43. Osadía

—¿Por qué tiemblas, tontita? —dijo Alberto riendo, sin permitirle que se soltara de su agarre—. Te ves como cuando venía a visitarte a esta casa. ¿Recuerdas aquella vez que casi nos atrapa tu hermano mientras me tocabas? Eras efusiva y divertida, tan llena de vida.

Andrea intentó soltarse. Sus manos empezaban a sudar y si él lo notaba le iría muy mal. Pero él mismo la dejó ir antes de suspirar y decir:

—Pero ahora pareces una mala copia de ti misma, amor.

—¿A qué viniste Alberto? —se atrevió a preguntar.

—Necesito que me acompañes a casa de mi madre. Nos quedaremos allí esta noche y mañana que te traigan de regreso. Tenemos una cena con los socios del banco y te quiero a mi lado.

Andrea se sentó en una silla alejada de él y eso provocó que riera.

—No hablaremos aquí, ¿estás de acuerdo? Porque es eso lo que te tiene comportándote así, ¿no?

—Sí, y la verdad me daría mucha vergüenza que tú… —Cerró los ojos de inmediato y apretó la mandíbula, arrepentida de lo que estuvo a punto de deci
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