44. Amigas

Andrea estaba a punto de salir del coche con la ayuda del chofer cuando Alberto la detuvo por la muñeca, presionando sus dedos como grilletes para susurrar:

—¿Tengo que recordarte lo prudente que debe ser una esposa?

—En absoluto —respondió con dificultad.

Alberto aflojó su agarre, sus dedos dejando marcas rojas en la pálida piel de Andrea. Ella contuvo el impulso de frotarse la muñeca mientras salía del coche y atravesó la puerta de cristal de la boutique.

Sus ojos recorrieron el lugar, deteniéndose en una figura familiar que destacaba entre los maniquíes y los estantes de ropa de diseñador.

Lucía se veía preciosa, su cabellera pelirroja ahora caía en ondas perfectas hasta su cintura. Su postura, con los brazos cruzados y el peso descansando sobre una cadera, irradiaba una confianza que Andrea anhelaba.

Parecía haber pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron, aunque solo fueron algunos meses.

—Vaya, te ves peor de lo que pensé —soltó Lucía, en tono cortante.

Andrea
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