La puerta se abrió y allí estaba ella. Andrea García, con su cabello oscuro recogido en una coleta descuidada y unos pantalones de chándal que no hacían nada para disimular sus curvas. Javier sintió que se le secaba la boca.El móvil vibró en su bolsillo. Otra llamada de su madre. La ignoró, como había estado haciendo toda la tarde. Ya lidiaría con eso después."Cuando un hombre tiene un objetivo en mente," pensó, "no existe ningún obstáculo que le parezca imposible de superar."Para Javier ya no era imprescindible acudir a tiempo a la fiesta de su padre. Ahora, era Andrea quien acaparaba toda su atención. —¿Te encuentras bien? —La sorpresa fue evidente en su voz. Él se pasó una mano por el pelo, consciente de repente de lo impulsivo de su visita. —Yo... bueno, quería hablar contigo antes de irme.Andrea escudriñando su rostro, pero al final asintió y se hizo a un lado.—Adelante. ¿Te sirvo algo?—Estoy bien. Gracias.El apartamento era pequeño pero acogedor. Un sofá desgastado ocu
Andrea ya estaba sentada en un asiento de lujo del avión privado de los Herrera, pero Javier no aparecía por ningún lado y la ansiedad empezaba a burbujear en su pecho. Su mente seguía volviendo al último encuentro que tuvieron cuando su risa desencadenó una reacción extraña en él, y cambió su expresión de relajada a una de completa tensión en cuestión de segundos. Andrea se removió en su asiento, intentando sacudirse la sensación de fracaso que pesaba sobre sus hombros, después de verlo perturbado, alejándose de su apartamento de manera tan abrupta.La puerta se abrió al mismo tiempo en que las risas de Sara y sus amigas resonaron en la pequeña sala y Javier atravesó el umbral con una sonrisa tensa.Ellas lo rodearon y una de ellas le lanzó una mirada cargada de intención mientras jugaba con el collar que adornaba su cuello.—¡Pensamos que ya no venías! —dijo Sara con un tono más alto de lo necesario acercándose a Javier con un brillo travieso en los ojos.Javier les devolvió una s
Tres días ya. Interminables, asfixiantes y vergonzosas, que parecían contener el doble de horas predeterminadas por día. Andrea se sentía con la obligación civil de alertar a cualquiera que jamás cometieran el error de aceptar un viaje nacido del resentimiento de mujeres atolondradas. Todo era un desastre y se convenció de que ya no estaba para eso, que no volvería a estar en sintonía con gente de su edad. Estaba segura de que Javier le dio la tarjeta por compasión. Al fin y al cabo, ella era la hermanita de su mejor amigo. Y se arrepintió de no decirle que lo llamaría ella para sacarlo de aquel apuro. Andrea tenía la certeza que esa llamada nunca llegaría.Un «Está bien» fue lo que respondió, y quiso golpearse la frente por ser tan poco creativa, tan poco lanzada, tan poco... todo. Si lo volvía a ver, le soltaría una frase ingeniosa y que disfrutaría de la cara de bobo que pondría ante su desparpajo y sensualidad. Pero al final se conformó con reírse de sí misma, con mucha pena
Andrea retrocedió tambaleante, incapaz de apartar la mirada del rostro que tenía frente a ella. El impacto contra el pecho firme de Franco Baumann la dejó sin aliento, pero no fue eso lo que la desestabilizó, sino la sorpresa de encontrarlo ahí. —Ach du Scheiße! —murmuró él mientras la sostenía para evitar que cayera y la examinaba de pies a cabeza.Franco solía maldecir en alemán cuando se asustaba o Andrea lograba ponerlo en aprietos. Ahora, la situación era muy diferente. Ella sabía que no tenía nada que temer, pero estaba tan cerca que su cuerpo reaccionó por sí solo. La tensión se apoderó de ella, sus dientes comenzaron a castañetear y un frío helado recorrió sus extremidades. Era la proximidad lo que la paralizaba, la cercanía de un amigo que significó tanto para ella, pero que ahora, tras el doloroso trauma de su matrimonio, solo lograba despertarle una ansiedad incontrolable.Franco, perceptivo como siempre, notó su reacción. Sus ojos se deslizaron hacia sus piernas desnuda
La inocencia es un término que describe la carencia de culpabilidad con respecto a una mala acción, y Javier Herrera no había sido inocente durante la mayor parte de su vida, menos en ese instante. Ya llevaba demasiado tiempo en abstinencia y al reconocerla, no dudó en deleitarse con cada espacio de piel expuesta, iluminada casi a propósito por luces tenues provenientes de la calle, que la hacían ver más deseable de lo que podía recordar. Sabía que no advertirle de su presencia estuvo mal, pero en su defensa, fue como si la hubiese invocado en aquel momento y eso le ocasionó un cortocircuito a su cerebro que lo paralizó. Su instinto se impuso por completo hasta que la mano de Andrea se movió hacia la manija de la puerta, y Javier sintió una punzada de pánico. No podía dejarla ir, no ahora que el destino los había reunido de nuevo.—Andrea, espera —Extendió una mano hacia ella, pero se detuvo antes de tocarla, a pesar del reducido espacio del Porsche—. ¿Estás bien? Pareces... altera
Franco mantenía la mirada fija en el punto donde Cassandra y Andrea desaparecieron. Había una dureza en su mandíbula que Javier reconoció al instante, como un gesto que siempre precedía a las peleas más memorables que tuvieron en la universidad. Fue entonces cuando Javier notó que Franco sostenía el móvil de Andrea en su mano. Lo reconoció de inmediato por los abalorios que colgaban de la funda, un detalle que ella siempre llevaba.—¿Conoces a ese pequeño demonio? —preguntó con irritación.Javier sintió un extraño calor extenderse por su cuerpo y respiró hondo, forzándose a mantener la calma. Podía quitárselo, pero optó por una estrategia diferente.—Puedes entregármelo. La conozco —dijo Javier, extendiendo la mano con aparente despreocupación, aunque la tensión en sus músculos le quemaba. Sabía que no era lo más inteligente mostrar desesperación, pero no podía evitarloNo tenía por qué revelar que Cassandra era su hermana.Franco lo ignoró, deslizando el teléfono de nuevo en su bol
—¿Lista? Tenemos media hora y te aseguro que no quieres llegar tarde a conocer a tu futura suegra. Cassandra contuvo la carcajada al ver a Andrea chocar con la puerta justo después de escucharla. Andrea se acercó al espejo recobrando un poco de dignidad, deslizó el lápiz labial sobre el resto del contorno y sonrió, intentando ignorar el reflejo de su nueva amiga, que la miraba con toda la intención de seguir burlándose de ella. Seguía sin poder creer las vueltas que daba la vida al conocerla en otro continente y ahora casi vivía con ella, justo la hermana de Javier.—Me parece de lo más extraño que él no se moleste por tu oficio de celestina. —¡Claro que lo hace! Y eso lo hace más divertido.Cassandra se paró junto a ella para acomodarse la coleta alta, le guiñó un ojo y le lanzó un beso a su propia imagen en el espejo, haciendo reír a Andrea. —Entonces, lo haces con frecuencia —comentó, mirándola con intención de alargar la conversación. —No. —Cassandra tomó el bolso y salió de
Quería besarla y confesar todo lo que se había guardado desde que la dejó partir de aquel hotel en Monterrey, pero en su lugar, la observó en silencio, cautivado por la forma en que sus ojos recorrían el paisaje. El atardecer bañaba su rostro con una luz dorada, resaltando cada una de sus facciones.La había traído al lugar que consideraba su verdadero hogar, esperando poder compartir con ella un pedazo de su vida.—Es hermoso —dijo Andrea, admirando la extensión del terreno—. ¿Creciste aquí?Javier sonrió, recordando el pasado con un poco de dolor y nostalgia.—Algo así. Mi madre y yo llegamos cuando tenía doce años. Si te dijera que me ofrecieron por primera vez pasar mis vacaciones escolares en el extranjero, me negué para poder disfrutar de este sitio, ¿me creerías? —La verdad, sí —admitió Andrea con una sonrisa—, tanta belleza parece irreal. —Opino igual —respondió Javier, sin poder apartar los ojos de ella. Se dio cuenta de que se había acercado demasiado cuando Andrea dio un