Andrea dibujó un corazón en el vidrio empañado, sus dedos dejando un rastro en la condensación causada por la lluvia que caía afuera. El gesto, casi infantil, contrastaba con la tensión que sentía en su interior. Giró hacia su hermano, buscando en sus ojos la seguridad que tanto necesitaba.—Gracias por creerme —murmuró sobre el repiqueteo de la lluvia contra el techo del auto.—No tienes nada que agradecer. Estaré tras de ti, apoyándote, cada vez que me necesites, y haré lo que me pidas sin preguntar. Siempre. Somos hermanos.Andrea asintió con emoción contenida, al reconocer en sus palabras la misma promesa que le hizo cuando eran niños y que cumplió cada vez que la invocó entre ellos. El recuerdo de un verano lejano se materializó en su mente. El olor a pino y a tierra húmeda del campamento, las risas mezcladas con el crepitar de la fogata, y luego, el aroma inconfundible y nauseabundo de un zorrillo. Andrea casi podía escuchar los gritos de aquellas niñas que la habían estado mo
Andrea se acercó a su padre, con la sensación de estar en un mundo paralelo donde su familia se había desmoronado sin que ella se enterara. Sus piernas se movieron por instinto, llevándola hacia su padre. Se dejó caer de rodillas frente a él mientras sus manos temblorosas buscaban las suyas.El rostro de Alfredo García, antes fuerte y decidido, ahora lucía surcado por arrugas más profundas, y una expresión de tristeza y confusión. —¿Papá? —Su voz salió como un susurro quebrado—. ¿Qué... qué te pasó?Andrea lo rodeó con sus brazos, inhalando el familiar aroma a loción de afeitar mezclado con otro medicinal que le encogió el corazón. Él le acarició el cabello con suavidad, mientras su mano izquierda temblorosa intentaba alejar las lágrimas de sus mejillas sin percatarse que su propio rostro estaba igual. El silencio en la habitación se tornó denso y sofocante, roto solo por el suave sollozo de Andrea y luego por la voz de su madre mientras se acercaba a ellos.—Es hora de agradecer
Aunque nunca se los dijo, la compañía de su hermano, de Franco y a veces de Agustín, solían convertir las noches de lluvia en las mejores. Pero ahora sus rostros, antes joviales y despreocupados, ahora mostraban líneas de preocupación que Andrea no recordaba haber visto antes.Cuando la veían de mal humor, se esforzaban para hacerla reír y esa era otra de las razones por las cuales, Sara, la culpaba por llamar la atención de los hombres a propósito.Recordó con diversión y una pizca de melancolía que así fue como su hermana se propuso conquistar a Franco, pero fue Agustín el que cayó en su red sorprendiendo a todos. Cuando jugaban, tenían prohibido apostar y si sus padres se enteraban, eran castigados como en la época de la inquisición por su madre. Así que como no podían involucrar dinero; los trabajos escolares, salidas y compañía eran su moneda de cambio, excepto para Andrea.A ella le encantaba ganarles para ponerles retos en público que quedaron como las mejores anécdotas del r
Andrea salió al jardín después del mediodía, aún somnolienta, como si no hubiera dormido en mucho tiempo. Y encontró a su madre leyendo su libro favorito: La Biblia. De vez en cuando, su mirada se perdía en dirección a las flores en el enorme jardín, pero luego volvía a su lectura, como en una escena estudiada de toda la vida. Andrea aguardó un momento, recordando cuánto disfrutaba verla tan fuera de la realidad, absorta en la lectura, en lugar de acudir al lado de Sara cuando se quejaba de dolor después del accidente esquiando en Europa. O con Efraín al irse de casa con su novia de aquel entonces. Se preguntó muchas veces si siempre había sido así. Si cuando era tan joven como ella, se la pasaba con su Biblia en la mano en lugar de vivir, de hacer otras cosas. Sus abuelos fueron estrictos, pero los recordaba cariñosos con ella y siempre dispuestos a aconsejarla antes de que fallecieran. Andrea se acercó a la silla y depositó un beso en su blanca cabellera, captando la atención de
—¿Por qué tiemblas, tontita? —dijo Alberto riendo, sin permitirle que se soltara de su agarre—. Te ves como cuando venía a visitarte a esta casa. ¿Recuerdas aquella vez que casi nos atrapa tu hermano mientras me tocabas? Eras efusiva y divertida, tan llena de vida. Andrea intentó soltarse. Sus manos empezaban a sudar y si él lo notaba le iría muy mal. Pero él mismo la dejó ir antes de suspirar y decir:—Pero ahora pareces una mala copia de ti misma, amor.—¿A qué viniste Alberto? —se atrevió a preguntar.—Necesito que me acompañes a casa de mi madre. Nos quedaremos allí esta noche y mañana que te traigan de regreso. Tenemos una cena con los socios del banco y te quiero a mi lado.Andrea se sentó en una silla alejada de él y eso provocó que riera. —No hablaremos aquí, ¿estás de acuerdo? Porque es eso lo que te tiene comportándote así, ¿no?—Sí, y la verdad me daría mucha vergüenza que tú… —Cerró los ojos de inmediato y apretó la mandíbula, arrepentida de lo que estuvo a punto de deci
Andrea estaba a punto de salir del coche con la ayuda del chofer cuando Alberto la detuvo por la muñeca, presionando sus dedos como grilletes para susurrar:—¿Tengo que recordarte lo prudente que debe ser una esposa?—En absoluto —respondió con dificultad. Alberto aflojó su agarre, sus dedos dejando marcas rojas en la pálida piel de Andrea. Ella contuvo el impulso de frotarse la muñeca mientras salía del coche y atravesó la puerta de cristal de la boutique.Sus ojos recorrieron el lugar, deteniéndose en una figura familiar que destacaba entre los maniquíes y los estantes de ropa de diseñador.Lucía se veía preciosa, su cabellera pelirroja ahora caía en ondas perfectas hasta su cintura. Su postura, con los brazos cruzados y el peso descansando sobre una cadera, irradiaba una confianza que Andrea anhelaba.Parecía haber pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron, aunque solo fueron algunos meses. —Vaya, te ves peor de lo que pensé —soltó Lucía, en tono cortante. Andrea
Andrea contuvo el aliento al cruzar el umbral de la mansión Villanegra, sintiendo una atmósfera sofocante que amenazaba con asfixiarla. Antes de que pudiera dar un paso más, una conversación susurrada captó su atención.—… con eso terminaremos de hundir a la familia de esa pequeña estúpida. Ella no debe enterarse.Se pegó a la pared, su corazón latiendo con fuerza contra sus costillas. ¿Se refería a ella? La voz de su suegra se apagó y Andrea se obligó a seguir adelante, consciente de que cada segundo de retraso sería notado y juzgado.La fría mirada de Martha Villanegra la recibió, escudriñándola de pies a cabeza y sin responder a su saludo, dijo:—Suban de inmediato, la estilista no tiene todo el día.Andrea y Lucía intercambiaron una mirada fugaz antes de obedecer.Dos horas después, la música de la fiesta se filtraba por las rendijas de la puerta. Andrea se miró al espejo y se ajustó el vestido verde esmeralda. Su reflejo le devolvió una mirada vacía, y por un momento, no reconoci
Llegaron al postre entre felicitaciones para su esposo y recuerdos de los momentos en que cada uno se unió al grupo, haciendo sus primeros pininos en los negocios que compartían.La cena culminó y la música exhortó a los invitados a bailar en el salón principal y Andrea fue abordada por Martha pidiendo los resultados, pero fue evidente su enfado cuando le reveló el bufete que elegiría González.Alberto la llevó hasta el centro del salón y ambos se movieron al compás de una balada y ella no podía dejar de observarlo. Sus ojos, siempre fríos y calculadores, ahora parecían inquietos, casi… ¿Asustados?—¿Sucede algo? —Se atrevió a preguntar. No era habitual verlo comportarse de aquella forma.Alberto la miró, y por un momento notó vulnerabilidad en sus ojos.—Andrea, te quiero —dijo, acercándose más a su cuerpo con ternura y besándola con tal pasión que la hizo temblar en sus brazos.—¿Qué pasa? —insistió ella, cuando se separaron.—Nada, es solo que no me gusta estar aquí —respondió él,