Hola chicas, perdón por la demora, estoy terminando el cuarto libro de este universo y a mitad del quinto, por eso tardé un poco en editar los capítulos de este. Pero voy a estar subiendo capítulos todos los días. Si les gusta Aquiles, en mi perfil se encuentra la historia de Ares, a la cual le faltan solo dos capítulos para terminar, (capítulo extra y epílogo). Esos los voy a subir mañana y una vez que las dos estén completas comenzaré a subir la de Eros. Este universo cuenta hasta el momento de cinco libros: Ares, Aquiles, Eros, Atlas y León. Muchas gracias por leer y espero que disfruten de estos hermanos tanto como yo disfrute de escribir sus historias... :)
Aquiles Entramos en la pequeña, aunque exclusiva joyería Grimaldi y el dueño cerró las puertas a nuestras espaldas. Me sorprendió, saber cuándo llamé para concretar una cita, que ya tenía un horario apartado. Al preguntarle quién lo llamó para decirle que iría. Dijo que la señora D’Amico se comunicó con él, la mañana anterior, para reservar una cita para mí. No podía creer que hubiese adivinado mis intenciones con tanta facilidad. Con lentitud comenzó a colocar seis manos de plástico sobre el mostrador, cada una de ellas llevaba una sortija de oro y diamantes. El teléfono comenzó a sonar nuevamente en mi bolsillo, mientras observaba un tanto impaciente como se llevaba a cabo el minucioso proceso. No había parado de sonarme luego de la discusión con Romeo y el despido de Lorena. Mis abogados se encontraban a un paso de sufrir un colapso nervioso y algunos de los directivos comenzaban a hacer preguntas sobre como los afectaría todo aquello. Solo esperaba que nada de todo lo o
Aquiles Estaba nervioso de los cojones cuando llegué a la puerta de casa y sentí que mis dedos temblaban al colocar el código para desbloquear la entrada. —Si no te das prisa, te juro que vas a tener que limpiar el pasillo—sonreí negando con la cabeza y juguetee con el anillo en el bolsillo del pantalón con mi mano libre. La sentía sudada y pegajosa. —Te pregunté si querías ir al tocador cuando pasé a recogerte por el centro comercial y me dijiste que estabas bien —. Le miré sobre el hombro antes de volver a colocar la clave. —¡No me reproches, me estoy acostumbrando a esto! —Se quejó —. En el centro comercial, no tenía ganas de ir, no tengo idea de porque necesito ir al baño a cada rato y pasa de un segundo a otro. Un momento estoy bien y al siguiente tengo que correr al cubículo más cercano o es un desastre—. Apretó las piernas y comenzó a dar pequeños saltitos. Finalmente, la puerta se abrió y entró dándome un empujón desesperada —.¡Lo siento, cariño, pero esto califica c
Arianna —¿Qué estás haciendo? —Aquiles se quejó, incorporándose perezosamente y tomó el móvil para comprobar la hora —. Ni siquiera son las cinco de la mañana, cariño… —Dio un salto en la cama y se volvió hacia mí —. ¿Te sientes mal? ¿Le pasa algo al bebé? ¿Código amarillo, naranja o rojo?—No pude evitar reír y froté mi nariz contra su mandíbula, antes de darle un beso. Se veía tan adorable, preocupado y confundido. Lo empujé suavemente para que volviese a acostarse. —No pasa nada. Estoy en perfecto estado de salud y el bebé también lo está. Eres muy exagerado, aunque adorable. Digamos: exageradamente adorasable. —Esa palabra no existe —. Pellizcó mi trasero y lancé un chillido al que respondió sonriendo. —Claro que existe, la acabo de inventar. Ahora dame tu mano izquierda —. Tomé su muñeca y coloqué un cordel rojo de seda —. Perfecto, perfecto, perfecto —. Estiré mi brazo para alcanzar las tijeras y lo corté. —¿Puedo saber qué rayos estás haciendo y por qué has despert
Arianna Aquiles sonrió y me rodeó la cintura con el brazo. Me estrechó contra su pecho. Olía de maravilla. Aquiles sudado, con mi aroma en su piel, era mi perfume favorito. Me peinó con los dedos y enroscó un mechón entre ellos. Mis ojos comenzaron a cerrarse nuevamente, hasta que el móvil comenzó a sonar en la mesa de noche que se encontraba a mi lado de la cama. —Apágalo por favor… —Le pedí, apoyando mi rostro en su piel sudada —. Creo que le pediré un día más a mi jefe. Todavía, no estoy recuperada y las horas extra no ayudan demasiado. —Ni de broma, quiero tenerte cerca cuando la cosa se ponga fea. Así que voy a bañarte y llevarte a la rastra si es necesario —. Aquiles se estremeció por la risa y estiró el brazo para alcanzar el aparato —. No es una alarma, es una llamada. Fruncí el ceño, todavía con los ojos cerrados. No estaba esperando ninguna llamada y se me cruzó por la cabeza que tal vez tenía que ver con mi abuela. —¿Tan temprano? —Abrí los ojos de golpe y vi u
Aquiles —Hoy va a ser un gran día —. Le dije a Walter, al ingresar al aparcamiento del grupo Carissino —. ¿No lo crees? —Él me devolvió una sonrisa amable. Lo era a pesar de la sorpresa que me llevé al saber que mi ex mano derecha, había realizado la noche anterior una transferencia no aprobada. Quería creer que se trataba de un error que resolveríamos en el transcurso del día. No iba a dejar que eso empañase mi felicidad. —Eso parece, señor —. Rellenó la ficha de ingreso —. Por lo que veo para usted es un gran día. Me alegro de que se haya decidido a dar el paso con la señorita Arianna —. Lo miré con el ceño fruncido hasta que recordé el video que circulaba. Ya no podíamos ocultarnos, no después de ser tendencia por algunas horas —. No me mire de ese modo, ya es un secreto a voces. El video ya tiene miles de visitas y muchos comentarios. Hasta mi hija lo vio —. Se estremeció al contener una risita —. Nunca lo imaginé como alguien romántico o demostrativo. Las aparien
Aquiles —Por favor dime que te has quitado todo en la oficina y que no te has paseado así por el edificio —. La miré de arriba abajo, cogí aire y me llevé la mano al pecho —. No veo tu ropa por aquí. Alzó las cejas divertida, mientras que yo estaba a punto de sufrir un infarto. —Claro que no caminé así por los pasillos —le restó importancia —. ¡¿Cómo se te ocurre?! Llevaba eso —. Señaló un impermeable que descansaba sobre un sofá que se encontraba tras de mí. «Santo cielo» —. Me cambié en el coche, quería sorprenderte. ¿Lo hice? —Curvó los labios en una sonrisita provocativa. ¿Si me había sorprendido? La miré de pies a cabeza. De pronto había olvidado mis problemas con Romeo, las presiones, todas las reuniones que tenía programadas, el caos. Ni siquiera recordaba como me llamaba. Solo estaba seguro de una cosa. Quería hacerle mil y una cosas pervertidas y sucias. La necesidad de enterrar mi cara entre sus piernas, avanzaba rápidamente. Mi sangre rugía por poner
Aquiles —¿Qué estás haciendo? —Pregunté despacio, con el tono más calmo que me permitió mi garganta y labios resecos. Lo escuché reír por lo bajo. —Es gracioso, porque te crees muy macho, pero ahora que soy yo quien tiene un arma, de pronto has dejado el tono prepotente y la pose de bravucón —. Me temblaban las manos. Cerré los puños —.¿Acaso creíste que podías tirarte a mi mujer e irte de rositas? —Lo aparté mareado por la ira y él me golpeó la nuca con la culata del arma. Me segó desorientándome y haciéndome sentir mareado. —No me estoy tirando a tu mujer, ella estaba separada cuando la conocí. La perdiste y es momento de aceptarlo. Es hora de que dejes de culpar a los demás por tu mediocridad. Solo tú eres el responsable por haberla engañado. Nadie te puso una pistola en la cabeza, ¿me equivoco? —. Repuse con voz áspera —. Necesitas madurar y dejar de culparme. No es mi culpa que seas un imbécil, un bueno para nada. —¡Basta! —Gruñó y el metal frío se apretó contr
Aquiles El aire que nos rodeaba parecía haber descendido diez grados en solo unos cuantos segundos. Sus ojos se encontraron con los míos, antes de que pudiese apartar la mirada. Me estremecí, sin embargo, él me llamó para que me volviese nuevamente hacia él. —Señor... —Mis piernas no dejaban de temblar. E hice un gran esfuerzo para permanecer erguido. —Yo no lo hice —. Bajé un peldaño, alzando las manos —Fue él mismo, quien disparó —Walter miró a Marcos tendido en el descanso de las escaleras, mis manos y los puños de la camisa cubiertos de sangre. Antes de acercarse un poco —. Él apretó el gatillo porque yo no estaba dispuesto a hacerlo. Tienes que creerme —. Le pedí sofocado. —Yo le creo, señor D’ Amico, pero ellos... —Señaló con la cabeza sobre mi hombro y al darme la vuelta, vi que varios empleados, se encontraban observando con horror lo ocurrido, escaleras arriba —. Debo llamar a la policía o alguien más lo hará. Además, urgencia debe atenderlo, quizá