—Pero miren, ¡Qué encanto me has traído esta vez! —exclamó el hombre de la cama de hospital en tono zalamero. Él le guiñó un ojo y le dedicó una cautivadora sonrisa, pero a pesar de su intento por sonar agradable, sus ojos mostraban algo distinto; se veían apagados. —Hola, soy... —Sé quién eres. Andrea, hija del famoso Alfredo y hermana menor del idiota Efraín García. Y el amor platónico de mi pequeño cachorro y ahora, la futura madre de mis hijos. ¿Qué? El hombre se puso serio de repente ante el pasmo de Andrea.—¿Javier, no te dijo que pagó mucho dinero por traerte para mí? ¡Ah, no te preocupes! Después de un tiempo te acostumbrarás, igual que las demás.Ante la mirada de confusión que les dedicó a uno y otro, ambos se echaron a reír y ella no supo cómo reaccionar. —Déjala en paz o nos iremos —le advirtió Javier sin perder la sonrisa—. Tienes el privilegio de ser el primero en conocerla. Claro, después de Cassandra. —Nadie le gana a Cass —dijo el hombre con una sonrisa tierna.
Cruzaron de nuevo por la impresionante piscina, deleitándose en cómo la luna engalanaba ahora cada rincón del lugar. Tomaron un sendero de madera oscura y Andrea tuvo que expresar su admiración al ver iluminado el camino por maceteros led en color blanco, a pocos metros uno del otro. —La verdad es que esto no es nada. El cumpleaños de mi padre se caracteriza por su sobriedad, pero no te imaginas lo que sucede en esta casa cuando se celebra algo en nombre de Cassandra. —Todo se ve de muy buen gusto. Parece un lugar precioso para vivir. —Mamá tiene un gusto exquisito a pesar de su procedencia humilde —respondió sin apenarse y destilando cierto orgullo que le hizo recordar a su padre. Él le ofreció su brazo para darle seguridad, debido a la superficie irregular cubierta con pasto. —¿Esto es sobriedad?Señaló el enorme patio que se extendía frente a ellos al fondo, donde había una pista que parecía de acrílico y en la que bailaban One Love de Bob Marley rodeados de muebles blancos,
—Papá, justo íbamos a buscarte.Javier le dio un abrazo y un beso en la mejilla con afecto, pero miró a Andrea de reojo con resignación.—Por supuesto. Me di cuenta de ello cuando te vi tomar el camino más largo. —Sonrió ladino, guiñándoles un ojo e incomodando a ambos para su satisfacción—. Tú debes ser la culpable de los suspiros de mi hijo. Pablo Herrera, encantado. —Es un placer, señor Herrera. Andrea García. —Extendió su mano y él besó su dorso con una naturalidad que la dejó fascinada—. Y no, no creo ser la culpable de semejante responsabilidad. —Dime Pablo, querida. Supe por Alexander que ahora tienes dos corazones para elegir. Espero que no lastimes ninguno. Mis hijos son chicos sensibles y se enamoran fácilmente de dulzuras como tú. Andrea intentó sonreír ante su adulación, pero su vida anterior, esa que la marcó a fuego, lágrimas y sangre se adueñó de su ser y en cambio, le dio una gélida mirada que turbó a ambos hombres por igual. No fue su intención incomodarlos, pero
Javier tuvo miedo al ver su mirada indignada sobre él, porque lo último que hubiese querido era defraudarla. No obstante, era consciente de la pésima manera en que gestionó todo. Andrea cruzó los brazos frente a él, impaciente y Javier tragó en seco, porque estaba seguro de que cualquier cosa que dijese podría y sería usado en su contra. Podía edulcorar la situación y lograr su cometido, pero no quería hacerlo; ella no se lo merecía. Si solo hubiera actuado con más rapidez, si su padre no se hubiera entrometido en su camino, todo estaría bien.Porque estaba seguro de que la conexión que lograron fue sublime y ella lo deseaba, se lo confesó con cada movimiento en esa pista, bajo aquella neblina de seducción . —Señor, estamos llegando —advirtió el conductor al detenerse frente a un semáforo. —Baja, yo me encargo. Cruzaron un par de palabras fuera del auto y Javier ocupó el asiento del conductor mientras Andrea parecía estarse recriminando el no haberse bajado del auto. —Tenía otr
Mientras avanzaba por el estrecho pasillo hacia la habitación, Andrea imploraba que aquella escena que estaba montando se acercara un poco a la sensualidad que deseaba mostrarle a Javier y no estuviera haciendo el ridículo.Escuchó el cerrojo de la puerta principal y fue consciente tanto del temblor en sus rodillas, como de la aceleración de su corazón. Una de las luces de la pequeña sala fue encendida y el pánico hizo que se estremeciera. Hacía tanto que no estaba con nadie, ni siquiera con Alberto.—Andrea, ven aquí. Escuchó su voz áspera tras de sí. Su primer impulso fue acelerar el paso y actuar como si no lo hubiese escuchado, pero su vacilación duró más de lo debido. No, no quería que la viera con luz, no por el momento; quizá cuando el ardor los hiciera sus presas. Y así lo que quería ocultar de él y hasta de sí misma, posiblemente importara menos. —Andrea, regresa. —Javier, si quieres estar conmigo..., sígueme. —Su voz no mostró una pizca de seguridad. Cómo hacerlo si esta
Javier intentó mirarla mal por su burla, pero se unió a ella sin remedio. Esto no podía estar pasándoles después de tanto tiempo deseando la oportunidad para un momento como este.—¡Cassandra! —exclamó él de pronto, poniéndose de pie de un salto. Se sacó la camisa y se la colocó a Andrea sobre los hombros antes de dejarse la camiseta blanca fuera del pantalón, cubriendo el resultado de aquel sensual juego que él inició. Tomó aire un par de veces y se acomodó el cabello con las manos para después halarla junto a él hacia la puerta. —¡Javier!, ¿qué haces? —gritó Andrea sin parar de reír mientras él metió la llave del apartamento en su bolsillo del pantalón—. ¿Estás loco? No puedo salir así. Trató de escapar de su agarre para no cruzar la puerta, pero él la atrapó al instante. —Claro que puedes. ¿Es que no lo deseas? Cerró la puerta y al quedar en el pasillo, la arrinconó contra la pared y la besó con ansia mientras la ceñía contra su cuerpo para mostrarle su estado. Ella asintió.
La claridad de la mañana iluminaba la habitación como un manto colmado de expectación y Javier se devanaba los sesos sobre la mejor manera de saludarla cuando abriera los ojos. Y es que, aunque continuaba dormida entre sus brazos, temía decir o hacer algo que los hiciese retroceder.Se le hizo muy difícil lograr que le permitiera tocarla por completo, como él quería, y tuvo que tranquilizarla varias veces para convencerla de que con él no corría peligro. Era doloroso notarla ansiosa, temerosa de cada uno de sus movimientos. Ese maldito bastardo le había hecho tanto daño.Al final fue el cansancio y no la calma la que la obligó a dormirse y eso lo tenía angustiado, porque jamás había estado con una mujer con tantos fantasmas y no estaba seguro de que ella le permitiera avanzar demasiado, ni de cuánto le tomaría sentirse segura a su lado.Le acarició y desenredó los mechones del largo cabello con calma y ella parecía a punto de derretirse, tanto así que suspiró profundamente. —Espero
Javier endureció su expresión al notar su indecisión, pero no se atrevió a decirle nada, porque la verdad es que no sabía qué ni cómo hacerlo, convencerla de que cualquier cosa que hiciera con su cuerpo lo haría disfrutar. Así que solo se limitó a darle un beso en la cabeza y entró en la ducha. Sin mirarla, tomó los productos uno a uno, dispuesto a darse un baño rápido antes de ir a comprar algo de comida. Anoche, cuando sacó los cubos de hielo de la nevera al jugar con Andrea y después fue por agua para ambos, se dio cuenta de que estaba vacía. La sintió a sus espaldas y él sonrió un poco dejando a un lado sus temores. —Olerás a vainilla. —Oleré a ti y es lo que importa —respondió Javier ausente, sin atreverse a mirarla. No quería que esto se dañara tan pronto, pero podía sentir la fuerza de sus dudas, la distancia que pretendía poner como barrera entre ellos con ese tono plano al hablarle.Para su sorpresa, lo hizo girar y frotó su espalda con la esponja. El champú que él ya ha