Jordan, sobresaltado por el modo en que Reinhardt había exclamado, pues no era muy habitual que lo hiciera, volteó con cautela, dando unos pasos hacia el escritorio. —No te dejaré pasar una más —declaró el Jefe—. Si vuelves a entrar en mi oficina de la misma forma en la que lo hiciste antes, te colocaré una soga en el cuello y te colgaré del techo.Jordan, en su interior, luchaba contra las palabras que se estaban formando en su garganta, pero no dijo nada. No podía. No sabía qué decir, y aunque la amenaza de Reinhardt se repetía una y otra vez en sus oídos, no sentía miedo. Lo que más le dolía era la presencia de esa mujer, Simone, esa figura perfecta que había irrumpido en su vida. Nada de lo que Reinhardt dijera o hiciera podría compararse con lo que sentía en ese momento. Los celos lo consumían y el dolor lo quemaba por dentro.Reinhardt lo miró fijamente, como esperando alguna respuesta, pero Jordan, simplemente, asintió.—¿Porqué no contestas apropiadamente? —regañó el Jefe—. D
Jordan empujado por el alcohol que ya comenzaba a nublar su juicio, decidió probar más. No estaba seguro de lo que hacía, pero algo dentro de él le decía que siguiera el juego. Comenzó a beber más rápido y cada trago fue subiéndole la temperatura corporal. El ardor del licor lo hacía sentir vivo, pero a la vez fuera de control. Sus pensamientos se volvían más pesados, más lentos, como si el alcohol hubiera bajado el volumen de su conciencia.Los hombres en la mesa comenzaron a reírse, a hacer chistes y hablar sobre su apariencia. Uno de los clientes, específicamente el que lo había invitado a la mesa, empezó a hacer ciertos comentarios.—Oye, pianista, eres un chico bastante lindo. Mira esa cara, parece la de una chica, ¿te lo han dicho?En lugar de sentirse incómodo como en otras ocasiones, Jordan, borracho y relajado por el alcohol, se echó a reír. No había nada en él que lo frenara.—¿La cara de una chica? ¿Por qué me ofendes así? —cuestionó, divertido.La risa de los hombres aumen
Reinhardt no le dio tiempo para reaccionar. Con rapidez y sin piedad, colocó ambos brazos a los costados de Jordan, apresionándolo aún más contra la pared, como si quisiera asegurarse de que no pudiera escapar. El contacto de sus cuerpos, tan cercanos, hacía que Jordan se sintiera vulnerable y asfixiado por la proximidad de Reinhardt.La mirada del Jefe, sin embargo, fue lo más aterrador. No había ira, no había enojo, solo una expresión sombría, vacía, pero intensamente peligrosa. Jordan, totalmente desconcertado, miró a Reinhardt fijamente y, con el ceño fruncido, le exigió una explicación.—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó, sin modular el tono de su voz, pero no recibió respuesta alguna.Sin embargo, Jordan no tenía intención de quedarse en esa posición mucho tiempo. Si Reinhardt no pensaba hablar, prefería irse.—Si no vas a decir nada, voy a volver al salón. Tengo que tocar el piano —dijo con firmeza, como si fuera la única forma de recuperar algo de control en la situaci
Jordan, por su parte, también estaba siendo consumido por la rabia. Lo que Reinhardt le decía, lleno de enojo, no lo incomodaba ni le daba miedo, y no estaba actuando solo por la influencia del alcohol. Era la furia de haberlo visto con aquella mujer tan deslumbrante lo que lo llevaba a actuar de esa manera, ya que Jordan sentía que nunca podría ser así, que nunca podría verse tan radiante debido a las circunstancias que lo obligaban a vivir como un hombre. Sabía que Reinhardt jamás lo elegiría y eso lo destruía, pero ¿por qué? ¿Por qué le molestaba tanto que el Jefe no lo tomara en serio? ¿Qué quería realmente? ¿Casarse con Reinhardt? ¡Eso era imposible!Junto a ese hombre nunca podría tener la vida tranquila y simple que alguna vez imaginó. Con Reinhardt, todo era violencia, muerte, disparos y una montaña de cuerpos sobre la cual había edificado su imperio. ¿Eso era lo que deseaba? ¿Que un asesino como Reinhardt se enamorara de él? Era simplemente una locura.—¿Eso es todo lo que ti
Reinhardt, quien había estado escrutando a Jordan sin pronunciar una sola palabra, notó cómo éste comenzaba a moverse, intentando irse, como si pensara que tenía la oportunidad de simplemente escapar de su prisión. La frustración que lo embargaba se transformó en furia cuando, sin pensarlo, agarró con fuerza las muñecas de Jordan y las levantó hacia arriba, presionándolas contra la pared con tal fuerza que Jordan se sintió completamente inmovilizado. Los brazos del chico quedaron estirados y sin libertad para moverse.Jordan, sintiendo la presión de su captura, comenzó a retorcerse.—¡Déjame ir, suéltame, carajo! —gritó, y cada exclamación estaba impregnada de una ira que quemaba en su garganta. Pero Reinhardt no cedió, no lo soltó, no lo liberó. No quería hacerlo. El control, la supremacía, se volvían esenciales para él.Entonces, como si el impulso de dominarlo no fuera suficiente, Reinhardt se asomó y lo besó con brusquedad, como un intento de apagar la ira de Jordan con un acto de
—¡No! ¡Suéltame, Reinhardt! ¿Qué vas a hacer? ¡¿Qué vas a hacer?! —gritó Jordan, luchando desesperadamente por liberarse. Su cuerpo se retorcía, sus piernas se movían frenéticamente, pero Reinhardt, con su fuerza y destreza, lo mantenía inmóvil. Luego, dejó de presionar su nuca para agarrarlo de ambos brazos y sujetarlo por detrás, forzándolo a quedar doblado, de cara al escritorio. A pesar de su resistencia, el cuerpo de Jordan comenzó a ceder bajo la presión. Algunos arañazos aparecieron en su piel, algunos de la lucha violenta que se desató entre los dos. —Te voy a dar las nalgadas más duras que debí haberte dado hace tiempo —expuso Reinhardt, mientras su rostro mostraba una sonrisa cruel, como si estuviera disfrutando de la humillación que le estaba imponiendo a Jordan—. Lo haré con tanta fuerza que la huella de mi mano quedará perfectamente sellada en tu piel, tan roja que te arderá como no te puedes imaginar. Te prometo que recordarás este momento cada vez que te sientes. —¡
El pánico se apoderó de ella. Intentó gritar, pero otra mano se estrelló contra su boca, sofocando cualquier sonido antes de que escapara de su garganta. La presión en su cuello aumentó, impidiéndole respirar con normalidad.—Shhh, ni siquiera lo pienses. No voy a permitir que armes un escándalo, y mucho menos que escapes. Guarda silencio, si no quieres que te corte en pedazos aquí y ahora, muy, muy despacio.Jordan forcejeó y sus uñas arañaron las muñecas de su captor, pero éste no cedió ni un milímetro. Sus ojos, brillando con una locura desquiciada, la miraban con un deleite enfermizo.Ella se desplomó cuando él aflojó la presión por un segundo, pero antes de que pudiera reaccionar, la tomó de la ropa y la azotó contra la pared, en lo que un dolor sordo recorrió su espalda al impactar contra el ladrillo frío, robándole el aliento.El hombre se inclinó y asomó su boca peligrosamente cerca de su oído. Sin embargo, no susurraba, no intentaba ser sigiloso. Su voz era potente, con una ca
Zaid sonreía. Siempre lo hacía. Reinhardt, en contraste, era un hombre de rostro adusto, medido, sin gestos innecesarios, pero Zaid… Zaid era la encarnación misma del júbilo perverso. Su sonrisa nunca desaparecía, se aferraba a su rostro como una sombra inquietante, como una mueca burlona que desafiaba cualquier lógica. No era una expresión de alegría, sino una advertencia, un reflejo de su naturaleza insaciable y cruel.Y en ese momento, su sonrisa se ensanchaba más que nunca.Sus ojos brillaban con una satisfacción peligrosa, con el fulgor de un cazador que, tras una persecución interminable, por fin había derribado a su presa. Durante demasiado tiempo había acechado a Jordan—o más bien, a Isabella—sin éxito. Lanzó sus redes en todas direcciones, aguardó con paciencia depredadora, siguió cada pista con la tenacidad de un animal hambriento. Y, una y otra vez, se había quedado con las manos vacías. Pero ahora, por fin, el destino había sido misericordioso con él. Su flecha había dado e