Javier intentó mirarla mal por su burla, pero se unió a ella sin remedio. Esto no podía estar pasándoles después de tanto tiempo deseando la oportunidad para un momento como este.—¡Cassandra! —exclamó él de pronto, poniéndose de pie de un salto. Se sacó la camisa y se la colocó a Andrea sobre los hombros antes de dejarse la camiseta blanca fuera del pantalón, cubriendo el resultado de aquel sensual juego que él inició. Tomó aire un par de veces y se acomodó el cabello con las manos para después halarla junto a él hacia la puerta. —¡Javier!, ¿qué haces? —gritó Andrea sin parar de reír mientras él metió la llave del apartamento en su bolsillo del pantalón—. ¿Estás loco? No puedo salir así. Trató de escapar de su agarre para no cruzar la puerta, pero él la atrapó al instante. —Claro que puedes. ¿Es que no lo deseas? Cerró la puerta y al quedar en el pasillo, la arrinconó contra la pared y la besó con ansia mientras la ceñía contra su cuerpo para mostrarle su estado. Ella asintió.
La claridad de la mañana iluminaba la habitación como un manto colmado de expectación y Javier se devanaba los sesos sobre la mejor manera de saludarla cuando abriera los ojos. Y es que, aunque continuaba dormida entre sus brazos, temía decir o hacer algo que los hiciese retroceder.Se le hizo muy difícil lograr que le permitiera tocarla por completo, como él quería, y tuvo que tranquilizarla varias veces para convencerla de que con él no corría peligro. Era doloroso notarla ansiosa, temerosa de cada uno de sus movimientos. Ese maldito bastardo le había hecho tanto daño.Al final fue el cansancio y no la calma la que la obligó a dormirse y eso lo tenía angustiado, porque jamás había estado con una mujer con tantos fantasmas y no estaba seguro de que ella le permitiera avanzar demasiado, ni de cuánto le tomaría sentirse segura a su lado.Le acarició y desenredó los mechones del largo cabello con calma y ella parecía a punto de derretirse, tanto así que suspiró profundamente. —Espero
Javier endureció su expresión al notar su indecisión, pero no se atrevió a decirle nada, porque la verdad es que no sabía qué ni cómo hacerlo, convencerla de que cualquier cosa que hiciera con su cuerpo lo haría disfrutar. Así que solo se limitó a darle un beso en la cabeza y entró en la ducha. Sin mirarla, tomó los productos uno a uno, dispuesto a darse un baño rápido antes de ir a comprar algo de comida. Anoche, cuando sacó los cubos de hielo de la nevera al jugar con Andrea y después fue por agua para ambos, se dio cuenta de que estaba vacía. La sintió a sus espaldas y él sonrió un poco dejando a un lado sus temores. —Olerás a vainilla. —Oleré a ti y es lo que importa —respondió Javier ausente, sin atreverse a mirarla. No quería que esto se dañara tan pronto, pero podía sentir la fuerza de sus dudas, la distancia que pretendía poner como barrera entre ellos con ese tono plano al hablarle.Para su sorpresa, lo hizo girar y frotó su espalda con la esponja. El champú que él ya ha
Andrea sintió que una ola repentina de calor se apoderó de su cuerpo. No podía respirar, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto demasiado espeso después de esa pregunta.—¿Novios? —repitió con un nudo en la garganta.Despertó refugiada en su calor y creyó que por unas horas, tal vez, podría olvidarse de todo. Pero ahora, parecía un error. Javier la miraba con intensidad y ternura, lleno de esperanza, y eso la aterraba más que cualquier cosa. Se frotó las manos, sin saber qué más hacer que ver la camiseta que eligió en poder de Javier.—No puedo… —murmuró, casi sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.Él frunció el ceño, y su expresión se transformó a una de confusión y dolor que casi la hicieron arrepentirse de abrir la boca.—¿No puedes qué? —preguntó Javier con aparente calma, pero línea endurecida de su mandíbula mostró lo contrario. Dio un paso hacia ella, extendiendo una mano, y Andrea retrocedió, como si su toque quemara.Los recuerdos se agolparon en s
Andrea salió junto a Cassandra, viendo hacia cada esquina, a la espera de encontrarse con Javier en cualquier momento. Una diminuta parte de ella quería verlo, que le sonriera como para asegurarle que todo seguía bien entre ellos. Que sí, había rechazado su propuesta de noviazgo, pero que quería permanecer cerca. Sin embargo, Javier ya no estaba por ningún lado, y el vacío en su estómago creció, frío y punzante.La siguió como un autómata, mientras sus pensamientos la arrastraban en diferentes direcciones. Cassandra la llevó hasta el pequeño bar-restaurante donde servían desayunos temprano. El lugar estaba envuelto en un aroma cálido a pan recién horneado y café, pero ella apenas lo notaba.Se dejó caer en la silla frente a Cassandra, observando a su amiga hacer vida social en la barra con el mesero y el dueño del local. El bullicio a su alrededor parecía muy distante. Un bostezo escapó de sus labios, la falta de sueño se le hacía presente en el cuerpo.Una sonrisa involuntaria apare
Andrea escapó con la agilidad de una gacela, escuchando la risa descontrolada de su hermana Sara a sus espaldas. El patio se convirtió en un pésimo refugio para esconderse de la ira de su hermana por usar sus botas nuevas sin permiso.La sorpresa la detuvo en seco al ver a Efraín, el mayor de los tres, descender de su Jeep con una gracia despreocupada, pero no se detuvo. No podía.Su hermano mayor se puso las manos en las caderas, pero sustituyó su ceño fruncido por una amplia sonrisa cuando Sara le disparó un chorro de agua directo al pecho para que se quitara del camino. Ella era así de vengativa.—¡Ey, ustedes dos! —exclamó riendo—. ¿Quién empezó?—¡Fue Sara!—¡Fue Andrea! Siempre es ella —acusó Sara sin bajar la pistola de agua—. Es una consentida y le daré una lección.Andrea, en un acto de desafío, le sacó la lengua a Sara y ejecutó un baile burlón azotando su trasero para provocarla. Pero al girar, chocó de frente contra un duro pecho.El dueño de ese compacto muro de piel, la
Javier bajó las escaleras, tratando de olvidar su cuestionable forma de actuar con la hermana menor de su amigo. No era el momento, ni el lugar para usar su lado coqueto, pero el encuentro en el patio lo dejó en un terreno desconocido.Al principio creyó estar cometiendo un error al entrar a su habitación y mentir sobre haberse equivocado, pero las osadas palabras de Andrea no hicieron más que echarle combustible a aquella sensación de desconcierto y atracción.Su intención era amedrentarla por ser tan atrevida siendo tan joven, porque no todos los amigos de Efraín eran como él. Bastaba escuchar a Franco Baumann para conocer el nivel de obsesión con la que hablaba de Andy García, pero ahora sabía por qué. La forma en que Andrea lo miró en el pasillo lo hizo pensar en que tenía una posibilidad.Sin embargo, él estaba en esa casa para ayudar a Efraín y aunque los padres de este sabían de su existencia, porque su amigo se quedó en su casa de Estados Unidos en muchas festividades, sentía
Andrea tamborileaba los dedos sobre su muslo mientras sacudía su pierna con desesperación. El reloj en la pared avanzaba con tortuosa lentitud, retrasando el timbre que anunciaba el fin de las clases y la oportunidad que había esperado durante meses.Se burló de la incomodidad de Lucía cada vez que cruzaban miradas y aunque eso hacía menos tediosa la espera, no era suficiente.Ella había caído en su trampa con muy poco esfuerzo y ya no podía escapar de su compromiso. Ese día, el codiciado Alberto Villanegra se fijaría en ella y se convertiría en su novio; tenía a su hermana menor atrapada para lograrlo.El sonido estridente se escuchó al fin y la euforia hizo que Andrea saltara de su asiento, asustando más a la pelirroja, quien parecía a punto de echarse a llorar y huir despavorida.—No seas tonta, Lu —dijo Andrea con una sonrisa ladina, tirando de su compañera del asiento al que se aferraba—. Solo tienes que presentármelo. No es como si fueras a hacer algo malo. Recuerda que gracias