Javier entró en la habitación del hospital por segunda vez esa semana. La primera vez no pudo confrontar a la basura de Alberto Villanegra, porque estaba siendo interrogado por las autoridades. Creyó que pagaría por la denuncia interpuesta por Andrea, pero no pasó. La enfermera privada que tenía a cargo su cuidado, le avisó que Alberto no paraba de pedir que llevaran a Andrea a verlo y eso lo había traído hasta él, esta vez. Javier observó la sombra demacrada de su antiguo ser, y sin vacilar se acercó a la cama sin ocultar la satisfacción que le daba verlo en ese estado.—Qué bajo has caído… —murmuró con frialdad y alejó despacio la máscara de oxígeno de su rostro.Los ojos de Alberto se abrieron de golpe, el pánico reflejándose en ellos mientras luchaba por respirar. Javier se inclinó cerca del oído de Alberto para susurrar:—Cada centavo que tenías, cada conexión, todo se ha ido. Y adivina quién lo hizo —susurró con una sonrisa cruel curvando sus labios—. ¿Creíste que jamás enfren
Andrea tuvo que presionar la mano contra su pecho para tranquilizar su corazón desbocado. La colonia de Javier en su chaqueta aún se mantenía presente y no pudo evitar inhalar con fuerza y disfrutar del aroma varonil.Y cerró los ojos, reviviendo el momento en que sus labios casi se encontraron, y un fuerte escalofrío recorrió su espalda.«¿Qué estás haciendo, Andrea?», se regañó mentalmente, sacudiendo la cabeza. No podía creer que sus emociones se volvieran incontrolables al tener a Javier tan cerca y aunque quería echarse a llorar por la intensidad de las mismas, sonrió como una estúpida tras la puerta cerrada. No se atrevió a constatar si se había ido y casi corrió a su apartamento, sintiendo como si flotara, como si el tiempo no hubiera transcurrido desde que chocaron la primera vez en el patio de su casa. Al entrar, se dejó caer en el sofá, hundiendo el rostro entre sus manos, con una sensación de anhelo, envolviéndola en un abrazo fantasma que amenazaba con derribar todas sus
El ronroneo del motor se mezclaba con la música que inundaba el auto mientras Andrea observaba las luces de la ciudad desdibujarse en la ventanilla. Sara, con una mano en el volante y la otra tecleando en su celular, frunció el ceño.—Andrea, lee esto —ordenó, lanzándole el teléfono.Con dedos temblorosos, Andrea desbloqueó la pantalla y leyó: —Código rojo. En el As de copas. ¡Ahora!—¡Carajo! —exclamó Sara y pisó el acelerador, cambiando de carril con brusquedad. Una sinfonía de bocinazos e insultos quedó atrás. —¡Por Dios! ¿Quieres matarnos? —gritó Andrea, sobresaltada y se aferró al tablero y al asiento como pudo. —Es una emergencia —respondió Sara sin mirarla—. Una amiga tiene problemas.—Me di cuenta, pero si sigues conduciendo como poseída, las de la emergencia seremos nosotras. ¡Sara, tienes un hijo, cielo santo!Andrea notó que se alejaban demasiado de la zona comercial y por el aspecto que tenían las calles que cruzaban, era peor y más peligroso que donde vivía. Se removi
El teléfono de Andrea vibró en su bolsillo por enésima vez. Otro mensaje de Alberto. Lo ignoró, como había hecho con la llamada perdida de la noche anterior, porque no pensaba volver a verlo en su vida. Su mente estaba muy ocupada con el presente y no quería dedicarle más tiempo a eso. Cuatro horas en auto era suficiente para imaginar una escena donde abría la puerta del acompañante y empujaba a su hermana mayor a través de ella. —No me mires as. Me asustas. Te pones como Efra cuando está planeando algo malo —dijo Sara lanzándole el cojín cervical que estaba usando. —¡Cállate de una vez! Y no me lances... —El objeto voló de vuelta, golpeando a Andrea en la cara con un satisfactorio “plof"—, cosas. La risa no la dejó continuar, pero Sara se le quedó viendo.—¿Qué? —preguntó confundida. —Me gusta verte reír. Pensé que después de todo lo que te pasó, pues... ¿Irás a verlo? Si quieres te acompaño.El buen humor de Andrea se evaporó al instante.—Entre él y yo ya no hay nada que habl
Andrea se apartó del abrazo de su padre, aun con el nudo en su garganta amenazando con ahogarla mientras sus ojos se encontraban con los de Sara, quien fingió estar absorta en la pantalla de su teléfono.El movimiento captó la atención de Efraín, quien se interpuso en su camino, su mano grande y cálida envolviendo la de ella.—Andy, hablemos… —susurró Efraín sin soltarla. Sus ojos se desviaron hacia Javier, que dio un paso hacia ella como si quisiera intervenir.—Mira, no quiero discutir —susurró—. Te prometo que solo vine a despedirme de papá y me aseguré de que la prensa no nos siguiera. Cerró los ojos, esperando la explosión de Efraín. El silencio que siguió fue casi peor. —Sabía que venías. Sara me llamó —dijo finalmente Efraín, pasándose una mano por el cabello en un gesto nervioso que Andrea reconoció de su infancia—. Hablemos, por favor...Andrea miró a Sara, haciéndole saber que tenían una conversación pendiente.Ella le sacó la lengua de forma infantil y se volteó hacia su
—No, solo... no sé a qué viniste —dijo, reprimiendo un temblor en su voz. Trató de parecer indiferente, pero cada palabra se sintió como un desafío que no estaba lista para enfrentar. Andrea se dio unas palmadas mentales, felicitándose por lograr la expresión de desconcierto, molestia y vergüenza en él. Sin embargo, las risas de burla de su hermano la hicieron sentir la peor persona del mundo al ver a Javier con las mejillas encendidas, mirando a Efraín de mala manera. Sintió algo en el estómago y no se contuvo al darle un codazo a su hermano en el abdomen. La queja del grandote se vio mitigada por la salida de Sara. —Pensé que se estaban matando aquí afuera y en lugar de eso están jugando como niños. Maduren —dijo haciéndolos reír, pero callaron al verla secar una lágrima de su rostro enrojecido. —Voy por bebidas —Javier, alejó la intensa mirada de Andrea y permitiendo que soltara el aire que estaba conteniendo.—Bien. Ya le hizo efecto el medicamento, ahora está durmiendo —resp
El sabor dulce de sus labios aún seguía en su paladar y aunque Javier sabía que no debió hacerlo en ese lugar, todo raciocinio se desvaneció al escuchar el suave ritmo de la respiración agitada de Andrea junto a la suya. Lleno de frustración exhaló y permitió que ella tomara cierta distancia hasta que escuchó una voz gruesa a sus espaldas.—¿Andrea?Javier se giró para ver al intruso, un hombre con una sonrisa pulida y una inmaculada bata blanca. A su lado, Andrea cerró los puños y un leve temblor se apoderó de su cuerpo, pero fue la mirada suplicante en su dirección la que lo sacudió. Y aunque no entendió a qué le temía, su instinto protector hizo que se irguiera tras ella. —Alejandro, no sabía que trabajabas aquí —dijo Andrea dando un paso hacia atrás, apenas perceptible para otros, pero una alarma en neón para él.—No, tengo mi clínica. Solo cubro algunos pacientes de mi padre por unos días. —Le señaló la habitación y le extendió una tarjeta. Andrea se lo pensó un momento antes
Un golpe contra el suelo resonó en la habitación del hospital, seguido de un grito desgarrador. Andrea se precipitó fuera del baño, pensando que su padre se había caído.Sin embargo, lo encontró blandiendo su bastón como un arma, mientras un enfermero se cubría la cabeza, con un hilo de sangre escurriéndose entre sus dedos.—¡Papá, no! —gritó Andrea, lanzándose hacia él.Los ojos de Alfredo, siempre cálidos y llenos de amor, ahora los tenía desorbitados, perdidos e irreconocibles.—¡Aléjate de mí! —gritó, girando hacia ella con el bastón en alto.Eso la hizo detenerse en seco, incrédula y asustada.—Soy yo, papá. Andrea. Tu hija.Una chispa de reconocimiento pareció iluminar sus ojos, pero se desvaneció tan rápido como llegó. —¡Mentira! Mi princesa es una niña. Tú eres una impostora.Andrea tropezó con sus propios pies al retroceder y chocó contra la pared, sollozando sin control.Un equipo de enfermeros irrumpió en la habitación, y Andrea observó, impotente, cómo sedaban a su padre