34. Atrapada

Después de mes y medio, Andrea supo que ese lugar permanecería grabada en su memoria y en su piel.

Si las paredes hablaran, narrarían sobre los gritos y las noches que durmió fuera, soportando las inclemencias del tiempo. Le dirían al mundo de las heridas que llevaba en el cuerpo, producto de su nula habilidad en la cocina o su falta de experiencia en la cama.

Se burlarían de la valentía que ejerció en el pasado para hacer valer su opinión y de la que ahora no quedaba nada.

Esa Andrea ya no existía.

Intentó escapar varias veces, pero lo único que consiguió fue una paliza peor que la anterior. La técnica de Alberto mejoró con los días, porque ya no dejaba marcas visibles, pero todo le dolía tanto, que intentó acabar consigo misma.

Sin embargo, siempre aparecía justo a tiempo para impedirlo. Como un gato jugando con su presa, dejándola hasta que se confiaba y lo intentaba de nuevo, antes de atraparla otra vez.

Cada día le parecía eterno, los minutos, asfixiantes. Como si el tiempo se o
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