La lluvia se llevó su borrachera, pero no el dolor en su pecho. Era una tonta y tenía mala suerte, porque no quería hablar y el taxista no dejaba de parlotear sobre lo parecida que era a una actriz de cine para adultos, cliente suya.Tuvo el impulso de bajarse en cualquier lugar y dejar de escucharlo, pero eran las tres de la mañana y la zona por la que iban no era nada segura a esa hora. Además, Cassandra le aseguró que lo conocía y que era un hombre de confianza.Subió las gradas, furiosa, al darse cuenta que el ascensor no estaba funcionando y su mal humor provocó que empezara a despotricar en contra de la mujer que no hizo nada más que coquetearle a un hombre soltero. Por su culpa, porque de ella dependía sacarlo del mercado. Y aunque le doliera el estómago de solo pensarlo, reconoció que Javier era libre de acostarse con quien le diera la gana.Al cerrar la puerta de su apartamento se deshizo de su ropa mojada con el deseo de darse una ducha y luego irse a la cama. Tomó una toal
Andrea corrió por el pasillo del hospital, el olor a desinfectante inundando sus fosas nasales. Sus pasos resonaban en el suelo de linóleo, mezclándose con el pitido constante de las máquinas y los murmullos apagados de las conversacionesAl doblar la esquina, la escena que los recibió fue desgarradora. La madre de Javier y Cassandra estaban abrazadas, sus sollozos ahogados contra el hombro de la otra. Andrea sintió un nudo en la garganta. Horas antes, había pensado que lo ocurrido en el baño del restaurante las alejaría, pero verlas consolándose entre sí en un momento como este era conmovedor.Javier se apresuró hacia ellas, envolviéndolas a ambas en un abrazo. Andrea se quedó atrás, sintiéndose como una intrusa en este momento familiar. Sus ojos se encontraron con los de Cassandra por encima del hombro de su hermano, y su madre le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento.—¿Qué han dicho los médicos? —preguntó Javier, su voz ronca por la preocupación.Angélica se secó las lágrim
Andrea apretó el volante con fuerza mientras se acercaba al hospital, el aroma del café y el té de hierbas que compró a petición de Cassandra le estaba revolviendo el estómago por los nervios. Y es que no estaba segura de cómo iba a saludar a Javier después de recibir semejante respuesta al mensaje: “Huiste antes de que te hiciera mía y que me repitieras esas palabras, mirándome a los ojos mientras te llevaba al clímax” Ya no sabía cuántas veces lo había leído ya, pero cada vez incrementaba la anticipación y la ansiedad.Bajó del auto y respiró hondo, intentando calmar el remolino de emociones en su interior. «Puedes hacerlo, Andrea», pensó para darse valor. —Es hora de dejar de huir —dijo esta vez en voz alta y tomó su bolso, la bandeja con los cafés y se dirigió a la entrada.El sonido de sus tacones resonó en el pasillo mientras se acercaba a la sala de espera y se miró en el reflejo de una de las paredes acristaladas por última vez, aprobando lo que veía. De repente, una man
El ascensor se detuvo con un suave tintineo en el piso de Andrea. El espejo le devolvió el reflejo de una mujer cansada, pero determinada, con el cabello recogido en una coleta perfecta y un vestido veraniego que se ajustaba a su figura. Suspiró, preguntándose si tendría energía suficiente para prepararse algo de comer antes de caer rendida en la cama. El pasillo estaba en silencio, pero al acercarse a su puerta, un aroma delicioso se filtró por debajo. Andrea frunció el ceño, confundida.Introdujo la llave en la cerradura y giró el picaporte con cautela y lo que encontró al otro lado la dejó sin aliento. Javier estaba de espaldas, moviéndose con gracia en su pequeña cocina. Vestía solo un pantalón de chándal azul que colgaba bajo en sus caderas, dejando al descubierto la ondulación de los músculos de su espalda. Una toalla de cocina descansaba casualmente sobre su hombro desnudo, y sus pies descalzos se movían al ritmo de una música que solo él podía escuchar gracias a los auricula
El sonido de un objeto chocando contra la cama sacudió a Javier de su sueño profundo. Sus ojos se abrieron de golpe, pero la habitación estaba sumida en la penumbra del amanecer, y por un momento, se sintió desorientado.—Mierda —murmuró Andrea, cojeando mientras luchaba por ponerse un zapato de tacón al mismo tiempo en que metía su brazo en la manga de un saco.Su cabello, siempre impecable, lo llevaba enrollado de cualquier manera sobre su cabeza. Y a pesar del caos, a Javier le pareció la mujer más hermosa del mundo.—¿Estás bien? —preguntó aun somnoliento, miró su reloj de puño y se sorprendió por haber dormido tanto. Nunca lo hacía, aunque reconoció que la noche fue larga y satisfactoria, acabó con sus reservas de energía.Ella lo miró, y no respondió de inmediato. Eso hizo que se incorporara despacio.—¿Andrea? —insistió, esta vez más alerta, aunque su mente intentaba procesar qué había cambiado en unas horas.—Sí, sigue durmiendo —respondió Andrea sin mirarlo—. Ya se me hizo ta
El aroma dulzón de las rosas asaltó a Andrea apenas entró a su nueva oficina, pero una sensación extraña se apoderó de ella cuando vio el ramo de rosas con ese rojo tan oscuro que parecía negro sobre su escritorio. Con dedos temblorosos, abrió la tarjeta adjunta y leyó: —Por un nuevo comienzo juntos, chiquilla. Alberto.Las piernas de Andrea temblaron, porque justo venía de la estación de policía por el asalto que sufrió su apartamento y del que se avergonzó admitir que solo faltaba su ropa interior y sus camisones de seda. Andrea arrugó la nota con rabia y la arrojó a la papelera, junto con las flores. El gesto brusco hizo que se lastimara con uno de los tallos, y se dio cuenta de que algunos llevaban espinas. Alberto Villanegra seguía siendo el mismo enfermo de siempre y aunque había luchado por olvidar los momentos que sufrió a su lado, la atacaron como una ráfaga que le revolvió el estómago.—¿Señorita García? La están esperando en la sala de juntas —anunció la recepcionista,
El murmullo de voces y pasos apresurados al otro lado de la puerta le recordó que el momento había llegado.Javier se acercó por detrás, y colocó sus manos cálidas sobre sus hombros tensos. —¿Cómo te sientes? —preguntó con suavidad. Andrea cerró los ojos, permitiéndose disfrutar del contacto. —Como si un millón mariposas estuvieran de fiesta en mi estómago —respondió con una risa nerviosa.Él se inclinó y sus labios rozaron su oreja. —Vas a brillar ahí fuera, Andrea.Ella se giró, encontrando en sus ojos esa mezcla de admiración y ternura que aún la desconcertaba y buscó su mano para apretarla.—Gracias por estar aquí.Entrelazaron sus dedos y Andrea se permitió imaginar un futuro donde gestos como este fueran cotidianos y el miedo no acechara en las sombras de su mente.Un golpe suave en la puerta rompió el hechizo. —Andrea, cinco minutos —anunció la voz de Cassandra.Ella se puso de pie, alisando arrugas imaginarias en su vestido azul noche, pero antes de que fuera hacia la pue
Con mucho esfuerzo, Andrea y Javier superaron la barrera humana que formaron los ponentes y sus compañeros de trabajo, quienes la halagaban sobre la fuerza y el mensaje de su intervención, pero su atención estaba fija en la figura que los esperaba al final del pasillo.Un escalofrío recorrió la espalda de Andrea, porque la calidez que sintió durante la estadía del padre de Javier en el hospital parecía haberse evaporado por completo. Se preguntó qué cambió, qué hizo para provocar este repentino distanciamiento.Javier, ajeno a la tensión, le dio un breve beso en la mejilla a su madre antes de alejarse. Por un instante, se sintió traicionada. ¿Cómo podía dejarla así, desarmada frente a la mirada escrutadora de su madre?La cobardía, una vieja conocida, amenazó con apoderarse de ella, pero se obligó a permanecer firme.—Señora, espero haya disfrutado del congreso. —Se atrevió a decir, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellas.—Para ser sincera, estoy sorprendida