24. Encrucijada

Los rayos del sol iluminaron el largo mechón castaño que Andrea sostenía frente a sus ojos. No había dormido ni un poco desde que cerró la puerta de su habitación, porque una sensación de agobio se apoderó de ella un segundo después.

Intentó leer algo, obligarse a dormir, pero al darse cuenta de que era una tarea infructuosa, se quedó sentada en el alféizar de la ventana que su padre decoró para que ella leyera ahí y esperó la llegada del amanecer.

Andrea repitió una y otra vez aquella última frase de su padre y por primera vez, temió por las consecuencias de sus actos. Sabía que mentir a esa escala era grave, pero no existía otra alternativa para acelerar el proceso.

Quería a Alberto con ella y aunque algunos consideraran que era un capricho, sentía que al final del camino no sería un error, como él lo nombró.

No. Su corazón no sufriría por ello.

Incluso su padre confesó haberse casado con alguien que no amaba. En cambio ella…

«Alberto es mío», pensó, apretando el puño. «No es un cap
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