23. Cartas sobre la mesa

Andrea entró al estudio de su padre y cerró los ojos por un momento, intentando calmar el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarse.

Alfredo la invitó a sentarse frente a su escritorio, serio, algo que no estaba acostumbrada a ver. Lo habitual para ella y Sara, también, era buscar a Efraín si tenían un problema a pesar de su mal carácter. Y si ese algo era muy serio, acudía a Franco, pero jamás a su padre. A él se acercaba solo para mostrarle sus logros y recibir sus mimos.

Andrea se hundió en la silla frente al escritorio, consciente de la mirada penetrante de su padre. El silencio se extendió entre ellos, roto solo por el tictac del reloj de pared y el ocasional crujido de la madera.

—¿Cómo pasó? —preguntó Alfredo, sus ojos fijos en ella.

Eso hizo que Andrea esbozara una sonrisa cínica, pero antes de que pudiera responder, Alfredo levantó una mano.

—Y no me salgas con una grosería, Andrea García. Te lo ruego, porque no estoy para tus imprudencias.

El uso de su nombre co
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