55. Misterio

Andrea tuvo que presionar la mano contra su pecho para tranquilizar su corazón desbocado. La colonia de Javier en su chaqueta aún se mantenía presente y no pudo evitar inhalar con fuerza y disfrutar del aroma varonil.

Y cerró los ojos, reviviendo el momento en que sus labios casi se encontraron, y un fuerte escalofrío recorrió su espalda.

«¿Qué estás haciendo, Andrea?», se regañó mentalmente, sacudiendo la cabeza. No podía creer que sus emociones se volvieran incontrolables al tener a Javier tan cerca y aunque quería echarse a llorar por la intensidad de las mismas, sonrió como una estúpida tras la puerta cerrada.

No se atrevió a constatar si se había ido y casi corrió a su apartamento, sintiendo como si flotara, como si el tiempo no hubiera transcurrido desde que chocaron la primera vez en el patio de su casa.

Al entrar, se dejó caer en el sofá, hundiendo el rostro entre sus manos, con una sensación de anhelo, envolviéndola en un abrazo fantasma que amenazaba con derribar todas sus
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