, su mano libre descendió a la funda de su arma. En un movimiento fluido, sacó la pistola y apuntó con precisión quirúrgica. De pronto, el disparo resonó en el callejón con un estruendo ensordecedor y la bala impactó en el cuello del hombre.El desconocido soltó la madera que sostenía y su expresión pasó del desconcierto al horror absoluto mientras la sangre brotaba a borbotones de la herida, caliente y espesa. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas antes de desplomarse en el suelo, retorciéndose de dolor.Jordan sintió cómo un grito le subió por la garganta, pero al principio fue incapaz de articular palabra. Su cerebro tardó unos segundos en proce
Un jadeo tembloroso escapó de los labios de Jordan. Entonces, lentamente, casi con horror, giró la cabeza y volvió a fijar su vista en el moribundo. Sus labios se entreabrieron en un intento de contener la vibración de su respiración.Zaid, satisfecho, regresó su atención al hombre que agonizaba. Sus dedos largos presionaron con más fuerza la herida abierta, hundiéndose en la carne lacerada.—Vamos… aguanta un poco más. ¿Acaso no quieres vivir? —dijo con una sonrisa socarrona, inclinándose como si de verdad esperara una respuesta. El hombre solo emitió un sonido ahogado mientras su cuerpo convulsionaba ligeramente—. Vaya, qué decepción… pensé que pondrías más resistencia.El sufrimiento del hombre se prolongó. No murió de inmediato, sino que se quedó ahí, retorciéndose en un charco de su propia sangre, en lo que sus pupilas se dilataron poco a poco, mientras sus labios balbucearon palabras sin sentido. Jordan sintió que algo dentro de ella se rompía cuando, finalmente, la última exhal