Andrea salió precipitada del salón, su corazón palpitando con fuerza. Sabía que al ver a Javier, su mundo se desmoronaría. Era una prueba, y ella iba a fracasar, poniendo en riesgo todo lo que había sacrificado por mantener a salvo a su familia.Salió a los jardines, y el aire fresco de la noche la golpeó. Sus tacones resonaban en el pavimento mientras corría por un sendero iluminado por farolas.—¡Andrea, espera! —gritó Javier detrás—. ¡Solo quiero hablar!Ella no quería mirar hacia atrás, pero sintió una mano en su brazo y se sobresaltó, volteando para encontrarse con los ojos cálidos y profundos de Javier.El aroma de las flores se mezcló con su perfume, trayendo recuerdos que creía enterrados. Su corazón se aceleró aún más, dividida entre el anhelo y el pánico por las consecuencias.—No deberías estar aquí —susurró ella, volteando nerviosa a su alrededor—. Si Alberto se entera…Las palabras de su marido resonaron en su mente: «Si hablas con él, si lo miras siquiera, lo mataré. Aca
Javier despertó con una sonrisa, y palpó al lado, su cuerpo, exigiendo el de Andrea para volver a sentir su calor cobijando su miembro erecto. Pero al abrir los ojos, la encontró en el sillón de la esquina, con el rostro tenso y angustiado.—No puedo quedarme —susurró ella, evitando su mirada—. Alberto…—Al diablo con ese cabrón —espetó Javier, incorporándose—. No voy a permitir que vuelvas con él.Andrea se levantó de un salto, buscando su ropa, frenética.—No lo entiendes. Él tiene…—¿Qué? ¿Poder? ¿Dinero? —Javier la siguió, frustración llenando su pecho—. Yo también tengo recursos, Andrea, contactos…—¡No se trata de eso! —gritó ella, lágrimas asomando a sus ojos—. Mi familia… firmé cosas al casarme que los comprometen.—Llamémoslos ahora mismo y les explicaremos todo.Por un instante, vio un destello de esperanza en los ojos de Andrea y ella asintió, tomando el teléfono con manos temblorosas.—¿Mamá? —preguntó esperanzada.La voz de Miranda resonó en el altavoz.—¿Cómo pudiste hac
Andrea contuvo el aliento mientras Alberto se deslizaba en el asiento trasero junto a ella. El cuero crujió bajo su peso, y el aroma de su colonia inundó el espacio haciendo que se le revolviera el estómago. El silencio se extendía como una cuerda tensa entre ellos, amenazando con romperse en cualquier momento.—Alberto, yo… —susurró Andrea.—Cállate —siseó él, presionando el cañón frío de una pistola contra su mejilla—. No quiero oír tus patéticas excusas, chiquilla. Ya sé todo lo que necesito saber.Andrea tragó saliva y miró al conductor a través del retrovisor, buscando ayuda, pero él apartó la vista y siguió conduciendo.—Él es solo un amigo de la familia —insistió Andrea, tratando de mantener la calma—. No pensarás que yo… que habría algo entre nosotros.La frialdad en su mirada la hizo callar.—Sé que no te atreverías a abrirle las piernas, porque amas a tu familia —dijo él, una sonrisa cruel curvando sus labios—. Y sabes muy bien lo que está en juego si decides desafiarme.Alb
Andrea dibujó un corazón en el vidrio empañado, sus dedos dejando un rastro en la condensación causada por la lluvia que caía afuera. El gesto, casi infantil, contrastaba con la tensión que sentía en su interior. Giró hacia su hermano, buscando en sus ojos la seguridad que tanto necesitaba.—Gracias por creerme —murmuró sobre el repiqueteo de la lluvia contra el techo del auto.—No tienes nada que agradecer. Estaré tras de ti, apoyándote, cada vez que me necesites, y haré lo que me pidas sin preguntar. Siempre. Somos hermanos.Andrea asintió con emoción contenida, al reconocer en sus palabras la misma promesa que le hizo cuando eran niños y que cumplió cada vez que la invocó entre ellos. El recuerdo de un verano lejano se materializó en su mente. El olor a pino y a tierra húmeda del campamento, las risas mezcladas con el crepitar de la fogata, y luego, el aroma inconfundible y nauseabundo de un zorrillo. Andrea casi podía escuchar los gritos de aquellas niñas que la habían estado mo
Andrea se acercó a su padre, con la sensación de estar en un mundo paralelo donde su familia se había desmoronado sin que ella se enterara. Sus piernas se movieron por instinto, llevándola hacia su padre. Se dejó caer de rodillas frente a él mientras sus manos temblorosas buscaban las suyas.El rostro de Alfredo García, antes fuerte y decidido, ahora lucía surcado por arrugas más profundas, y una expresión de tristeza y confusión. —¿Papá? —Su voz salió como un susurro quebrado—. ¿Qué... qué te pasó?Andrea lo rodeó con sus brazos, inhalando el familiar aroma a loción de afeitar mezclado con otro medicinal que le encogió el corazón. Él le acarició el cabello con suavidad, mientras su mano izquierda temblorosa intentaba alejar las lágrimas de sus mejillas sin percatarse que su propio rostro estaba igual. El silencio en la habitación se tornó denso y sofocante, roto solo por el suave sollozo de Andrea y luego por la voz de su madre mientras se acercaba a ellos.—Es hora de agradecer
Aunque nunca se los dijo, la compañía de su hermano, de Franco y a veces de Agustín, solían convertir las noches de lluvia en las mejores. Pero ahora sus rostros, antes joviales y despreocupados, ahora mostraban líneas de preocupación que Andrea no recordaba haber visto antes.Cuando la veían de mal humor, se esforzaban para hacerla reír y esa era otra de las razones por las cuales, Sara, la culpaba por llamar la atención de los hombres a propósito.Recordó con diversión y una pizca de melancolía que así fue como su hermana se propuso conquistar a Franco, pero fue Agustín el que cayó en su red sorprendiendo a todos. Cuando jugaban, tenían prohibido apostar y si sus padres se enteraban, eran castigados como en la época de la inquisición por su madre. Así que como no podían involucrar dinero; los trabajos escolares, salidas y compañía eran su moneda de cambio, excepto para Andrea.A ella le encantaba ganarles para ponerles retos en público que quedaron como las mejores anécdotas del r
Andrea salió al jardín después del mediodía, aún somnolienta, como si no hubiera dormido en mucho tiempo. Y encontró a su madre leyendo su libro favorito: La Biblia. De vez en cuando, su mirada se perdía en dirección a las flores en el enorme jardín, pero luego volvía a su lectura, como en una escena estudiada de toda la vida. Andrea aguardó un momento, recordando cuánto disfrutaba verla tan fuera de la realidad, absorta en la lectura, en lugar de acudir al lado de Sara cuando se quejaba de dolor después del accidente esquiando en Europa. O con Efraín al irse de casa con su novia de aquel entonces. Se preguntó muchas veces si siempre había sido así. Si cuando era tan joven como ella, se la pasaba con su Biblia en la mano en lugar de vivir, de hacer otras cosas. Sus abuelos fueron estrictos, pero los recordaba cariñosos con ella y siempre dispuestos a aconsejarla antes de que fallecieran. Andrea se acercó a la silla y depositó un beso en su blanca cabellera, captando la atención de
—¿Por qué tiemblas, tontita? —dijo Alberto riendo, sin permitirle que se soltara de su agarre—. Te ves como cuando venía a visitarte a esta casa. ¿Recuerdas aquella vez que casi nos atrapa tu hermano mientras me tocabas? Eras efusiva y divertida, tan llena de vida. Andrea intentó soltarse. Sus manos empezaban a sudar y si él lo notaba le iría muy mal. Pero él mismo la dejó ir antes de suspirar y decir:—Pero ahora pareces una mala copia de ti misma, amor.—¿A qué viniste Alberto? —se atrevió a preguntar.—Necesito que me acompañes a casa de mi madre. Nos quedaremos allí esta noche y mañana que te traigan de regreso. Tenemos una cena con los socios del banco y te quiero a mi lado.Andrea se sentó en una silla alejada de él y eso provocó que riera. —No hablaremos aquí, ¿estás de acuerdo? Porque es eso lo que te tiene comportándote así, ¿no?—Sí, y la verdad me daría mucha vergüenza que tú… —Cerró los ojos de inmediato y apretó la mandíbula, arrepentida de lo que estuvo a punto de deci