Andrea salió junto a Cassandra, viendo hacia cada esquina, a la espera de encontrarse con Javier en cualquier momento. Una diminuta parte de ella quería verlo, que le sonriera como para asegurarle que todo seguía bien entre ellos. Que sí, había rechazado su propuesta de noviazgo, pero que quería permanecer cerca. Sin embargo, Javier ya no estaba por ningún lado, y el vacío en su estómago creció, frío y punzante.La siguió como un autómata, mientras sus pensamientos la arrastraban en diferentes direcciones. Cassandra la llevó hasta el pequeño bar-restaurante donde servían desayunos temprano. El lugar estaba envuelto en un aroma cálido a pan recién horneado y café, pero ella apenas lo notaba.Se dejó caer en la silla frente a Cassandra, observando a su amiga hacer vida social en la barra con el mesero y el dueño del local. El bullicio a su alrededor parecía muy distante. Un bostezo escapó de sus labios, la falta de sueño se le hacía presente en el cuerpo.Una sonrisa involuntaria apare
Javier no podía quitarse a Andrea de la cabeza rechazándolo y el periódico en sus manos era solo una distracción para evitar que Cassandra, al entrar al apartamento, viera el torbellino de emociones en su rostro. Pero apenas su hermana menor cruzó la puerta, el sonido de su risa llenó la habitación.—¿Qué haces aquí?—Leyendo, ¿no lo ves? —respondió Javier con indiferencia, acomodándose mejor en el sofá y colocando los pies sobre la mesa.—Si leyeras, lo harías de manera correcta —dijo, conteniendo una nueva risa y con un gesto rápido, le volteó el periódico.Javier no respondió, aunque se moría por averiguar qué había pasado, pero presionarla solo serviría para hacerla más esquiva.—¿Desayunamos? —preguntó, desviando la vista hacia la ventana que daba a la playa.Cassandra se dejó caer en el sofá junto a él.—¿Cuánto me costará? —respondió arqueando una ceja.—No sé de qué hablas. Estaba a punto de prepararme algo, pero si quieres, podemos ir a Jame’s. —Vengo de allí, gracias —dijo
Habían pasado dos meses desde que Javier le dio su ultimátum, pero decir que la dejó en paz sería una mentira. Al contrario, todos los días a partir de ese domingo, flores llegaban a su puerta, a su escritorio en la oficina, o incluso a los lugares donde tenía reuniones.Rosas rojas, tulipanes, lirios… todos los arreglos acompañados de chocolates o pequeños regalos que eran un recordatorio constante de su presencia en su vida.Sus compañeras de trabajo le lanzaban miradas cómplices, admirando el insistente cortejo del empresario, y comentaban que parecía salido de una novela romántica. Sin embargo, algunas entre risas y bromas, insinuaban que estaba jugando con él como una experta, que lo tenía envuelto en su red. Aunque Andrea sonreía ante esos comentarios, no podía evitar estar un poco de acuerdo con ellos. A pesar de la dulzura de los detalles, era consciente de lo que representaban y su conflicto interno crecía, porque la hacía sentir más presionada, pero le gustaba saberse tan i
A esa mujer, le acompañaba otra entrada en años, bastante sencilla y una adolescente. La chica la miró con curiosidad, pero los ojos de la primera la recorrieron de pies a cabeza con desdén, alertándola de inmediato. La morena susurró algo al oído de la señora mayor, y esta se levantó junto a la joven, dirigiéndose hacia la salida.Mientras la chica pasaba a su lado, le sonrió con timidez y le dijo adiós con la mano. Andrea, casi por reflejo, le devolvió el saludo. El gesto fue breve, pero en ese instante los ojos y la sonrisa de la adolescente le recordaron a Alberto. Aunque la chica tenía el aspecto de su madre, el parecido con él era innegable.Su estómago se tensó al reconocer esa familiaridad, pero decidió mantenerse firme. Podría haberse marchado entonces, ignorar ese hormigueo de inquietud que le recorría el cuerpo, pero la curiosidad la retuvo en su lugar, junto al leve temblor en sus manos.Notó a Lucía afligida, y aunque le reclamaría su falta de honestidad, cayó en cuenta
Andrea sintió que su corazón se detenía. La idea de enfrentarse a la madre de Javier en su estado actual la aterrorizaba y menos si había presenciado lo ocurrido.No quería que la hiciera pasar un mal momento, porque, así como tenía los nervios, era capaz de decir cualquier imprudencia. Así que negó, a pesar de la decepción en el rostro de Javier. —No me mires así. Podemos vernos otro día. Con tu hermana cocinaremos el fin de semana, puedes ir —dijo, acariciándole la mejilla en un gesto que sorprendió a ambos.Javier cerró los ojos, inclinándose para disfrutar el contacto. Luego, con un movimiento fluido, la tomó de la cintura, acercándola a él.—Acompáñame. Salva a este condenado del martirio —suplicó con voz ronca y sus labios peligrosamente cerca.Andrea sonrió con esfuerzo, luchando contra el deseo de ceder. Estaba frustrada por no poder defenderse sola del ataque de ese par y porque a pesar de lo sucedido entre ellos, él acudiera en su rescate. No estaba bien. —Mejor ayúdame a
Javier ni siquiera se molestó en estacionar el auto cuando llegaron al club. El dueño, un hombre de traje impecable y sonrisa fácil, salió a recibirlos en persona.—¡Javier, Cassandra! Bienvenidos —exclamó, estrechando la mano de él con entusiasmo y besando a su hermana en ambas mejillas. Sus ojos se posaron en ella, evaluándola con interés.—. ¿Y quién es esta belleza?—Andrea García —dijo Cassandra silenciando la intención de Javier al responder e ignorando su mala cara—. Una amiga muy querida, así que…—No se diga más —intervino, luciendo fascinado—. Espero que disfrutes la noche y que no sea la única.Intentó acercarse para besarla, pero Javier le dio una palmada en el hombro y Cassandra envolvió su brazo alejándolo de ambos con una facilidad impresionante.Andrea no supo qué hacer y detuvo sus pasos, pero Javier le colocó la mano en la espalda baja para que avanzara y con disimulo le preguntó:—¿Estás segura de que te sientes cómoda al estar aquí? Puedo llevarte a tu casa si pref
La lluvia se llevó su borrachera, pero no el dolor en su pecho. Era una tonta y tenía mala suerte, porque no quería hablar y el taxista no dejaba de parlotear sobre lo parecida que era a una actriz de cine para adultos, cliente suya.Tuvo el impulso de bajarse en cualquier lugar y dejar de escucharlo, pero eran las tres de la mañana y la zona por la que iban no era nada segura a esa hora. Además, Cassandra le aseguró que lo conocía y que era un hombre de confianza.Subió las gradas, furiosa, al darse cuenta que el ascensor no estaba funcionando y su mal humor provocó que empezara a despotricar en contra de la mujer que no hizo nada más que coquetearle a un hombre soltero. Por su culpa, porque de ella dependía sacarlo del mercado. Y aunque le doliera el estómago de solo pensarlo, reconoció que Javier era libre de acostarse con quien le diera la gana.Al cerrar la puerta de su apartamento se deshizo de su ropa mojada con el deseo de darse una ducha y luego irse a la cama. Tomó una toal
Andrea corrió por el pasillo del hospital, el olor a desinfectante inundando sus fosas nasales. Sus pasos resonaban en el suelo de linóleo, mezclándose con el pitido constante de las máquinas y los murmullos apagados de las conversacionesAl doblar la esquina, la escena que los recibió fue desgarradora. La madre de Javier y Cassandra estaban abrazadas, sus sollozos ahogados contra el hombro de la otra. Andrea sintió un nudo en la garganta. Horas antes, había pensado que lo ocurrido en el baño del restaurante las alejaría, pero verlas consolándose entre sí en un momento como este era conmovedor.Javier se apresuró hacia ellas, envolviéndolas a ambas en un abrazo. Andrea se quedó atrás, sintiéndose como una intrusa en este momento familiar. Sus ojos se encontraron con los de Cassandra por encima del hombro de su hermano, y su madre le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento.—¿Qué han dicho los médicos? —preguntó Javier, su voz ronca por la preocupación.Angélica se secó las lágrim