Heridas de guerra (parte dos)

Aquiles

La sostuve en mi regazo y ella colocó el paño frío en el pequeño corte de mi pómulo hinchado con delicadeza. Extendí la mano y coloqué un mechón de cabello detrás de su oreja, al verla fruncir el ceño.

—Estoy bien, ni siquiera me duele —. Mi respiración se detuvo cuando sus dedos flotaron sobre el pequeño corte —. Lamento haberte asustado, parecías aterrada.

Dejé escapar el aire lentamente.

—No estaba aterrada por él —me aclaró —en realidad temía por ti —. Me eché hacia atrás y la observé confundido —. No lo conoces tanto como yo, creo que sabía que lo despedirías, por eso te provocó para que lo agredieses. No me extrañaría que espere poder llegar a un acuerdo económico para no demandarte. Me parece injusto que tengas problemas o que debas pagarle una pequeña fortuna por intentar defenderme.

Entrelacé sus dedos con los míos y atraje su mano para besarle los nudillos.

—No me interesa lo que deba pagarle, si con eso lo mantengo fuera de tu vida para siempre —. Ari
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