60. Un movimiento más

El sabor dulce de sus labios aún seguía en su paladar y aunque Javier sabía que no debió hacerlo en ese lugar, todo raciocinio se desvaneció al escuchar el suave ritmo de la respiración agitada de Andrea junto a la suya.

Lleno de frustración exhaló y permitió que ella tomara cierta distancia hasta que escuchó una voz gruesa a sus espaldas.

—¿Andrea?

Javier se giró para ver al intruso, un hombre con una sonrisa pulida y una inmaculada bata blanca.

A su lado, Andrea cerró los puños y un leve temblor se apoderó de su cuerpo, pero fue la mirada suplicante en su dirección la que lo sacudió. Y aunque no entendió a qué le temía, su instinto protector hizo que se irguiera tras ella.

—Alejandro, no sabía que trabajabas aquí —dijo Andrea dando un paso hacia atrás, apenas perceptible para otros, pero una alarma en neón para él.

—No, tengo mi clínica. Solo cubro algunos pacientes de mi padre por unos días. —Le señaló la habitación y le extendió una tarjeta.

Andrea se lo pensó un momento antes
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