Inicio / Romance / Atrapado en mi Karma / CAPÍTULO 3: LLUVIA DE LÁGRIMAS
CAPÍTULO 3: LLUVIA DE LÁGRIMAS

Mientras corría por el pasillo de la escuela, tratando de que nadie notara mis lágrimas, me tropecé torpemente con un chico. Para mi sorpresa e infortunio, era nada más y nada menos que Dan. Sí, Dan, ¡el hermano de Derian!

—Oye, ten cuidado —me dice con una voz fuerte, pero se detiene de inmediato—. Oh, eres la nueva, perdón, he sido brusco contigo... ¿Por qué lloras?

Su voz, que antes había sonado con un tono duro y puede que hasta un poco grosero pero al verme se vuelve un poco cálida, completamente diferente a la de su hermano, Derian.

—No es nada —respondo rápidamente—. Solo fue por la caída.

Me mira con ojos incrédulos, pero aun así me ayuda a levantarme y recoge mis cosas.

—Sé que de nuevo mi hermano te ha molestado —dice con una voz suave, lo que me hace sentir un poco avergonzada.

—No... —trato de fingir que todo está bien, pero él me sonríe.

—No necesitas defenderlo —me dice con una sonrisa que me pone los pelos de punta—. Sé cómo es ese idiota, pero no te sientas herida, él pronto cambiará...

Hay algo en su sonrisa que no logro descifrar, parece estar tramando algo, pero en ese momento no lo puedo entender.

Saliendo de la escuela, no dejo de pensar en Dan. Es muy dulce, o al menos eso fue lo que mostró conmigo, nada que ver con su hermano Derian, que es un abusivo de primera. Mientras refunfuño de molestia, siento el vibrar de mi celular. Al mirar la pantalla, veo que es un mensaje de texto de mi mejor amiga Laura Galicia.

Laura: Oye, ¿acaso te has olvidado de mí?

Al ver su mensaje, sonrío un poco, aliviada por saber que aún piensa en mí. Respondo con rapidez.

Yo: Hola Lau, discúlpame, he andado ocupada.

Laura: Ya lo sé, pero cuéntame, ¿cómo te fue? ¿Qué tal el primer día en la nueva escuela?

Decido contarle sobre mi día, pero omito la parte sobre Dan, al menos por ahora.

Yo: Fue un día largo, pero nada fuera de lo normal. Conocer a tanta gente nueva es un poco abrumador.

Laura: ¿Y Derian? ¿No te hizo alguna de sus tonterías?

La pregunta de Laura me hace fruncir el ceño. Aunque Derian no fue mi principal problema hoy, esa sensación incómoda que siempre siento a su alrededor persiste.

Yo: No fue con Derian... Fue con su hermano.

Laura: ¿Con Dan? ¿Qué hizo?

Al ver el nombre de Dan en el mensaje, me siento algo confundida. No puedo dejar de pensar en cómo me trató, tan diferente a su hermano. Decido ser honesta con Laura, aunque me da un poco de miedo hablar de él.

Yo: No fue nada, solo que me ayudó cuando me caí. Fue... amable.

Laura: ¿Dan? ¿Amable? Eso sí que me sorprende... Nunca lo he visto ser amable. ¿Seguro que no te está haciendo un favor por algo?

Me quedo pensativa. La duda de Laura me hace cuestionar la verdadera intención de Dan. ¿Realmente fue solo un acto de amabilidad, o hay algo más?

En ese momento, decido que no es el momento de profundizar más en eso. Aunque algo dentro de mí me dice que debo mantenerme alerta. Algo no está del todo claro, pero, ¿qué?

Yo: De hecho, no. Solo me vio caer y me ayudó. Al principio me habló de manera dura, pero al verme llorar, cambió su tono de voz.

Laura: ¿Qué? ¡Eso no puede ser! Son hermanos y son igual de crueles. Deberías tener mucho cuidado.

Yo: Lo sé. De hecho, vi algo extraño en sus ojos, pero no sé qué significa…

Escribo mientras pienso en la intensidad de la mirada peligrosa de Dan, clavada en mí.

Laura: Te lo digo en serio, debes tener cuidado.

Repite sus palabras, y aunque sé que tiene razón, decido dejar que el destino siga su curso.

Esa noche, acostada en la cama, miro al techo y luego mis paredes, observando los pósteres del grupo femenino de música que tanto me gusta. Son delgadas y con caras perfectas. De inmediato, me vienen a la mente las crueles palabras de Derian: “Cerdita”.

Me levanto y me miro en el espejo.

—Es cierto, debería bajar de peso… —me digo a mí misma, mientras me siento más deprimida al verme. Mi mente está tan sensible que me veo fea ante el reflejo.

Me acuesto de nuevo y me quedo dormida.

Despierto temprano por una pesadilla. Miro el reloj y veo que son las 6 a.m. Mientras me froto los ojos, decido salir a caminar para ponerme en forma. Me alisto y salgo de casa.

Camino hacia el andador y empiezo a calentar.

De repente, escucho una voz familiar saludándome.

—¡Hola, Cerdita!

Sí, es Derian. Decido ignorarlo y sigo caminando por el andador, pero él me alcanza y, trotando, me mira y dice:

—Hey, no me ignores… Bueno, los animales nunca hacen caso.

Se ríe con euforia mientras comienza a entrenar. Su risa es irritante y resuena en mi cabeza. Pero al mismo tiempo, me fijo en cómo hace ejercicio. Se ve increíblemente bien, y no entiendo cómo alguien tan guapo puede ser tan desagradable.

Tomo aire, suspirando con fuerza, y decido seguir adelante. Comienzo a correr lentamente para no dejarme afectar tanto. Pero de repente, una pregunta surge en mi mente:

—¿Por qué carajos Derian haría ejercicio aquí? Este lugar, como dicen ellos, es para “pobres”.

Frunzo el ceño, tratando de no pensar en eso y concentrarme en mi entrenamiento. Esta vez, voy a hacer una dieta y finalmente bajaré de peso.

Ese mismo día, en la escuela de francés, me siento más vulnerable que nunca. He pasado la mañana pensando en lo que Derian dijo en el andador, y esa risa de burla sigue resonando en mi cabeza. Intento concentrarme en la clase, pero mi mente no para de dar vueltas.

El profesor habla sobre el uso de los pronombres en francés, pero yo apenas la escucho. Mi mente sigue atrapada en esos recuerdos: las palabras de Derian, su tono cruel, su risa despectiva. No sé por qué me afecta tanto, pero lo hace. No dejo de pensar en cómo se burló de mí por querer ponerme en forma, por intentar sentirme mejor conmigo misma.

De repente, la puerta se abre y Derian entra al aula. Mis manos comienzan a sudar, y mi estómago se revuelca al verlo. Él me ve y su rostro se ilumina con una sonrisa burlona. No tarda en acercarse a mí.

—¿Así que decidiste hacer ejercicio? —dice en voz alta, lo suficientemente fuerte como para que todos en la clase lo escuchen—. ¿Crees que vas a lograr algo, cerdita?

Su risa, siempre tan cruel, se derrama por toda la clase. Todos se giran hacia mí, algunos murmuran entre ellos, otros no pueden evitar reírse. Mi rostro se pone rojo de vergüenza. No quiero que me vean así, pero no puedo evitarlo. Siento cómo mi pecho se aprieta, y una bola de ansiedad se forma en mi garganta.

—¿Sabes qué, cerdita? —continúa Derian, acercándose más—. Quizá deberías quedarte en casa y dejar de hacer el ridículo. Mejor aún, ¿por qué no te vas al comedor y comes algo? Seguramente te vendrá bien, ¿no?

Las palabras de Derian golpean como puños. Mi cara arde de vergüenza, y los murmullos de la clase me perforan los oídos. Quiero gritar, quiero que todo eso pare, pero las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos, y mi garganta se cierra. No puedo evitarlo.

El profesor, distraído por la risa de Derian, finalmente se da cuenta de lo que está pasando, pero ya es demasiado tarde. La vergüenza, el dolor y la humillación se apoderan de mí. Los murmullos no cesan, y Derian sigue mirando hacia mí, disfrutando de mi sufrimiento.

—¡Basta, Derian! —dice alguien desde el fondo de la clase, pero su voz apenas se escucha entre el ruido. No sé si es Laura o alguien más. No importa. Las palabras de Derian siguen golpeándome.

Mis ojos se llenan de lágrimas, y sin poder controlarlas, una tras otra caen por mi rostro. Me siento pequeña, débil, como si todo el peso del mundo estuviera sobre mis hombros. Quiero que la tierra me trague, que desaparezca de ahí, pero no puedo moverme. Mi cuerpo está paralizado por el miedo y la vergüenza.

De repente, el timbre suena, y todo el mundo comienza a levantarse. Algunos me miran con lástima, otros con indiferencia. Todos parecen tener algo que hacer, excepto yo. Yo solo quiero irme, escapar de ese lugar, de esa burla. Mi cuerpo tiembla y me siento completamente sola.

Con rapidez, recojo mis cosas y salgo del aula antes de que alguien me diga algo más. Apenas puedo ver por las lágrimas que empañan mis ojos. Salgo corriendo hacia el baño, buscando refugio en un lugar solitario donde pueda dejar de sentir esa humillación.

Me enjuago la cara con agua fría, tratando de calmarme, pero las lágrimas no dejan de caer. Me siento tan pequeña, tan insignificante. ¿Por qué tengo que pasar por esto? ¿Por qué tengo que soportar a alguien como Derian?

Quiero dejar de sentirme así. Quiero dejar de ser la “cerdita” de la que todos se burlan. Pero en este momento, no sé cómo. Mi mente aún está nublada por la humillación, por el peso de lo que acabo de vivir. Jamás me habían hecho sentir tan insignificante, tan pequeña.

¿Acaso está mal querer hacer ejercicio? ¿Está mal intentar mejorar?

Salgo del baño con la cabeza gacha, esperando que nadie me vea, pero me encuentro con él. Derian está justo afuera, esperando, como si supiera que me había encerrado a llorar. Es obvio que escuchó todo. Me mira con esa sonrisa arrogante y lo único que puede hacer es reírse.

—¿Qué pasa? ¡Eh! ¿De verdad te hice sentir mal? —dice, pero su tono es tan falso, tan cargado de sarcasmo, que no me lo creo ni un segundo.

—Claro que sí... —respondo, mi voz rota por el llanto, mis ojos todavía inundados de lágrimas.

Derian no puede evitarlo, y su risa se hace más fuerte, más cruel. No hay empatía, solo burla.

—Oh, pequeña cerdita, jamás lograrás bajar de peso así... —su voz está llena de desprecio, y las palabras me golpean como si fueran puños—. Además, escucharte llorar es como oír gritar a un cerdo...

Su risa se intensifica mientras me mira desde arriba, esa mirada que siempre tiene, tan superior, como si estuviera por encima de todo y de todos. Siento su desprecio atravesándome como si fuera una espada afilada.

Mis lágrimas vuelven a caer, más fuertes, más pesadas que antes. El dolor se acumula en mi pecho, una opresión que parece no tener fin. No puedo soportarlo más. Siento que no tengo fuerzas para quedarme ahí, así que empiezo a correr, a huir, sin mirar atrás. Corro sin saber a dónde, solo quiero alejarme de su voz, de esa burla constante, de todo lo que me hace sentir pequeña.

Llego a un puente cercano, con el cuerpo tembloroso y los pulmones agotados. Me detengo, mirándolo fijamente, el ruido del agua debajo de mí como un eco distante. Me quedo ahí, quieta, con la vista perdida en el horizonte.

¿Vale la pena vivir así? ¿Vale la pena seguir adelante en un mundo donde todos parecen disfrutar viéndome quebrarme? ¿Realmente soy tan débil que no puedo cambiar nada, que siempre seré la misma? La misma "cerdita" que todos se burlan.

El viento frío me golpea el rostro, pero nada parece detener las lágrimas. Mi mente está hecha un caos, atrapada entre la desesperación y la duda. ¿Qué sentido tiene seguir si todo lo que intento solo me hace más vulnerable? ¿Qué más puedo hacer si hasta ahora todo lo que he hecho ha sido en vano?

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP