Arianna —No tenía idea de que tuvieses una cita con el señor D’Amico —le dije, invitándolo a sentarse, en tanto, yo rodeaba el escritorio para hacer lo mismo. —En realidad, no la tengo —. No apartó los ojos de los míos —. Solo estaba por la zona y pensé venir a saludar. —Vaya… Eso es muy amable, creo que le va a gustar verte. Aunque no sé si regresará o sí, acaso irá directamente a su casa. Hoy es el partido semanal con los empleados destacados —. Abrí el ordenador. —Entonces, tuve suerte de que no hayas sido una de las mejores —. Me sonrojé y él pareció satisfecho. —¿Vienes por alguna urbanización o por el centro comercial? —Cambie de tema y abrí la agenda de Aquiles, evitando su mirada —. Puedo agendarte para mañana mismo, si quieres. Ismael tomó asiento frente a mí, luego de soltar una carcajada ronca y observó cada rincón con curiosidad: —En realidad, no vine a verlo a él. Estoy aquí por ti. Creí que era lo suficiente obvio. Pero, es evidente que estoy perdiend
Arianna Su voz cruzó la habitación, mientras se acercaba y no se veía contento en lo más mínimo. Podía sentir el calor de su ira crepitando en el ambiente. Se percibía como un frente tormentoso, llenando la habitación. La electrizante sensación en el ambiente de que estaba siendo arrastrada al ojo del huracán. Pensé en rodear el mueble para escapar de él, aunque me fue imposible. Estaba congelada. Así que, me acorraló contra el escritorio, apretando mi cuerpo con el suyo. Tomo mi muslo con fuerza, oprimiéndolo, como si intentase marcar su territorio. Diciéndome sin palabras que le pertenecía. Su mano presionando con rudeza mi carne sobre el vestido, provocándome una sensación tan abrazadora que jadee con los labios entreabiertos, en busca de aire. —No tengo idea de que estás hablando —. Me escuché decir con la voz ronca. —¿No tienes idea? —Se aferró a mis caderas atrayéndome hacia él —. Quisiera poder decir que no me debes una explicación, pero no es eso lo que siento.
Arianna A las siete, tal como había dicho Aquiles, un mensajero toco a mi puerta y me entregó dos cajas de terciopelo negro que llevaban sobre la cubierta un precioso lazo dorado. La más grande, tenía una tarjeta pegada que decía: “úsame”. Con una sonrisa en los labios la abrí y encontré con un vestido rojo de gala. No puede evitar que mi corazón saltase en mi pecho, al tomarlo entre mis manos y probármelo sobre la bata, girando sobre mi misma como si aquello fuese un sueño. —Dios, es precioso y es un Versace —murmuré casi sin aliento, palideciendo al dejarlo sobre la cama con cuidado. Ansiosa por ver que contenía la otra. Era un par de zapatos de tacón alto revestido con piedras y un bolso de mano a juego. Observe durante un instante amabas cosas sin poder creérmelo. Nunca nadie antes había tenido un detalle como ese en toda mi vida. Acaricie con cuidado los zapatos. Las piedras parecían reales. ¿Lo serían? ¿Acaso tendría que comprar una caja de seguridad para ello
Arianna La obra se encontraba en italiano, por lo que no entendía lo que decían e intentaba adivinarlo a través de los gestos. Aun así, mi corazón se rompió en cientos de pedazos al ver a Orfeo llorando por su esposa. Me pregunté qué diría, apenada. Ya que gemía devastado por su perdida y me apoyé sobre la baranda, inclinándome un poco, como si solo con ese sencillo acto pudiese descubrir lo que significaban las palabras que salían de su boca. Entonces, para mi sorpresa, Aquiles, acercó sus labios a mi oído para recitar las líneas del cantante, mientras acariciaba mi espalda desnuda: —Mi esposa ha partido para jamás regresar y yo sigo aquí —. Tradujo rozando el lóbulo de mi oído con sus labios aterciopelados, en tanto continuaba trazando las curvas de mi espalda. Sentí un hormigueo cálido, sus manos eran sólidas, seguras y deseé poder congelar ese momento —… Si mis melodías tienen algún poder. Caeré en lo más profundo de los abismos. Fundiré el corazón del Rey Hades y te t
Aquiles Ladee la cabeza, al verla tomar la pasta con el tenedor, respirando profundamente, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa. —Madre mía, esto es una delicia, ¿cómo es que estás tan en forma su comes cinco veces a la semana aquí? —Pinchó una albóndiga y se la llevó a boca. —Prefiero hacer mucho ejercicio a tener que dejar de comer en este sitio—me dispenso una sonrisa brillante —. Es una de las franquicias de mi cuñada y el único sitio donde preparan el Tagliatelle como debe ser. Ella es un genio de la cocina y mi mamá le heredó el grimorio de recetas de mi abuela. —Uff…Qué gran honor, tu familia parece muy unida, a veces desearía tener una familia así. Creo que las personas que tienen padres o hermanos, no saben lo afortunados que son. —Mereces una familia que siempre esté para ti y un día la tendrás —permitió que le tomase la mano y me miró con dulzura, antes de volver a su plato. Hacía mucho que no disfrutaba viendo a una mujer comer, pero Arianna sabía
Arianna La recepcionista me recibió con una deslumbrante sonrisa detrás del mostrador blanco tiza que combinaba con las cortinas del lobby. —¿En qué puedo ayudarle? —Preguntó levantado los ojos hacia mí. —Llamé por la mañana al doctor Gerardi y me dijo que podía atenderme luego de su última consulta de la tarde. —Oh, sí. Por supuesto, me dijo que la anotase con sobre turno porque era una antigua paciente que hacía años que no veía —. Abrió la planilla de la consulta en el ordenador —Arianna, ¿cierto? —Asentí —. Le avisaré al doctor que llegó, hay una pareja esperando el pedido para el ingreso a preparto, pero no demorará nada. Puede tomar asiento, enseguida la llamará —. Me dedicó una sonrisa, señalándome la sala de espera con la mano. La última vez que estuve allí, fue el día que me recomendó una clínica especializada en fertilidad y estar de nuevo en ese lugar, me provocó un ligero malestar. Hubiese deseado poder evitar ir a ese sitio. Sin embargo, era el único médi
Arianna Antes de que pudiese evitarlo, Aquiles, se abalanzó sobre Marcos, tomándolo de la solapa del saco y lo empotró contra la cajuela de una camioneta. —Creí que había dejado claro que no te quería cerca de ella —le espetó a solo unos centímetros del rostro, respirando trabajosamente. Su semblante era frío como el granito. Su voz sonó fuerte y clara en el estacionamiento vacío y Marcos, se atrevió a sonreír con cinismo, chasqueando la lengua. Fingiendo no estar intimidado. —Arianna, sigue siendo mi esposa —, señaló —no tengo que pedirte permiso para discutir ningún asunto con ella. El único que está fuera de lugar aquí, eres tú —.Le dio un empujón para apartarlo, sin embargo, Aquiles, no se movió un milímetro —. Tengo una duda, ¿por qué acompañarías al ginecólogo a tu asistente? Antes de que Aquiles pudiese responder, me adelanté: —No es de tu incumbencia —aullé, indignada —. Lo que yo haga con mi vida es asunto mío, no tuyo. Lo único que debe importante es llevar a tu
Aquiles La sostuve en mi regazo y ella colocó el paño frío en el pequeño corte de mi pómulo hinchado con delicadeza. Extendí la mano y coloqué un mechón de cabello detrás de su oreja, al verla fruncir el ceño. —Estoy bien, ni siquiera me duele —. Mi respiración se detuvo cuando sus dedos flotaron sobre el pequeño corte —. Lamento haberte asustado, parecías aterrada. Dejé escapar el aire lentamente. —No estaba aterrada por él —me aclaró —en realidad temía por ti —. Me eché hacia atrás y la observé confundido —. No lo conoces tanto como yo, creo que sabía que lo despedirías, por eso te provocó para que lo agredieses. No me extrañaría que espere poder llegar a un acuerdo económico para no demandarte. Me parece injusto que tengas problemas o que debas pagarle una pequeña fortuna por intentar defenderme. Entrelacé sus dedos con los míos y atraje su mano para besarle los nudillos. —No me interesa lo que deba pagarle, si con eso lo mantengo fuera de tu vida para siempre —. Ari