Bien lo dijo Arquímedes de Siracusa: «Los sueños son las esperanzas de los tontos».Mientras pasaban los minutos dentro del auto, Andrea supo que el ambiente había cambiado. Y el sueño que tenía de una luna de miel romántica y llena de momentos mágicos, comenzó a desvanecerse cuando vio a Alberto más interesado en su teléfono que en ella, respondiendo a llamadas y mensajes durante todo el trayecto.Fue un viaje de doce horas hasta Múnich, cerca de cuatro más esperando el cambio de avión en el que hablaron solo lo necesario y sus respuestas se limitaban a monosílabos cuando Alberto preguntaba si estaba cómoda, si se refrescaba o si le apetecía una bebida más. Y al final, hora y media hasta Fiumicino, Italia.—¿Puedo? —preguntó Andrea, intentando acercarse a él y acurrucarse a su lado para dormir un poco en el último vuelo.Alberto la miró con una expresión de hastío.—Chiquilla, necesito aprovechar estas horas para terminar algo de trabajo y así poder estar libre desde que aterricemos.
Una suave sacudida en el hombro la despertó y Andrea, sin querer abrir los ojos preguntó:—¿Qué hora es?—Son las tres de la tarde. Teníamos una visita guiada por el lugar y la perdimos por tu culpa. ¿Cómo puedes dormir tanto? —La voz de Alberto sonó neutral, aunque notó algo de reproche en su tono.Andrea no acostumbraba a dormir tanto, pero el cambio de horario y la preocupación por esperarlo la dejaron exhausta.—Debe ser el embarazo —respondió sin mirarlo. Tomó asiento en la cama y se talló el rostro para despejarse.Al no escuchar la réplica de su esposo, lo buscó por la habitación y lo encontró de pie, observando el exterior a través de la puerta de doble hoja del balcón con las manos dentro de los bolsillos.De repente, sacó su teléfono del bolsillo y la miró sin pestañear mientras decía:—¿Miranda? Gracias al cielo que he podido contactarme contigo. Llamé a Alfredo, pero no responde. Tengo que comunicarles algo terrible que acaba de suceder.Andrea no podía creerlo. Contuvo el
Gotas de lluvia salpicaban el cristal de la ventana y Andrea sonrió al observar a una pareja que jugaba bajo la tormenta. Parecían tan enamorados que por un momento sintió una aversión inexplicable contra ellos.Gritaban y reían como si estuviesen solos en aquel lugar, y la forma en que se miraban era tan auténtica, que le provocó un nudo en la garganta y una opresión en el pecho que bajó hasta su estómago, formando una especie de nudo casi doloroso.Había pasado una semana desde la llamada de Alberto a sus padres, y dos noches después de la terrible experiencia en esa misma habitación, Andrea decidió escapar y regresar a su país.Estaba segura de que él dormía cuando salió de la habitación. Fue sigilosa. Incluso decidió salir sin zapatos para no despertarlo, y trató de despistar a todo aquel que podría darle información si la veía. Pero sin saber cómo, al llegar a la entrada del hotel, él ya la esperaba con una sonrisa que la hizo temblar.Alberto la tomó de la mano con delicadeza y
Unas horas más tarde, bajaron con una sonrisa enorme. Para sorpresa de Andrea, la dulzura de Alberto no desapareció el resto del día. La instó a acompañarlo a la cena que de manera tan improvisada se comprometió, mediante besos y palabras dulces que la hicieron recordar sus mejores momentos juntos.El hotel no tenía demasiadas parejas jóvenes hospedadas, así que Alberto decidió posponer el viaje hasta la mañana siguiente y divertirse un poco.Una mujer morena y demasiado segura para el gusto de Andrea fue a su encuentro cuando aparecieron en el bar.Llevaba un vestido rojo revelador, pero reconoció su rostro como el de la chica que jugaba bajo la lluvia y la odió al instante.Verla sonriendo con tanta suficiencia y moviéndose con esa coquetería la hizo fruncir el ceño sin reparos.—Un placer. Cassandra Herrera. —Le tendió la mano a Alberto y para sorpresa de ambos abrazó con efusividad a Andrea. Le dio un beso en la mejilla, se acercó a su oreja y le susurró—: No te preocupes, no me g
Javier se quedó atónito cuando Cassandra irrumpió en su habitación de hotel sin avisar. Ethan Hunter, su escolta de mayor antigüedad, encogió los hombros antes de cerrar la puerta y quedarse fuera. Javier sacudió la cabeza. Su hermana tenía un don especial para dejarlos sin palabras. Y aunque sabía que sucedió algo entre ellos, prefirió no ahondar en el tema al verla continuar con su vida.—¿Dónde estuviste? —preguntó Cassandra, con reproche —. Te esperé toda la noche en el restaurante y no te dignaste a responder mis mensajes. La mirada de Javier se suavizó.—Lo siento, Cassy. Tuve una reunión que se prolongó. Y, para ser honesto, no me pareció apropiado mezclar trabajo y placer.Cassandra se acercó a él, entrecerrando los ojos y escudriñando el rostro de su hermano.—¿Por qué tantos rodeos?—Eso no es justo, Cassy. Sabes que siempre estoy dispuesto a pasar tiempo contigo. Solo… —Javier dudó, buscando las palabras adecuadas, pero no las encontró de inmediato.Cassandra suspiró y se
Un tenue rayo de sol iluminó el rostro de Andrea. Sus párpados temblaron antes de abrirse y parpadear, y un gemido escapó de su garganta mientras intentaba incorporarse.El frío mármol de Carrara bajo su piel desnuda la hizo estremecer y desorientada, trató de reconocer las paredes blancas y los muebles, pero le resultaron ajenos.El dolor se extendía por cada centímetro de su cuerpo, y la mantenían anclada al suelo. Con esfuerzo, logró apoyar la espalda contra la fría pared.Su piel se sentía pegajosa, cubierta de una fina capa de sudor. Tragó saliva y luchó contra las náuseas al descubrir semen reseco en un mechón de cabello, parte de su mejilla izquierda y su muslo derecho. Necesitaba un baño con urgencia, pero la idea de moverse le parecía imposible.El ruido de una puerta en el piso superior la puso en alerta. Su corazón latió desbocado, y con un esfuerzo sobrehumano, Andrea se arrastró tras un enorme jarrón casi de su tamaño y contuvo la respiración.El sabor metálico de la sang
Javier se despertó, con el grito de Andrea, resonando aún en sus oídos. Su pesadilla fue tan vívida que le dejó una sensación dolorosa en el pecho.Encendió la lámpara de la mesita de noche y miró el caos en su habitación, repleta de mapas, fotos y reportes que parecían burlarse de sus esfuerzos infructuosos junto a Efraín y el equipo de Hunter.Miró la pantalla de su computadora con el video de seguridad de un restaurante en otra ciudad. Ahí estaba Andrea junto a Alberto, almorzando. Y aunque no parecía asustada, pudo notar su incomodidad.—¿Dónde estás, princesa? —susurró al ver cómo ella miraba al mesero—. ¿Por qué no puedo encontrarte?Fue imposible triangular los teléfonos de la pareja y Villanegra parecía vivir del aire, porque ninguna de sus tarjetas volvió a usarse después de la cena con Cassandra.Se sobresaltó cuando la puerta se abrió de golpe y Efraín entró con una expresión que no supo descifrar.—Javier, mi madre acaba de llamar —anunció sonriendo, nervioso—. Habló con
Después de mes y medio, Andrea supo que ese lugar permanecería grabada en su memoria y en su piel.Si las paredes hablaran, narrarían sobre los gritos y las noches que durmió fuera, soportando las inclemencias del tiempo. Le dirían al mundo de las heridas que llevaba en el cuerpo, producto de su nula habilidad en la cocina o su falta de experiencia en la cama.Se burlarían de la valentía que ejerció en el pasado para hacer valer su opinión y de la que ahora no quedaba nada.Esa Andrea ya no existía.Intentó escapar varias veces, pero lo único que consiguió fue una paliza peor que la anterior. La técnica de Alberto mejoró con los días, porque ya no dejaba marcas visibles, pero todo le dolía tanto, que intentó acabar consigo misma. Sin embargo, siempre aparecía justo a tiempo para impedirlo. Como un gato jugando con su presa, dejándola hasta que se confiaba y lo intentaba de nuevo, antes de atraparla otra vez.Cada día le parecía eterno, los minutos, asfixiantes. Como si el tiempo se o