Tres días ya. Interminables, asfixiantes y vergonzosas, que parecían contener el doble de horas predeterminadas por día. Andrea se sentía con la obligación civil de alertar a cualquiera que jamás cometieran el error de aceptar un viaje nacido del resentimiento de mujeres atolondradas. Todo era un desastre y se convenció de que ya no estaba para eso, que no volvería a estar en sintonía con gente de su edad. Estaba segura de que Javier le dio la tarjeta por compasión. Al fin y al cabo, ella era la hermanita de su mejor amigo. Y se arrepintió de no decirle que lo llamaría ella para sacarlo de aquel apuro. Andrea tenía la certeza que esa llamada nunca llegaría.Un «Está bien» fue lo que respondió, y quiso golpearse la frente por ser tan poco creativa, tan poco lanzada, tan poco... todo. Si lo volvía a ver, le soltaría una frase ingeniosa y que disfrutaría de la cara de bobo que pondría ante su desparpajo y sensualidad. Pero al final se conformó con reírse de sí misma, con mucha pena
Andrea retrocedió tambaleante, incapaz de apartar la mirada del rostro que tenía frente a ella. El impacto contra el pecho firme de Franco Baumann la dejó sin aliento, pero no fue eso lo que la desestabilizó, sino la sorpresa de encontrarlo ahí. —Ach du Scheiße! —murmuró él mientras la sostenía para evitar que cayera y la examinaba de pies a cabeza.Franco solía maldecir en alemán cuando se asustaba o Andrea lograba ponerlo en aprietos. Ahora, la situación era muy diferente. Ella sabía que no tenía nada que temer, pero estaba tan cerca que su cuerpo reaccionó por sí solo. La tensión se apoderó de ella, sus dientes comenzaron a castañetear y un frío helado recorrió sus extremidades. Era la proximidad lo que la paralizaba, la cercanía de un amigo que significó tanto para ella, pero que ahora, tras el doloroso trauma de su matrimonio, solo lograba despertarle una ansiedad incontrolable.Franco, perceptivo como siempre, notó su reacción. Sus ojos se deslizaron hacia sus piernas desnuda
La inocencia es un término que describe la carencia de culpabilidad con respecto a una mala acción, y Javier Herrera no había sido inocente durante la mayor parte de su vida, menos en ese instante. Ya llevaba demasiado tiempo en abstinencia y al reconocerla, no dudó en deleitarse con cada espacio de piel expuesta, iluminada casi a propósito por luces tenues provenientes de la calle, que la hacían ver más deseable de lo que podía recordar. Sabía que no advertirle de su presencia estuvo mal, pero en su defensa, fue como si la hubiese invocado en aquel momento y eso le ocasionó un cortocircuito a su cerebro que lo paralizó. Su instinto se impuso por completo hasta que la mano de Andrea se movió hacia la manija de la puerta, y Javier sintió una punzada de pánico. No podía dejarla ir, no ahora que el destino los había reunido de nuevo.—Andrea, espera —Extendió una mano hacia ella, pero se detuvo antes de tocarla, a pesar del reducido espacio del Porsche—. ¿Estás bien? Pareces... altera
Franco mantenía la mirada fija en el punto donde Cassandra y Andrea desaparecieron. Había una dureza en su mandíbula que Javier reconoció al instante, como un gesto que siempre precedía a las peleas más memorables que tuvieron en la universidad. Fue entonces cuando Javier notó que Franco sostenía el móvil de Andrea en su mano. Lo reconoció de inmediato por los abalorios que colgaban de la funda, un detalle que ella siempre llevaba.—¿Conoces a ese pequeño demonio? —preguntó con irritación.Javier sintió un extraño calor extenderse por su cuerpo y respiró hondo, forzándose a mantener la calma. Podía quitárselo, pero optó por una estrategia diferente.—Puedes entregármelo. La conozco —dijo Javier, extendiendo la mano con aparente despreocupación, aunque la tensión en sus músculos le quemaba. Sabía que no era lo más inteligente mostrar desesperación, pero no podía evitarloNo tenía por qué revelar que Cassandra era su hermana.Franco lo ignoró, deslizando el teléfono de nuevo en su bol
—¿Lista? Tenemos media hora y te aseguro que no quieres llegar tarde a conocer a tu futura suegra. Cassandra contuvo la carcajada al ver a Andrea chocar con la puerta justo después de escucharla. Andrea se acercó al espejo recobrando un poco de dignidad, deslizó el lápiz labial sobre el resto del contorno y sonrió, intentando ignorar el reflejo de su nueva amiga, que la miraba con toda la intención de seguir burlándose de ella. Seguía sin poder creer las vueltas que daba la vida al conocerla en otro continente y ahora casi vivía con ella, justo la hermana de Javier.—Me parece de lo más extraño que él no se moleste por tu oficio de celestina. —¡Claro que lo hace! Y eso lo hace más divertido.Cassandra se paró junto a ella para acomodarse la coleta alta, le guiñó un ojo y le lanzó un beso a su propia imagen en el espejo, haciendo reír a Andrea. —Entonces, lo haces con frecuencia —comentó, mirándola con intención de alargar la conversación. —No. —Cassandra tomó el bolso y salió de
Quería besarla y confesar todo lo que se había guardado desde que la dejó partir de aquel hotel en Monterrey, pero en su lugar, la observó en silencio, cautivado por la forma en que sus ojos recorrían el paisaje. El atardecer bañaba su rostro con una luz dorada, resaltando cada una de sus facciones.La había traído al lugar que consideraba su verdadero hogar, esperando poder compartir con ella un pedazo de su vida.—Es hermoso —dijo Andrea, admirando la extensión del terreno—. ¿Creciste aquí?Javier sonrió, recordando el pasado con un poco de dolor y nostalgia.—Algo así. Mi madre y yo llegamos cuando tenía doce años. Si te dijera que me ofrecieron por primera vez pasar mis vacaciones escolares en el extranjero, me negué para poder disfrutar de este sitio, ¿me creerías? —La verdad, sí —admitió Andrea con una sonrisa—, tanta belleza parece irreal. —Opino igual —respondió Javier, sin poder apartar los ojos de ella. Se dio cuenta de que se había acercado demasiado cuando Andrea dio un
—Pero miren, ¡Qué encanto me has traído esta vez! —exclamó el hombre de la cama de hospital en tono zalamero. Él le guiñó un ojo y le dedicó una cautivadora sonrisa, pero a pesar de su intento por sonar agradable, sus ojos mostraban algo distinto; se veían apagados. —Hola, soy... —Sé quién eres. Andrea, hija del famoso Alfredo y hermana menor del idiota Efraín García. Y el amor platónico de mi pequeño cachorro y ahora, la futura madre de mis hijos. ¿Qué? El hombre se puso serio de repente ante el pasmo de Andrea.—¿Javier, no te dijo que pagó mucho dinero por traerte para mí? ¡Ah, no te preocupes! Después de un tiempo te acostumbrarás, igual que las demás.Ante la mirada de confusión que les dedicó a uno y otro, ambos se echaron a reír y ella no supo cómo reaccionar. —Déjala en paz o nos iremos —le advirtió Javier sin perder la sonrisa—. Tienes el privilegio de ser el primero en conocerla. Claro, después de Cassandra. —Nadie le gana a Cass —dijo el hombre con una sonrisa tierna.
Cruzaron de nuevo por la impresionante piscina, deleitándose en cómo la luna engalanaba ahora cada rincón del lugar. Tomaron un sendero de madera oscura y Andrea tuvo que expresar su admiración al ver iluminado el camino por maceteros led en color blanco, a pocos metros uno del otro. —La verdad es que esto no es nada. El cumpleaños de mi padre se caracteriza por su sobriedad, pero no te imaginas lo que sucede en esta casa cuando se celebra algo en nombre de Cassandra. —Todo se ve de muy buen gusto. Parece un lugar precioso para vivir. —Mamá tiene un gusto exquisito a pesar de su procedencia humilde —respondió sin apenarse y destilando cierto orgullo que le hizo recordar a su padre. Él le ofreció su brazo para darle seguridad, debido a la superficie irregular cubierta con pasto. —¿Esto es sobriedad?Señaló el enorme patio que se extendía frente a ellos al fondo, donde había una pista que parecía de acrílico y en la que bailaban One Love de Bob Marley rodeados de muebles blancos,