Los rayos del sol iluminaron el largo mechón castaño que Andrea sostenía frente a sus ojos. No había dormido ni un poco desde que cerró la puerta de su habitación, porque una sensación de agobio se apoderó de ella un segundo después.Intentó leer algo, obligarse a dormir, pero al darse cuenta de que era una tarea infructuosa, se quedó sentada en el alféizar de la ventana que su padre decoró para que ella leyera ahí y esperó la llegada del amanecer.Andrea repitió una y otra vez aquella última frase de su padre y por primera vez, temió por las consecuencias de sus actos. Sabía que mentir a esa escala era grave, pero no existía otra alternativa para acelerar el proceso.Quería a Alberto con ella y aunque algunos consideraran que era un capricho, sentía que al final del camino no sería un error, como él lo nombró.No. Su corazón no sufriría por ello.Incluso su padre confesó haberse casado con alguien que no amaba. En cambio ella…«Alberto es mío», pensó, apretando el puño. «No es un cap
Andrea se reflejó en el espejo del tocador. Unos ojos asustados le devolvieron la mirada desde un rostro pálido y tenso. Con dedos temblorosos, ajustó el velo sobre su elaborado peinado, lo único que sí pudo decidir para su boda.Cada detalle desencadenó una confrontación épica entre ambas familias desde el principio y nadie quiso intervenir para evitar más conflictos.Un trueno sacudió los cristales de la ventana y Andrea se sobresaltó cuando, al mismo tiempo, la puerta se abrió de golpe.Su madre entró como un torbellino, el rostro contraído por la preocupación.—Cariño, la ceremonia está por comenzar y… — Miranda se detuvo en seco, observando a su hija. Su expresión se suavizó por un instante—. ¡Oh, mi niña!Andrea se giró, esperando ver en los ojos de su madre el orgullo y la emoción que siempre imaginó para este momento, pero en su lugar, se acercó a ajustar su vestido mientras negaba con la cabeza.—No es posible que muestres una imagen tan desaliñada. Los Villanegra están esper
Javier se reclinó en el asiento trasero del auto, su mirada fija en la pantalla de su teléfono. Las imágenes de la boda de Andrea y Alberto Villanegra inundaban su feed con publicaciones de Efraín mostrando la ceremonia, como una burla cruel que golpeaba su corazón. El aire en el asiento trasero del auto se volvió sofocante, y el nudo en su garganta amenazaba con ahogarlo. La rabia y el dolor se mezclaban en una espiral de emociones que le revolvían el estómago.«Me utilizó. Todo fue un juego para ella», pensó con amargura.Se pasó una mano por el rostro, cuando el recuerdo del vestido que le envió lo golpeó con fuerza. Qué ingenuo fue, fantaseando con arrancárselo al final de la noche.Por un instante, consideró la posibilidad de que ese bebé fuera suyo, Pero la descartó de inmediato al rememorar el pánico y la mezcla de culpa y vergüenza en los ojos de Andrea. De ser así, se lo habría dicho.Estuvo a punto de vomitar frente a ellos aquella noche. Ni siquiera los informes sobre la p
Bien lo dijo Arquímedes de Siracusa: «Los sueños son las esperanzas de los tontos».Mientras pasaban los minutos dentro del auto, Andrea supo que el ambiente había cambiado. Y el sueño que tenía de una luna de miel romántica y llena de momentos mágicos, comenzó a desvanecerse cuando vio a Alberto más interesado en su teléfono que en ella, respondiendo a llamadas y mensajes durante todo el trayecto.Fue un viaje de doce horas hasta Múnich, cerca de cuatro más esperando el cambio de avión en el que hablaron solo lo necesario y sus respuestas se limitaban a monosílabos cuando Alberto preguntaba si estaba cómoda, si se refrescaba o si le apetecía una bebida más. Y al final, hora y media hasta Fiumicino, Italia.—¿Puedo? —preguntó Andrea, intentando acercarse a él y acurrucarse a su lado para dormir un poco en el último vuelo.Alberto la miró con una expresión de hastío.—Chiquilla, necesito aprovechar estas horas para terminar algo de trabajo y así poder estar libre desde que aterricemos.
Una suave sacudida en el hombro la despertó y Andrea, sin querer abrir los ojos preguntó:—¿Qué hora es?—Son las tres de la tarde. Teníamos una visita guiada por el lugar y la perdimos por tu culpa. ¿Cómo puedes dormir tanto? —La voz de Alberto sonó neutral, aunque notó algo de reproche en su tono.Andrea no acostumbraba a dormir tanto, pero el cambio de horario y la preocupación por esperarlo la dejaron exhausta.—Debe ser el embarazo —respondió sin mirarlo. Tomó asiento en la cama y se talló el rostro para despejarse.Al no escuchar la réplica de su esposo, lo buscó por la habitación y lo encontró de pie, observando el exterior a través de la puerta de doble hoja del balcón con las manos dentro de los bolsillos.De repente, sacó su teléfono del bolsillo y la miró sin pestañear mientras decía:—¿Miranda? Gracias al cielo que he podido contactarme contigo. Llamé a Alfredo, pero no responde. Tengo que comunicarles algo terrible que acaba de suceder.Andrea no podía creerlo. Contuvo el
Gotas de lluvia salpicaban el cristal de la ventana y Andrea sonrió al observar a una pareja que jugaba bajo la tormenta. Parecían tan enamorados que por un momento sintió una aversión inexplicable contra ellos.Gritaban y reían como si estuviesen solos en aquel lugar, y la forma en que se miraban era tan auténtica, que le provocó un nudo en la garganta y una opresión en el pecho que bajó hasta su estómago, formando una especie de nudo casi doloroso.Había pasado una semana desde la llamada de Alberto a sus padres, y dos noches después de la terrible experiencia en esa misma habitación, Andrea decidió escapar y regresar a su país.Estaba segura de que él dormía cuando salió de la habitación. Fue sigilosa. Incluso decidió salir sin zapatos para no despertarlo, y trató de despistar a todo aquel que podría darle información si la veía. Pero sin saber cómo, al llegar a la entrada del hotel, él ya la esperaba con una sonrisa que la hizo temblar.Alberto la tomó de la mano con delicadeza y
Unas horas más tarde, bajaron con una sonrisa enorme. Para sorpresa de Andrea, la dulzura de Alberto no desapareció el resto del día. La instó a acompañarlo a la cena que de manera tan improvisada se comprometió, mediante besos y palabras dulces que la hicieron recordar sus mejores momentos juntos.El hotel no tenía demasiadas parejas jóvenes hospedadas, así que Alberto decidió posponer el viaje hasta la mañana siguiente y divertirse un poco.Una mujer morena y demasiado segura para el gusto de Andrea fue a su encuentro cuando aparecieron en el bar.Llevaba un vestido rojo revelador, pero reconoció su rostro como el de la chica que jugaba bajo la lluvia y la odió al instante.Verla sonriendo con tanta suficiencia y moviéndose con esa coquetería la hizo fruncir el ceño sin reparos.—Un placer. Cassandra Herrera. —Le tendió la mano a Alberto y para sorpresa de ambos abrazó con efusividad a Andrea. Le dio un beso en la mejilla, se acercó a su oreja y le susurró—: No te preocupes, no me g
Javier se quedó atónito cuando Cassandra irrumpió en su habitación de hotel sin avisar. Ethan Hunter, su escolta de mayor antigüedad, encogió los hombros antes de cerrar la puerta y quedarse fuera. Javier sacudió la cabeza. Su hermana tenía un don especial para dejarlos sin palabras. Y aunque sabía que sucedió algo entre ellos, prefirió no ahondar en el tema al verla continuar con su vida.—¿Dónde estuviste? —preguntó Cassandra, con reproche —. Te esperé toda la noche en el restaurante y no te dignaste a responder mis mensajes. La mirada de Javier se suavizó.—Lo siento, Cassy. Tuve una reunión que se prolongó. Y, para ser honesto, no me pareció apropiado mezclar trabajo y placer.Cassandra se acercó a él, entrecerrando los ojos y escudriñando el rostro de su hermano.—¿Por qué tantos rodeos?—Eso no es justo, Cassy. Sabes que siempre estoy dispuesto a pasar tiempo contigo. Solo… —Javier dudó, buscando las palabras adecuadas, pero no las encontró de inmediato.Cassandra suspiró y se