38. Confesiones

Andrea contuvo el aliento mientras Alberto se deslizaba en el asiento trasero junto a ella. El cuero crujió bajo su peso, y el aroma de su colonia inundó el espacio haciendo que se le revolviera el estómago. El silencio se extendía como una cuerda tensa entre ellos, amenazando con romperse en cualquier momento.

—Alberto, yo… —susurró Andrea.

—Cállate —siseó él, presionando el cañón frío de una pistola contra su mejilla—. No quiero oír tus patéticas excusas, chiquilla. Ya sé todo lo que necesito saber.

Andrea tragó saliva y miró al conductor a través del retrovisor, buscando ayuda, pero él apartó la vista y siguió conduciendo.

—Él es solo un amigo de la familia —insistió Andrea, tratando de mantener la calma—. No pensarás que yo… que habría algo entre nosotros.

La frialdad en su mirada la hizo callar.

—Sé que no te atreverías a abrirle las piernas, porque amas a tu familia —dijo él, una sonrisa cruel curvando sus labios—. Y sabes muy bien lo que está en juego si decides desafiarme.

Alb
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