Arianna Sabía que Julia se encontraba en casa porque fuera estaba aparcado el monovolumen que tanto le gustaba presumir. —No creo que sea buena idea —dijo Sofí sosteniéndome del brazo —. ¿No deberíamos ir a festejar o algo? —Iremos a festejar más tarde, ahora necesito hacer esto —. Me incorporé para abrir la puerta del coche. Esperaba que no notase el matiz de aversión y angustia que teñía mi voz. —¿Con qué propósito? —Insistió, justo cuando acaricie la manecilla de la puerta para abrirla —. Ahora tienes que cuidarte. Hablar con ella, enfrentar a la persona que te ha hecho daño, no es cuidarse. Es todo lo contrarío —. Me cogió de la manga del abrigo, esperando que entrase en razón. Sin embargo, logré zafarme de su agarre y levante la mano, quitándola de su alcancé. Frunció el ceño y pude ver lo mucho que le preocupaba que fuese a enfrentar a Julia. —. Estar aquí me da muy mala vibra, vamos a casa, podemos pedir algo para cenar. Te consentiré hasta que llegué tu chico y
Arianna En cuanto largué el bombazo, sucedieron dos cosas. Marcos entró en shock y cayó desplomado en el suelo con la mirada fija en algún punto distante. Parecía que acababa de recibir un golpe mortal. Y Julia… Julia mostró lo que realmente era. —No puede ser… —Balbuceo, ante la mirada atónita de Julia, que no podía creer lo que estaba presenciando —. Estás embarazada de otro. Imposible —, negó con la cabeza — mi Ari nunca me habría hecho algo así —. Iba a decirle que yo no era "su Ari”. Ya no. Sin embargo, su mujer se adelantó, mostrando su verdadero rostro. —¡¿Estás de broma?! —Me señaló con el dedo —¿Le estás haciendo una escena de celos? —Marcos se volvió hacia ella con la mirada vidriosa —. ¿Es que estoy pintada o qué? —Unas cuantas lágrimas recorrieron el rostro de Marcos y los ojos de Julia centellaron —. ¡¿Has venido para esto, cierto?! —Preguntó con un tono que no presagiaba nada bueno —. Inventaste eso del embarazo porque quieres quitármelo… Él, se tapó el
Arianna Un poco después, Aquiles aminoró la velocidad, maniobrando para estacionar entre un Honda y un Audi aparcados frente al edificio del grupo Carissino. Luego, dejó caer la cabeza contra el volante, mientras intentaba respirar para mantenerse en calma. Tenía los músculos de las piernas agarrotados y me dolían los brazos, por eso no fui capaz de reaccionar cuando lo vi levantarse de pronto y salir del auto como un huracán. Él se pasó la mano por el pelo y se paseó de un lado al otro. Al principio parecía que su enojo era frío y calmado, aunque pronto me dio la sensación que se encontraba a punto de estallar como una válvula de presión. Así que, haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, salí del auto para obligarlo a hablar conmigo. —¡Puedes parar de caminar de un lado al otro de una vez y decirme lo que sea que estés pensando! —Lo enfrente. Se detuvo, bufando como un potro salvaje a punto de lanzar una patada mortal. Y no pude evitar parpadear ante la dureza de sus
Arianna Aquiles se quedó justo donde estaba, sin decir nada y blanco como un papel. Parecía estar procesando a marchas forzadas semejante información. No lo culpaba, aunque no podía negar que la ansiedad me estaba consumiendo. Clavé mis ojos en los suyos, intentando descifrar su reacción, aunque siempre era muy difícil saber qué ocurría tras esas profundidades negras y relucientes como el mármol. Si no decía algo pronto, probablemente caería redonda al suelo. Porque con cada instante que pasada el mundo amenazaba con derrumbarse a mi alrededor. Por primera vez desde que lo supe. Tuve miedo real a que no quisiese al bebé. ¿Qué si lo consideraba un problema? Si él no lo quería, sería una enorme desilusión. Sin embargo, nunca lo elegiría sobre mi hijo. Así que, internamente, recé para que fuese el hombre que creía. —Creo que no he oído bien. Podrías repetirme lo que acabas de decir. Me humedecí los labios porque de repente los notaba secos y avancé. —Has oído perfectam
Arianna Ni siquiera podía recordar exactamente cómo fue que llegamos a su piso. Pero estaba segura de que habíamos parado para besarnos en la calle, en la recepción, en el pasillo. Fue extraño y agradable a la vez no tener que escondernos o entrar por separados al edificio. Aunque fue aún mejor cuando entramos a su departamento y sin perder el tiempo comenzó a desnudarme. Nuestros cuerpos siempre encajaban de forma salvaje y natural. Sin embargo, esa noche fue suave y cuidadoso. Me besó susurrándome al oído cuanto me amaba. Hasta que sentí que estaba fuera de mí y ya no podía diferenciar donde terminaba mi cuerpo y comenzaba el suyo. Luego me dijo que temía lastimarme a mí o el bebé. Él era brusco e impulsivo. Sin embargo, esa noche lo vi contenerse para cuidarnos. No estaba muy segura de cómo funcionaba, cuando el médico me dijo que estaba embarazada. Me sentí tan dichosa que no pregunté cosas obvias si podíamos tener relaciones sexuales normalmente. Imaginaba que sí, las
Aquiles Sonreí al recordar lo radiante que se veía Arianna, mientras les daba indicaciones a los conserjes para que acomodasen sus cosas en casa. Solo habían bastado un par de horas para que el piso estuviese dado vuelta. Todo era un caos, hasta que la convencí de ir a almorzar con su amiga, en tanto yo iba a la oficina a atender algunos asuntos. Aunque en realidad solo fue una excusa para encontrarme con Eros allí y pedirle que me acompañase a buscar el anillo perfecto para proponerle que fuese mi esposa. Recordaba haber puesto el grito en el cielo cuando descubrí que Ares pensaba casarse con una mujer que apenas conocía. Esa noche, Nora me dijo que un día me enamoraría de alguien y me arrepentiría de cada una de mis palabras. Pues, como casi en todo. Tenía razón. Ya sabía que la amaba desde hacía semanas, aunque estaba muerto de miedo. Pero en cuanto me dijo que esperaba un hijo mío. Todos los miedos y dudas se disiparon. Entonces, comprendí que lo más sensato que po
Aquiles Entramos en la pequeña, aunque exclusiva joyería Grimaldi y el dueño cerró las puertas a nuestras espaldas. Me sorprendió, saber cuándo llamé para concretar una cita, que ya tenía un horario apartado. Al preguntarle quién lo llamó para decirle que iría. Dijo que la señora D’Amico se comunicó con él, la mañana anterior, para reservar una cita para mí. No podía creer que hubiese adivinado mis intenciones con tanta facilidad. Con lentitud comenzó a colocar seis manos de plástico sobre el mostrador, cada una de ellas llevaba una sortija de oro y diamantes. El teléfono comenzó a sonar nuevamente en mi bolsillo, mientras observaba un tanto impaciente como se llevaba a cabo el minucioso proceso. No había parado de sonarme luego de la discusión con Romeo y el despido de Lorena. Mis abogados se encontraban a un paso de sufrir un colapso nervioso y algunos de los directivos comenzaban a hacer preguntas sobre como los afectaría todo aquello. Solo esperaba que nada de todo lo o
Aquiles Estaba nervioso de los cojones cuando llegué a la puerta de casa y sentí que mis dedos temblaban al colocar el código para desbloquear la entrada. —Si no te das prisa, te juro que vas a tener que limpiar el pasillo—sonreí negando con la cabeza y juguetee con el anillo en el bolsillo del pantalón con mi mano libre. La sentía sudada y pegajosa. —Te pregunté si querías ir al tocador cuando pasé a recogerte por el centro comercial y me dijiste que estabas bien —. Le miré sobre el hombro antes de volver a colocar la clave. —¡No me reproches, me estoy acostumbrando a esto! —Se quejó —. En el centro comercial, no tenía ganas de ir, no tengo idea de porque necesito ir al baño a cada rato y pasa de un segundo a otro. Un momento estoy bien y al siguiente tengo que correr al cubículo más cercano o es un desastre—. Apretó las piernas y comenzó a dar pequeños saltitos. Finalmente, la puerta se abrió y entró dándome un empujón desesperada —.¡Lo siento, cariño, pero esto califica c