Andrea se removió inquieta en su asiento. La distancia que se había abierto con Alberto en las últimas semanas era cada vez más angustiante y lo que antes eran conversaciones interminables, se redujo a breves llamadas cargadas de silencios incómodos.La incertidumbre la carcomía por dentro, pero se negaba a admitir que algo andaba mal en su relación, al igual que con Lucía, después de contarle sobre su compromiso y planes de boda.Sabía que su amiga tenía razón, ese secreto podría estallarle en la cara si Alberto descubría que le pagó a Susan una pequeña fortuna para obtener sus resultados, y que los editó con su nombre con el fin de que parecieran legítimos, pero ya no había vuelta atrás.No entendía por qué debería sentirse culpable, si muchas de sus amigas ya estaban comprometidas, y la mayoría la envidiaba por estar con Alberto. Además, Andrea era una joven privilegiada que no tenía que preocuparse por trabajar o estudiar gracias a la fortuna de sus padres y no quería escapar de s
Una simple frase que semanas antes le pareció la idea más osada en su corta experiencia sentimental, ahora pesaba como una losa sobre los hombros de Andrea. Miradas acusadoras y semblantes de decepción llenaban la habitación mientras la familia García, reunida a las tres de la mañana, digería la impactante noticia.Todo sucedía demasiado rápido. En un primer momento, Andrea se arrepintió de haber montado semejante escena. Pero, al ver la seguridad en la mirada de Alberto y la actitud sobre protectora que asumió, su temor se transformó en una renovada confianza. Y decidió continuar con su plan, a pesar de las miradas acusadoras y el caos que había desatado.—Sé que no era lo que esperaban, y reconozco que no actuamos con responsabilidad. Pero estoy seguro de que Andrea es la mujer de mi vida. Si soy sincero, hubiese preferido esperar un poco más, aunque igual habría terminado pidiéndole matrimonio.Alberto los miró con desenfadado, pero a su vez el tono que usó no permitía réplica. »
Andrea entró al estudio de su padre y cerró los ojos por un momento, intentando calmar el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarse. Alfredo la invitó a sentarse frente a su escritorio, serio, algo que no estaba acostumbrada a ver. Lo habitual para ella y Sara, también, era buscar a Efraín si tenían un problema a pesar de su mal carácter. Y si ese algo era muy serio, acudía a Franco, pero jamás a su padre. A él se acercaba solo para mostrarle sus logros y recibir sus mimos.Andrea se hundió en la silla frente al escritorio, consciente de la mirada penetrante de su padre. El silencio se extendió entre ellos, roto solo por el tictac del reloj de pared y el ocasional crujido de la madera.—¿Cómo pasó? —preguntó Alfredo, sus ojos fijos en ella.Eso hizo que Andrea esbozara una sonrisa cínica, pero antes de que pudiera responder, Alfredo levantó una mano.—Y no me salgas con una grosería, Andrea García. Te lo ruego, porque no estoy para tus imprudencias.El uso de su nombre co
Los rayos del sol iluminaron el largo mechón castaño que Andrea sostenía frente a sus ojos. No había dormido ni un poco desde que cerró la puerta de su habitación, porque una sensación de agobio se apoderó de ella un segundo después.Intentó leer algo, obligarse a dormir, pero al darse cuenta de que era una tarea infructuosa, se quedó sentada en el alféizar de la ventana que su padre decoró para que ella leyera ahí y esperó la llegada del amanecer.Andrea repitió una y otra vez aquella última frase de su padre y por primera vez, temió por las consecuencias de sus actos. Sabía que mentir a esa escala era grave, pero no existía otra alternativa para acelerar el proceso.Quería a Alberto con ella y aunque algunos consideraran que era un capricho, sentía que al final del camino no sería un error, como él lo nombró.No. Su corazón no sufriría por ello.Incluso su padre confesó haberse casado con alguien que no amaba. En cambio ella…«Alberto es mío», pensó, apretando el puño. «No es un cap
Andrea se reflejó en el espejo del tocador. Unos ojos asustados le devolvieron la mirada desde un rostro pálido y tenso. Con dedos temblorosos, ajustó el velo sobre su elaborado peinado, lo único que sí pudo decidir para su boda.Cada detalle desencadenó una confrontación épica entre ambas familias desde el principio y nadie quiso intervenir para evitar más conflictos.Un trueno sacudió los cristales de la ventana y Andrea se sobresaltó cuando, al mismo tiempo, la puerta se abrió de golpe.Su madre entró como un torbellino, el rostro contraído por la preocupación.—Cariño, la ceremonia está por comenzar y… — Miranda se detuvo en seco, observando a su hija. Su expresión se suavizó por un instante—. ¡Oh, mi niña!Andrea se giró, esperando ver en los ojos de su madre el orgullo y la emoción que siempre imaginó para este momento, pero en su lugar, se acercó a ajustar su vestido mientras negaba con la cabeza.—No es posible que muestres una imagen tan desaliñada. Los Villanegra están esper
Javier se reclinó en el asiento trasero del auto, su mirada fija en la pantalla de su teléfono. Las imágenes de la boda de Andrea y Alberto Villanegra inundaban su feed con publicaciones de Efraín mostrando la ceremonia, como una burla cruel que golpeaba su corazón. El aire en el asiento trasero del auto se volvió sofocante, y el nudo en su garganta amenazaba con ahogarlo. La rabia y el dolor se mezclaban en una espiral de emociones que le revolvían el estómago.«Me utilizó. Todo fue un juego para ella», pensó con amargura.Se pasó una mano por el rostro, cuando el recuerdo del vestido que le envió lo golpeó con fuerza. Qué ingenuo fue, fantaseando con arrancárselo al final de la noche.Por un instante, consideró la posibilidad de que ese bebé fuera suyo, Pero la descartó de inmediato al rememorar el pánico y la mezcla de culpa y vergüenza en los ojos de Andrea. De ser así, se lo habría dicho.Estuvo a punto de vomitar frente a ellos aquella noche. Ni siquiera los informes sobre la p
Bien lo dijo Arquímedes de Siracusa: «Los sueños son las esperanzas de los tontos».Mientras pasaban los minutos dentro del auto, Andrea supo que el ambiente había cambiado. Y el sueño que tenía de una luna de miel romántica y llena de momentos mágicos, comenzó a desvanecerse cuando vio a Alberto más interesado en su teléfono que en ella, respondiendo a llamadas y mensajes durante todo el trayecto.Fue un viaje de doce horas hasta Múnich, cerca de cuatro más esperando el cambio de avión en el que hablaron solo lo necesario y sus respuestas se limitaban a monosílabos cuando Alberto preguntaba si estaba cómoda, si se refrescaba o si le apetecía una bebida más. Y al final, hora y media hasta Fiumicino, Italia.—¿Puedo? —preguntó Andrea, intentando acercarse a él y acurrucarse a su lado para dormir un poco en el último vuelo.Alberto la miró con una expresión de hastío.—Chiquilla, necesito aprovechar estas horas para terminar algo de trabajo y así poder estar libre desde que aterricemos.
Una suave sacudida en el hombro la despertó y Andrea, sin querer abrir los ojos preguntó:—¿Qué hora es?—Son las tres de la tarde. Teníamos una visita guiada por el lugar y la perdimos por tu culpa. ¿Cómo puedes dormir tanto? —La voz de Alberto sonó neutral, aunque notó algo de reproche en su tono.Andrea no acostumbraba a dormir tanto, pero el cambio de horario y la preocupación por esperarlo la dejaron exhausta.—Debe ser el embarazo —respondió sin mirarlo. Tomó asiento en la cama y se talló el rostro para despejarse.Al no escuchar la réplica de su esposo, lo buscó por la habitación y lo encontró de pie, observando el exterior a través de la puerta de doble hoja del balcón con las manos dentro de los bolsillos.De repente, sacó su teléfono del bolsillo y la miró sin pestañear mientras decía:—¿Miranda? Gracias al cielo que he podido contactarme contigo. Llamé a Alfredo, pero no responde. Tengo que comunicarles algo terrible que acaba de suceder.Andrea no podía creerlo. Contuvo el