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33. Máscaras caídas

Javier se despertó, con el grito de Andrea, resonando aún en sus oídos. Su pesadilla fue tan vívida que le dejó una sensación dolorosa en el pecho.

Encendió la lámpara de la mesita de noche y miró el caos en su habitación, repleta de mapas, fotos y reportes que parecían burlarse de sus esfuerzos infructuosos junto a Efraín y el equipo de Hunter.

Miró la pantalla de su computadora con el video de seguridad de un restaurante en otra ciudad. Ahí estaba Andrea junto a Alberto, almorzando. Y aunque no parecía asustada, pudo notar su incomodidad.

—¿Dónde estás, princesa? —susurró al ver cómo ella miraba al mesero—. ¿Por qué no puedo encontrarte?

Fue imposible triangular los teléfonos de la pareja y Villanegra parecía vivir del aire, porque ninguna de sus tarjetas volvió a usarse después de la cena con Cassandra.

Se sobresaltó cuando la puerta se abrió de golpe y Efraín entró con una expresión que no supo descifrar.

—Javier, mi madre acaba de llamar —anunció sonriendo, nervioso—. Habló con
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