Habían pasado dos meses desde que Javier le dio su ultimátum, pero decir que la dejó en paz sería una mentira. Al contrario, todos los días a partir de ese domingo, flores llegaban a su puerta, a su escritorio en la oficina, o incluso a los lugares donde tenía reuniones.Rosas rojas, tulipanes, lirios… todos los arreglos acompañados de chocolates o pequeños regalos que eran un recordatorio constante de su presencia en su vida.Sus compañeras de trabajo le lanzaban miradas cómplices, admirando el insistente cortejo del empresario, y comentaban que parecía salido de una novela romántica. Sin embargo, algunas entre risas y bromas, insinuaban que estaba jugando con él como una experta, que lo tenía envuelto en su red. Aunque Andrea sonreía ante esos comentarios, no podía evitar estar un poco de acuerdo con ellos. A pesar de la dulzura de los detalles, era consciente de lo que representaban y su conflicto interno crecía, porque la hacía sentir más presionada, pero le gustaba saberse tan i
A esa mujer, le acompañaba otra entrada en años, bastante sencilla y una adolescente. La chica la miró con curiosidad, pero los ojos de la primera la recorrieron de pies a cabeza con desdén, alertándola de inmediato. La morena susurró algo al oído de la señora mayor, y esta se levantó junto a la joven, dirigiéndose hacia la salida.Mientras la chica pasaba a su lado, le sonrió con timidez y le dijo adiós con la mano. Andrea, casi por reflejo, le devolvió el saludo. El gesto fue breve, pero en ese instante los ojos y la sonrisa de la adolescente le recordaron a Alberto. Aunque la chica tenía el aspecto de su madre, el parecido con él era innegable.Su estómago se tensó al reconocer esa familiaridad, pero decidió mantenerse firme. Podría haberse marchado entonces, ignorar ese hormigueo de inquietud que le recorría el cuerpo, pero la curiosidad la retuvo en su lugar, junto al leve temblor en sus manos.Notó a Lucía afligida, y aunque le reclamaría su falta de honestidad, cayó en cuenta
Andrea sintió que su corazón se detenía. La idea de enfrentarse a la madre de Javier en su estado actual la aterrorizaba y menos si había presenciado lo ocurrido.No quería que la hiciera pasar un mal momento, porque, así como tenía los nervios, era capaz de decir cualquier imprudencia. Así que negó, a pesar de la decepción en el rostro de Javier. —No me mires así. Podemos vernos otro día. Con tu hermana cocinaremos el fin de semana, puedes ir —dijo, acariciándole la mejilla en un gesto que sorprendió a ambos.Javier cerró los ojos, inclinándose para disfrutar el contacto. Luego, con un movimiento fluido, la tomó de la cintura, acercándola a él.—Acompáñame. Salva a este condenado del martirio —suplicó con voz ronca y sus labios peligrosamente cerca.Andrea sonrió con esfuerzo, luchando contra el deseo de ceder. Estaba frustrada por no poder defenderse sola del ataque de ese par y porque a pesar de lo sucedido entre ellos, él acudiera en su rescate. No estaba bien. —Mejor ayúdame a
Javier ni siquiera se molestó en estacionar el auto cuando llegaron al club. El dueño, un hombre de traje impecable y sonrisa fácil, salió a recibirlos en persona.—¡Javier, Cassandra! Bienvenidos —exclamó, estrechando la mano de él con entusiasmo y besando a su hermana en ambas mejillas. Sus ojos se posaron en ella, evaluándola con interés.—. ¿Y quién es esta belleza?—Andrea García —dijo Cassandra silenciando la intención de Javier al responder e ignorando su mala cara—. Una amiga muy querida, así que…—No se diga más —intervino, luciendo fascinado—. Espero que disfrutes la noche y que no sea la única.Intentó acercarse para besarla, pero Javier le dio una palmada en el hombro y Cassandra envolvió su brazo alejándolo de ambos con una facilidad impresionante.Andrea no supo qué hacer y detuvo sus pasos, pero Javier le colocó la mano en la espalda baja para que avanzara y con disimulo le preguntó:—¿Estás segura de que te sientes cómoda al estar aquí? Puedo llevarte a tu casa si pref
La lluvia se llevó su borrachera, pero no el dolor en su pecho. Era una tonta y tenía mala suerte, porque no quería hablar y el taxista no dejaba de parlotear sobre lo parecida que era a una actriz de cine para adultos, cliente suya.Tuvo el impulso de bajarse en cualquier lugar y dejar de escucharlo, pero eran las tres de la mañana y la zona por la que iban no era nada segura a esa hora. Además, Cassandra le aseguró que lo conocía y que era un hombre de confianza.Subió las gradas, furiosa, al darse cuenta que el ascensor no estaba funcionando y su mal humor provocó que empezara a despotricar en contra de la mujer que no hizo nada más que coquetearle a un hombre soltero. Por su culpa, porque de ella dependía sacarlo del mercado. Y aunque le doliera el estómago de solo pensarlo, reconoció que Javier era libre de acostarse con quien le diera la gana.Al cerrar la puerta de su apartamento se deshizo de su ropa mojada con el deseo de darse una ducha y luego irse a la cama. Tomó una toal
Andrea corrió por el pasillo del hospital, el olor a desinfectante inundando sus fosas nasales. Sus pasos resonaban en el suelo de linóleo, mezclándose con el pitido constante de las máquinas y los murmullos apagados de las conversacionesAl doblar la esquina, la escena que los recibió fue desgarradora. La madre de Javier y Cassandra estaban abrazadas, sus sollozos ahogados contra el hombro de la otra. Andrea sintió un nudo en la garganta. Horas antes, había pensado que lo ocurrido en el baño del restaurante las alejaría, pero verlas consolándose entre sí en un momento como este era conmovedor.Javier se apresuró hacia ellas, envolviéndolas a ambas en un abrazo. Andrea se quedó atrás, sintiéndose como una intrusa en este momento familiar. Sus ojos se encontraron con los de Cassandra por encima del hombro de su hermano, y su madre le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento.—¿Qué han dicho los médicos? —preguntó Javier, su voz ronca por la preocupación.Angélica se secó las lágrim
Andrea apretó el volante con fuerza mientras se acercaba al hospital, el aroma del café y el té de hierbas que compró a petición de Cassandra le estaba revolviendo el estómago por los nervios. Y es que no estaba segura de cómo iba a saludar a Javier después de recibir semejante respuesta al mensaje: “Huiste antes de que te hiciera mía y que me repitieras esas palabras, mirándome a los ojos mientras te llevaba al clímax” Ya no sabía cuántas veces lo había leído ya, pero cada vez incrementaba la anticipación y la ansiedad.Bajó del auto y respiró hondo, intentando calmar el remolino de emociones en su interior. «Puedes hacerlo, Andrea», pensó para darse valor. —Es hora de dejar de huir —dijo esta vez en voz alta y tomó su bolso, la bandeja con los cafés y se dirigió a la entrada.El sonido de sus tacones resonó en el pasillo mientras se acercaba a la sala de espera y se miró en el reflejo de una de las paredes acristaladas por última vez, aprobando lo que veía. De repente, una man
El ascensor se detuvo con un suave tintineo en el piso de Andrea. El espejo le devolvió el reflejo de una mujer cansada, pero determinada, con el cabello recogido en una coleta perfecta y un vestido veraniego que se ajustaba a su figura. Suspiró, preguntándose si tendría energía suficiente para prepararse algo de comer antes de caer rendida en la cama. El pasillo estaba en silencio, pero al acercarse a su puerta, un aroma delicioso se filtró por debajo. Andrea frunció el ceño, confundida.Introdujo la llave en la cerradura y giró el picaporte con cautela y lo que encontró al otro lado la dejó sin aliento. Javier estaba de espaldas, moviéndose con gracia en su pequeña cocina. Vestía solo un pantalón de chándal azul que colgaba bajo en sus caderas, dejando al descubierto la ondulación de los músculos de su espalda. Una toalla de cocina descansaba casualmente sobre su hombro desnudo, y sus pies descalzos se movían al ritmo de una música que solo él podía escuchar gracias a los auricula