La claridad de la mañana iluminaba la habitación como un manto colmado de expectación y Javier se devanaba los sesos sobre la mejor manera de saludarla cuando abriera los ojos. Y es que, aunque continuaba dormida entre sus brazos, temía decir o hacer algo que los hiciese retroceder.Se le hizo muy difícil lograr que le permitiera tocarla por completo, como él quería, y tuvo que tranquilizarla varias veces para convencerla de que con él no corría peligro. Era doloroso notarla ansiosa, temerosa de cada uno de sus movimientos. Ese maldito bastardo le había hecho tanto daño.Al final fue el cansancio y no la calma la que la obligó a dormirse y eso lo tenía angustiado, porque jamás había estado con una mujer con tantos fantasmas y no estaba seguro de que ella le permitiera avanzar demasiado, ni de cuánto le tomaría sentirse segura a su lado.Le acarició y desenredó los mechones del largo cabello con calma y ella parecía a punto de derretirse, tanto así que suspiró profundamente. —Espero
Javier endureció su expresión al notar su indecisión, pero no se atrevió a decirle nada, porque la verdad es que no sabía qué ni cómo hacerlo, convencerla de que cualquier cosa que hiciera con su cuerpo lo haría disfrutar. Así que solo se limitó a darle un beso en la cabeza y entró en la ducha. Sin mirarla, tomó los productos uno a uno, dispuesto a darse un baño rápido antes de ir a comprar algo de comida. Anoche, cuando sacó los cubos de hielo de la nevera al jugar con Andrea y después fue por agua para ambos, se dio cuenta de que estaba vacía. La sintió a sus espaldas y él sonrió un poco dejando a un lado sus temores. —Olerás a vainilla. —Oleré a ti y es lo que importa —respondió Javier ausente, sin atreverse a mirarla. No quería que esto se dañara tan pronto, pero podía sentir la fuerza de sus dudas, la distancia que pretendía poner como barrera entre ellos con ese tono plano al hablarle.Para su sorpresa, lo hizo girar y frotó su espalda con la esponja. El champú que él ya ha
Andrea sintió que una ola repentina de calor se apoderó de su cuerpo. No podía respirar, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto demasiado espeso después de esa pregunta.—¿Novios? —repitió con un nudo en la garganta.Despertó refugiada en su calor y creyó que por unas horas, tal vez, podría olvidarse de todo. Pero ahora, parecía un error. Javier la miraba con intensidad y ternura, lleno de esperanza, y eso la aterraba más que cualquier cosa. Se frotó las manos, sin saber qué más hacer que ver la camiseta que eligió en poder de Javier.—No puedo… —murmuró, casi sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.Él frunció el ceño, y su expresión se transformó a una de confusión y dolor que casi la hicieron arrepentirse de abrir la boca.—¿No puedes qué? —preguntó Javier con aparente calma, pero línea endurecida de su mandíbula mostró lo contrario. Dio un paso hacia ella, extendiendo una mano, y Andrea retrocedió, como si su toque quemara.Los recuerdos se agolparon en s
Andrea salió junto a Cassandra, viendo hacia cada esquina, a la espera de encontrarse con Javier en cualquier momento. Una diminuta parte de ella quería verlo, que le sonriera como para asegurarle que todo seguía bien entre ellos. Que sí, había rechazado su propuesta de noviazgo, pero que quería permanecer cerca. Sin embargo, Javier ya no estaba por ningún lado, y el vacío en su estómago creció, frío y punzante.La siguió como un autómata, mientras sus pensamientos la arrastraban en diferentes direcciones. Cassandra la llevó hasta el pequeño bar-restaurante donde servían desayunos temprano. El lugar estaba envuelto en un aroma cálido a pan recién horneado y café, pero ella apenas lo notaba.Se dejó caer en la silla frente a Cassandra, observando a su amiga hacer vida social en la barra con el mesero y el dueño del local. El bullicio a su alrededor parecía muy distante. Un bostezo escapó de sus labios, la falta de sueño se le hacía presente en el cuerpo.Una sonrisa involuntaria apare
Javier no podía quitarse a Andrea de la cabeza rechazándolo y el periódico en sus manos era solo una distracción para evitar que Cassandra, al entrar al apartamento, viera el torbellino de emociones en su rostro. Pero apenas su hermana menor cruzó la puerta, el sonido de su risa llenó la habitación.—¿Qué haces aquí?—Leyendo, ¿no lo ves? —respondió Javier con indiferencia, acomodándose mejor en el sofá y colocando los pies sobre la mesa.—Si leyeras, lo harías de manera correcta —dijo, conteniendo una nueva risa y con un gesto rápido, le volteó el periódico.Javier no respondió, aunque se moría por averiguar qué había pasado, pero presionarla solo serviría para hacerla más esquiva.—¿Desayunamos? —preguntó, desviando la vista hacia la ventana que daba a la playa.Cassandra se dejó caer en el sofá junto a él.—¿Cuánto me costará? —respondió arqueando una ceja.—No sé de qué hablas. Estaba a punto de prepararme algo, pero si quieres, podemos ir a Jame’s. —Vengo de allí, gracias —dijo
Habían pasado dos meses desde que Javier le dio su ultimátum, pero decir que la dejó en paz sería una mentira. Al contrario, todos los días a partir de ese domingo, flores llegaban a su puerta, a su escritorio en la oficina, o incluso a los lugares donde tenía reuniones.Rosas rojas, tulipanes, lirios… todos los arreglos acompañados de chocolates o pequeños regalos que eran un recordatorio constante de su presencia en su vida.Sus compañeras de trabajo le lanzaban miradas cómplices, admirando el insistente cortejo del empresario, y comentaban que parecía salido de una novela romántica. Sin embargo, algunas entre risas y bromas, insinuaban que estaba jugando con él como una experta, que lo tenía envuelto en su red. Aunque Andrea sonreía ante esos comentarios, no podía evitar estar un poco de acuerdo con ellos. A pesar de la dulzura de los detalles, era consciente de lo que representaban y su conflicto interno crecía, porque la hacía sentir más presionada, pero le gustaba saberse tan i
A esa mujer, le acompañaba otra entrada en años, bastante sencilla y una adolescente. La chica la miró con curiosidad, pero los ojos de la primera la recorrieron de pies a cabeza con desdén, alertándola de inmediato. La morena susurró algo al oído de la señora mayor, y esta se levantó junto a la joven, dirigiéndose hacia la salida.Mientras la chica pasaba a su lado, le sonrió con timidez y le dijo adiós con la mano. Andrea, casi por reflejo, le devolvió el saludo. El gesto fue breve, pero en ese instante los ojos y la sonrisa de la adolescente le recordaron a Alberto. Aunque la chica tenía el aspecto de su madre, el parecido con él era innegable.Su estómago se tensó al reconocer esa familiaridad, pero decidió mantenerse firme. Podría haberse marchado entonces, ignorar ese hormigueo de inquietud que le recorría el cuerpo, pero la curiosidad la retuvo en su lugar, junto al leve temblor en sus manos.Notó a Lucía afligida, y aunque le reclamaría su falta de honestidad, cayó en cuenta
Andrea sintió que su corazón se detenía. La idea de enfrentarse a la madre de Javier en su estado actual la aterrorizaba y menos si había presenciado lo ocurrido.No quería que la hiciera pasar un mal momento, porque, así como tenía los nervios, era capaz de decir cualquier imprudencia. Así que negó, a pesar de la decepción en el rostro de Javier. —No me mires así. Podemos vernos otro día. Con tu hermana cocinaremos el fin de semana, puedes ir —dijo, acariciándole la mejilla en un gesto que sorprendió a ambos.Javier cerró los ojos, inclinándose para disfrutar el contacto. Luego, con un movimiento fluido, la tomó de la cintura, acercándola a él.—Acompáñame. Salva a este condenado del martirio —suplicó con voz ronca y sus labios peligrosamente cerca.Andrea sonrió con esfuerzo, luchando contra el deseo de ceder. Estaba frustrada por no poder defenderse sola del ataque de ese par y porque a pesar de lo sucedido entre ellos, él acudiera en su rescate. No estaba bien. —Mejor ayúdame a