Mientras avanzaba por el estrecho pasillo hacia la habitación, Andrea imploraba que aquella escena que estaba montando se acercara un poco a la sensualidad que deseaba mostrarle a Javier y no estuviera haciendo el ridículo.Escuchó el cerrojo de la puerta principal y fue consciente tanto del temblor en sus rodillas, como de la aceleración de su corazón. Una de las luces de la pequeña sala fue encendida y el pánico hizo que se estremeciera. Hacía tanto que no estaba con nadie, ni siquiera con Alberto.—Andrea, ven aquí. Escuchó su voz áspera tras de sí. Su primer impulso fue acelerar el paso y actuar como si no lo hubiese escuchado, pero su vacilación duró más de lo debido. No, no quería que la viera con luz, no por el momento; quizá cuando el ardor los hiciera sus presas. Y así lo que quería ocultar de él y hasta de sí misma, posiblemente importara menos. —Andrea, regresa. —Javier, si quieres estar conmigo..., sígueme. —Su voz no mostró una pizca de seguridad. Cómo hacerlo si esta
Javier intentó mirarla mal por su burla, pero se unió a ella sin remedio. Esto no podía estar pasándoles después de tanto tiempo deseando la oportunidad para un momento como este.—¡Cassandra! —exclamó él de pronto, poniéndose de pie de un salto. Se sacó la camisa y se la colocó a Andrea sobre los hombros antes de dejarse la camiseta blanca fuera del pantalón, cubriendo el resultado de aquel sensual juego que él inició. Tomó aire un par de veces y se acomodó el cabello con las manos para después halarla junto a él hacia la puerta. —¡Javier!, ¿qué haces? —gritó Andrea sin parar de reír mientras él metió la llave del apartamento en su bolsillo del pantalón—. ¿Estás loco? No puedo salir así. Trató de escapar de su agarre para no cruzar la puerta, pero él la atrapó al instante. —Claro que puedes. ¿Es que no lo deseas? Cerró la puerta y al quedar en el pasillo, la arrinconó contra la pared y la besó con ansia mientras la ceñía contra su cuerpo para mostrarle su estado. Ella asintió.
La claridad de la mañana iluminaba la habitación como un manto colmado de expectación y Javier se devanaba los sesos sobre la mejor manera de saludarla cuando abriera los ojos. Y es que, aunque continuaba dormida entre sus brazos, temía decir o hacer algo que los hiciese retroceder.Se le hizo muy difícil lograr que le permitiera tocarla por completo, como él quería, y tuvo que tranquilizarla varias veces para convencerla de que con él no corría peligro. Era doloroso notarla ansiosa, temerosa de cada uno de sus movimientos. Ese maldito bastardo le había hecho tanto daño.Al final fue el cansancio y no la calma la que la obligó a dormirse y eso lo tenía angustiado, porque jamás había estado con una mujer con tantos fantasmas y no estaba seguro de que ella le permitiera avanzar demasiado, ni de cuánto le tomaría sentirse segura a su lado.Le acarició y desenredó los mechones del largo cabello con calma y ella parecía a punto de derretirse, tanto así que suspiró profundamente. —Espero
Javier endureció su expresión al notar su indecisión, pero no se atrevió a decirle nada, porque la verdad es que no sabía qué ni cómo hacerlo, convencerla de que cualquier cosa que hiciera con su cuerpo lo haría disfrutar. Así que solo se limitó a darle un beso en la cabeza y entró en la ducha. Sin mirarla, tomó los productos uno a uno, dispuesto a darse un baño rápido antes de ir a comprar algo de comida. Anoche, cuando sacó los cubos de hielo de la nevera al jugar con Andrea y después fue por agua para ambos, se dio cuenta de que estaba vacía. La sintió a sus espaldas y él sonrió un poco dejando a un lado sus temores. —Olerás a vainilla. —Oleré a ti y es lo que importa —respondió Javier ausente, sin atreverse a mirarla. No quería que esto se dañara tan pronto, pero podía sentir la fuerza de sus dudas, la distancia que pretendía poner como barrera entre ellos con ese tono plano al hablarle.Para su sorpresa, lo hizo girar y frotó su espalda con la esponja. El champú que él ya ha
Andrea sintió que una ola repentina de calor se apoderó de su cuerpo. No podía respirar, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto demasiado espeso después de esa pregunta.—¿Novios? —repitió con un nudo en la garganta.Despertó refugiada en su calor y creyó que por unas horas, tal vez, podría olvidarse de todo. Pero ahora, parecía un error. Javier la miraba con intensidad y ternura, lleno de esperanza, y eso la aterraba más que cualquier cosa. Se frotó las manos, sin saber qué más hacer que ver la camiseta que eligió en poder de Javier.—No puedo… —murmuró, casi sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.Él frunció el ceño, y su expresión se transformó a una de confusión y dolor que casi la hicieron arrepentirse de abrir la boca.—¿No puedes qué? —preguntó Javier con aparente calma, pero línea endurecida de su mandíbula mostró lo contrario. Dio un paso hacia ella, extendiendo una mano, y Andrea retrocedió, como si su toque quemara.Los recuerdos se agolparon en s
Andrea salió junto a Cassandra, viendo hacia cada esquina, a la espera de encontrarse con Javier en cualquier momento. Una diminuta parte de ella quería verlo, que le sonriera como para asegurarle que todo seguía bien entre ellos. Que sí, había rechazado su propuesta de noviazgo, pero que quería permanecer cerca. Sin embargo, Javier ya no estaba por ningún lado, y el vacío en su estómago creció, frío y punzante.La siguió como un autómata, mientras sus pensamientos la arrastraban en diferentes direcciones. Cassandra la llevó hasta el pequeño bar-restaurante donde servían desayunos temprano. El lugar estaba envuelto en un aroma cálido a pan recién horneado y café, pero ella apenas lo notaba.Se dejó caer en la silla frente a Cassandra, observando a su amiga hacer vida social en la barra con el mesero y el dueño del local. El bullicio a su alrededor parecía muy distante. Un bostezo escapó de sus labios, la falta de sueño se le hacía presente en el cuerpo.Una sonrisa involuntaria apare
Javier no podía quitarse a Andrea de la cabeza rechazándolo y el periódico en sus manos era solo una distracción para evitar que Cassandra, al entrar al apartamento, viera el torbellino de emociones en su rostro. Pero apenas su hermana menor cruzó la puerta, el sonido de su risa llenó la habitación.—¿Qué haces aquí?—Leyendo, ¿no lo ves? —respondió Javier con indiferencia, acomodándose mejor en el sofá y colocando los pies sobre la mesa.—Si leyeras, lo harías de manera correcta —dijo, conteniendo una nueva risa y con un gesto rápido, le volteó el periódico.Javier no respondió, aunque se moría por averiguar qué había pasado, pero presionarla solo serviría para hacerla más esquiva.—¿Desayunamos? —preguntó, desviando la vista hacia la ventana que daba a la playa.Cassandra se dejó caer en el sofá junto a él.—¿Cuánto me costará? —respondió arqueando una ceja.—No sé de qué hablas. Estaba a punto de prepararme algo, pero si quieres, podemos ir a Jame’s. —Vengo de allí, gracias —dijo
Habían pasado dos meses desde que Javier le dio su ultimátum, pero decir que la dejó en paz sería una mentira. Al contrario, todos los días a partir de ese domingo, flores llegaban a su puerta, a su escritorio en la oficina, o incluso a los lugares donde tenía reuniones.Rosas rojas, tulipanes, lirios… todos los arreglos acompañados de chocolates o pequeños regalos que eran un recordatorio constante de su presencia en su vida.Sus compañeras de trabajo le lanzaban miradas cómplices, admirando el insistente cortejo del empresario, y comentaban que parecía salido de una novela romántica. Sin embargo, algunas entre risas y bromas, insinuaban que estaba jugando con él como una experta, que lo tenía envuelto en su red. Aunque Andrea sonreía ante esos comentarios, no podía evitar estar un poco de acuerdo con ellos. A pesar de la dulzura de los detalles, era consciente de lo que representaban y su conflicto interno crecía, porque la hacía sentir más presionada, pero le gustaba saberse tan i