El sabor dulce de sus labios aún seguía en su paladar y aunque Javier sabía que no debió hacerlo en ese lugar, todo raciocinio se desvaneció al escuchar el suave ritmo de la respiración agitada de Andrea junto a la suya. Lleno de frustración exhaló y permitió que ella tomara cierta distancia hasta que escuchó una voz gruesa a sus espaldas.—¿Andrea?Javier se giró para ver al intruso, un hombre con una sonrisa pulida y una inmaculada bata blanca. A su lado, Andrea cerró los puños y un leve temblor se apoderó de su cuerpo, pero fue la mirada suplicante en su dirección la que lo sacudió. Y aunque no entendió a qué le temía, su instinto protector hizo que se irguiera tras ella. —Alejandro, no sabía que trabajabas aquí —dijo Andrea dando un paso hacia atrás, apenas perceptible para otros, pero una alarma en neón para él.—No, tengo mi clínica. Solo cubro algunos pacientes de mi padre por unos días. —Le señaló la habitación y le extendió una tarjeta. Andrea se lo pensó un momento antes
Un golpe contra el suelo resonó en la habitación del hospital, seguido de un grito desgarrador. Andrea se precipitó fuera del baño, pensando que su padre se había caído.Sin embargo, lo encontró blandiendo su bastón como un arma, mientras un enfermero se cubría la cabeza, con un hilo de sangre escurriéndose entre sus dedos.—¡Papá, no! —gritó Andrea, lanzándose hacia él.Los ojos de Alfredo, siempre cálidos y llenos de amor, ahora los tenía desorbitados, perdidos e irreconocibles.—¡Aléjate de mí! —gritó, girando hacia ella con el bastón en alto.Eso la hizo detenerse en seco, incrédula y asustada.—Soy yo, papá. Andrea. Tu hija.Una chispa de reconocimiento pareció iluminar sus ojos, pero se desvaneció tan rápido como llegó. —¡Mentira! Mi princesa es una niña. Tú eres una impostora.Andrea tropezó con sus propios pies al retroceder y chocó contra la pared, sollozando sin control.Un equipo de enfermeros irrumpió en la habitación, y Andrea observó, impotente, cómo sedaban a su padre
El estómago le dio un vuelco al darse cuenta de que aquella seguridad que reunió por semanas al no responder los mensajes de Alberto, se diluían con cada paso. Un hombre de traje oscuro y lentes de sol le abrió la puerta de su propio apartamento y sintió que sus piernas ya no podían sostenerla más. Perdió por completo el valor y se sintió enferma de solo pensar que en unos segundos tendría que encararlos.Martha Villanegra estaba de pie y sostenía su bolso de lujo con ambas manos, como un símbolo de poder, mientras una carpeta de piel descansaba sobre la mesa de vidrio en el centro de la sala.—Esperé demasiado, pero necesito hablar contigo... en privado. —No tengo nada que hablar con usted —respondió, haciendo un esfuerzo monumental por mantener la firmeza en su voz—. Tampoco quiero ver a su hijo, ya se lo comuniqué a mi abogado.Andrea dejó la puerta abierta para que entendiera el mensaje, aunque dejó salir un pequeño suspiro de alivio al notar que él no estaba ahí.Andrea mantuv
La puerta se abrió y allí estaba ella. Andrea García, con su cabello oscuro recogido en una coleta descuidada y unos pantalones de chándal que no hacían nada para disimular sus curvas. Javier sintió que se le secaba la boca.El móvil vibró en su bolsillo. Otra llamada de su madre. La ignoró, como había estado haciendo toda la tarde. Ya lidiaría con eso después."Cuando un hombre tiene un objetivo en mente," pensó, "no existe ningún obstáculo que le parezca imposible de superar."Para Javier ya no era imprescindible acudir a tiempo a la fiesta de su padre. Ahora, era Andrea quien acaparaba toda su atención. —¿Te encuentras bien? —La sorpresa fue evidente en su voz. Él se pasó una mano por el pelo, consciente de repente de lo impulsivo de su visita. —Yo... bueno, quería hablar contigo antes de irme.Andrea escudriñando su rostro, pero al final asintió y se hizo a un lado.—Adelante. ¿Te sirvo algo?—Estoy bien. Gracias.El apartamento era pequeño pero acogedor. Un sofá desgastado ocu
Andrea ya estaba sentada en un asiento de lujo del avión privado de los Herrera, pero Javier no aparecía por ningún lado y la ansiedad empezaba a burbujear en su pecho. Su mente seguía volviendo al último encuentro que tuvieron cuando su risa desencadenó una reacción extraña en él, y cambió su expresión de relajada a una de completa tensión en cuestión de segundos. Andrea se removió en su asiento, intentando sacudirse la sensación de fracaso que pesaba sobre sus hombros, después de verlo perturbado, alejándose de su apartamento de manera tan abrupta.La puerta se abrió al mismo tiempo en que las risas de Sara y sus amigas resonaron en la pequeña sala y Javier atravesó el umbral con una sonrisa tensa.Ellas lo rodearon y una de ellas le lanzó una mirada cargada de intención mientras jugaba con el collar que adornaba su cuello.—¡Pensamos que ya no venías! —dijo Sara con un tono más alto de lo necesario acercándose a Javier con un brillo travieso en los ojos.Javier les devolvió una s
Tres días ya. Interminables, asfixiantes y vergonzosas, que parecían contener el doble de horas predeterminadas por día. Andrea se sentía con la obligación civil de alertar a cualquiera que jamás cometieran el error de aceptar un viaje nacido del resentimiento de mujeres atolondradas. Todo era un desastre y se convenció de que ya no estaba para eso, que no volvería a estar en sintonía con gente de su edad. Estaba segura de que Javier le dio la tarjeta por compasión. Al fin y al cabo, ella era la hermanita de su mejor amigo. Y se arrepintió de no decirle que lo llamaría ella para sacarlo de aquel apuro. Andrea tenía la certeza que esa llamada nunca llegaría.Un «Está bien» fue lo que respondió, y quiso golpearse la frente por ser tan poco creativa, tan poco lanzada, tan poco... todo. Si lo volvía a ver, le soltaría una frase ingeniosa y que disfrutaría de la cara de bobo que pondría ante su desparpajo y sensualidad. Pero al final se conformó con reírse de sí misma, con mucha pena
Andrea retrocedió tambaleante, incapaz de apartar la mirada del rostro que tenía frente a ella. El impacto contra el pecho firme de Franco Baumann la dejó sin aliento, pero no fue eso lo que la desestabilizó, sino la sorpresa de encontrarlo ahí. —Ach du Scheiße! —murmuró él mientras la sostenía para evitar que cayera y la examinaba de pies a cabeza.Franco solía maldecir en alemán cuando se asustaba o Andrea lograba ponerlo en aprietos. Ahora, la situación era muy diferente. Ella sabía que no tenía nada que temer, pero estaba tan cerca que su cuerpo reaccionó por sí solo. La tensión se apoderó de ella, sus dientes comenzaron a castañetear y un frío helado recorrió sus extremidades. Era la proximidad lo que la paralizaba, la cercanía de un amigo que significó tanto para ella, pero que ahora, tras el doloroso trauma de su matrimonio, solo lograba despertarle una ansiedad incontrolable.Franco, perceptivo como siempre, notó su reacción. Sus ojos se deslizaron hacia sus piernas desnuda
La inocencia es un término que describe la carencia de culpabilidad con respecto a una mala acción, y Javier Herrera no había sido inocente durante la mayor parte de su vida, menos en ese instante. Ya llevaba demasiado tiempo en abstinencia y al reconocerla, no dudó en deleitarse con cada espacio de piel expuesta, iluminada casi a propósito por luces tenues provenientes de la calle, que la hacían ver más deseable de lo que podía recordar. Sabía que no advertirle de su presencia estuvo mal, pero en su defensa, fue como si la hubiese invocado en aquel momento y eso le ocasionó un cortocircuito a su cerebro que lo paralizó. Su instinto se impuso por completo hasta que la mano de Andrea se movió hacia la manija de la puerta, y Javier sintió una punzada de pánico. No podía dejarla ir, no ahora que el destino los había reunido de nuevo.—Andrea, espera —Extendió una mano hacia ella, pero se detuvo antes de tocarla, a pesar del reducido espacio del Porsche—. ¿Estás bien? Pareces... altera