Llegaron al postre entre felicitaciones para su esposo y recuerdos de los momentos en que cada uno se unió al grupo, haciendo sus primeros pininos en los negocios que compartían.La cena culminó y la música exhortó a los invitados a bailar en el salón principal y Andrea fue abordada por Martha pidiendo los resultados, pero fue evidente su enfado cuando le reveló el bufete que elegiría González.Alberto la llevó hasta el centro del salón y ambos se movieron al compás de una balada y ella no podía dejar de observarlo. Sus ojos, siempre fríos y calculadores, ahora parecían inquietos, casi… ¿Asustados?—¿Sucede algo? —Se atrevió a preguntar. No era habitual verlo comportarse de aquella forma.Alberto la miró, y por un momento notó vulnerabilidad en sus ojos.—Andrea, te quiero —dijo, acercándose más a su cuerpo con ternura y besándola con tal pasión que la hizo temblar en sus brazos.—¿Qué pasa? —insistió ella, cuando se separaron.—Nada, es solo que no me gusta estar aquí —respondió él,
Andrea tomó asiento en el enorme sofá estilo isabelino del siglo diecinueve en el salón de la tía Viv. Lo había pensado mucho antes de pedirle permiso a Alberto, pero este la sorprendió cuando aceptó de inmediato, como si agradeciese aquel pretexto para sacarla de allí.Sin embargo, tenerla frente a ella con su famosa mirada escrutadora mientras sostenía una taza de té, le reveló que cometió un error. Era una mujer perspicaz y las endebles evasivas que usó con su familia no funcionarían con ella. Se sintió terrible por no haber pensado en ello antes, pero ya era muy tarde.—¿Seguirás en casa de tus suegros? —preguntó la mujer sin dejar de verla. La forma en que lo hacía la ponía nerviosa.Se aclaró la garganta que sentía seca a pesar de la limonada que tomaba y respondió en un hilo de voz:—Solo tres días más. —Al menos eso le había dicho Alberto.—¿No has pensado en quedarte en casa de tus padres? Digo, hace poco deseabas terminar la universidad. Además, Alfredo…—Les quedan Efraín y
Andrea mantuvo la mirada fija en el torrencial aguacero que caía al otro lado del cristal, sin reparar en el tiempo que llevaba en la misma posición. El tictac del reloj de piso, que había marcado tantas noches de insomnio, resonaba más fuerte que nunca. Cada movimiento del péndulo era un recordatorio del tiempo transcurrido.Cinco años ya desde aquella conversación con la tía Viv, y la última llamada de Javier Herrera. Andrea cerró los ojos, cuestionándose una vez más qué habría pasado si hubiera aceptado su ofrecimiento.Su sacrificio, sin embargo, valió la pena, porque mientras actuaba como la esposa ejemplar de Alberto, se convirtió en un sólido soporte para su propia familia.Lucía se marchó a Londres a estudiar y casi obligó a Alberto a quedarse con su nana, con quien él mantenía una relación extraña y distante. Eso contribuyó a que Rosa le tomara cierto aprecio, al igual que Jorge, el conductor que le asignó.El rugido de un motor la alertó y al ver el auto de Alberto atravesa
Andrea corría desesperada a través del bosque, con el aroma penetrante de los pinos inundando sus sentidos. Su corazón amenazaba con estallar en su pecho y los músculos de sus piernas ardían con cada paso, pero el terror la impulsaba a seguir adelante.Las ramas bajas arañaron su piel mientras zigzagueaba entre los árboles, pero la voz de Alberto resonó, llamándola, cada vez más cerca haciendo que tropezara con una raíz sobresaliente.Se levantó, ignorando el dolor punzante en su rodilla y un sudor frío le recorrió la espalda cuando se detuvo a tiempo, al borde de un precipicio, dejándola sin salida.Un aliento cálido en su nuca la paralizó.—Princesa... —susurró una voz suave y familiar—. Despierta. Estoy aquí.El terror la invadió mientras sentía unas manos cerrándose alrededor de su garganta, así que se liberó como pudo y saltó.—¡Déjala dormir, por Dios!El pitido constante del monitor cardíaco perforó la bruma de su inconsciencia y aunque sus párpados pesaban como plomo, pero log
Era la tercera vez esa semana que televisaban el documental sobre el tormentoso matrimonio de Andrea. En este, la diferencia era que le sumaban a una lista de otras mujeres de la farándula o la política con problemas similares.—El tormentoso matrimonio de Andrea García llegó a su fin en un acto de violencia que conmocionó a la sociedad mexicana... —dijo el periodista, con una fotografía suya saliendo del hospital con Rosa donde su rostro magullado, lo que le provocó que se le revolviera el estómago.Javier lamentó no haberse quedado a su lado hasta que le dieran de alta por ceder ante las incesantes llamadas de su padre.—Lo único que pude hacer por ella... no sirvió de nada —, susurró con la vista fija en la pantalla, recordando al abogado que contrató en un intento desesperado por ayudarla.Todo lo que describían los entrevistados le hacía volver a su propio pasado. Ese que quería dejar atrás, donde era un niño que no soportaba el llanto de su madre, de esos gritos a medianoche cu
Andrea se aferró al borde de la silla, sus manos sudorosas traicionando su nerviosismo. Luchó por mantener la compostura mientras observaba a la entrevistadora. La mujer hojeaba su currículum con una lentitud exasperante, su mirada revelando una inquietante mezcla de curiosidad morbosa y desdén.—Entonces, señora Villanegra... o ¿prefiere el García? —preguntó la mujer, Andrea tragó saliva. —Mi apellido de soltera está bien —respondió, su voz apenas un susurro.La mujer reaccionó con una media sonrisa que no pudo devolver.—Entiendo que su situación es... complicada.El nudo en el estómago de Andrea se apretó. Aquí vamos de nuevo, pensó.—Verá, señorita García, su experiencia es limitada y para ser franca, con toda la atención mediática...El estómago de Andrea se retorció. Sabía lo que venía a continuación.—Disculpe mi curiosidad, pero ¿no es usted la esposa de Alberto Villanegra? El empresario que...—Exesposa —interrumpió Andrea—. Y preferiría no hablar de mi vida personal.La en
Cada paso era más difícil de dar. Desde que salió de la tienda de Sara pensó en cómo darle la noticia a Rosa. Aún no decidía si fingir alegría y contarle que había conseguido un empleo del que aún no sabía nada con exactitud, o decirle lo de siempre. Temía no poder ocultar lo derrotada que se sentía al no lograr conseguir algo en su profesión. Conociendo a Sara, era muy capaz de intentar aprovechar la situación para beneficio propio, como ponerla a modelar en alguna vitrina semidesnuda o vestirla con un disfraz ridículo para hacer publicidad en la calle. Prefería tener más información antes de arriesgarse a que su hermana mayor le jugara una de sus tan comunes bromas a costa suya.Suspiró, sintiendo el viento helado en sus mejillas húmedas por la llovizna y cayó en la cuenta de que, en lugar de quejarse, debería agradecer el estar allí, viva, después de aquella golpiza. Se acomodó mejor el abrigo para no mojarse más de lo que ya estaba cuando vio un camión de mudanza en la acera del
Andrea dejó que el teléfono timbrara un par de veces antes de terminar la llamada. El reloj de su mesita de noche marcaba pasadas las nueve, y una sensación de inquietud se apoderó de ella. Dudó por un momento, pero le escribió a Sara para contarle las novedades.La respuesta de su hermana llegó casi al instante: “Es casi seguro que se encuentren en el club. Ella se la pasa ahí. Andrea sintió un nudo en el estómago. La vergüenza la invadió al recordar que no tenía nada apropiado para ponerse después de que su exsuegra quemara todo su guardarropa. Estaba a punto de hundirse en la desesperación cuando un segundo mensaje de Sara iluminó la pantalla:“Pasa antes por la tienda, te daré algo apropiado. Hoy te veías terrible. Andrea frunció el ceño, sus dedos se cernieron sobre el teclado, lista para responder de forma no muy amable. Sin embargo, antes de enviarlo, el teléfono vibró en sus manos, sobresaltándola y perdió el agarre. El aparato cayó directo sobre su rostro, provocándole u