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CAPÍTULO 2: EL DOLOR AHOGADO

Cuando mis cosas caen al suelo, rápidamente tomo mi mochila y corro a recoger lo que he dejado tirado, mientras las risas de mis compañeros resuenan a mis espaldas. Cada carcajada es como una aguja que me atraviesa.

Salgo de la escuela y, aunque intento caminar con la cabeza en alto, el dolor de cabeza comienza a apoderarse de mí. ¿Cómo es posible que me traten así? No me conocen, ni siquiera saben quién soy, y ya me están hiriendo de esta manera.

Antes de llegar a casa, paso por la casa de mi tío Ronald y toco el timbre. Después de unos segundos, la puerta se abre. Mi tío aparece, como siempre, completamente borracho.

—Ah, eres tú, Lina…— dice, con la voz arrastrada, y me extiende una caja. —Toma, esta es la herramienta que me pidió tu padre.

La herramienta es pesada, pero logro sostenerla sin que se me caiga.

—Sí, gracias, tío. Mañana se la traigo…— intento decir, pero antes de que termine la frase, él ya ha cerrado la puerta con un portazo. No parece estar de humor.

Con un suspiro, me doy media vuelta y sigo mi camino. Mi día fue un desastre, a pesar de que era mi primer día de clases. Llego a casa, abro la puerta y, con la voz cansada, anuncio:

—¡Ya llegué!

Mi madre me responde desde la cocina, su tono cálido me recibe como siempre:

—Oh, cariño, bienvenida a casa.

Viene hacia mí, me da un abrazo fuerte y me besa en la frente.

—Esa herramienta déjala ahí. Tu padre no está, así que cuando llegue, que la guarde donde quiera…— me dice con una sonrisa.

Sonrío también, asintiendo, y dejo la herramienta al lado de la sala.

—¿Cómo fue tu día?— me pregunta mi madre, con su tono tierno, pero atento.

—Muy bien, mami…— respondo, mintiendo. No quiero preocuparla, aunque siento el peso de las lágrimas acumulándose en mi garganta.

—Qué bueno, hija. Deberías cenar y acostarte temprano para que mañana estés al cien por ciento.

Sonrío nuevamente y asiento mientras ella hace su gesto de "apoderada", indicándome que vaya a cenar. Como siempre, lo hace con amor, como si nada malo pudiera pasarme.

Ceno en silencio, sin ganas, y me voy a la cama. Mi mente sigue atrapada en todo lo que ocurrió hoy. Cada palabra, cada risa, cada mirada… todo vuelve una y otra vez. Suspiro, tratando de dejarlo ir, pero es imposible. Finalmente, la pesadez me vence y me quedo dormida, aunque no puedo evitar pensar en lo que sucedió.

Al día siguiente…

El día comienza como cualquier otro, pero al entrar al salón, algo en el aire me dice que hoy no será diferente. Las miradas se sienten aún más intensas, como si todos supieran lo que ocurrió ayer, aunque nadie lo diga. Los susurros cesan de golpe cuando entro, y siento que me han marcado con una etiqueta invisible que todos ven, pero yo no. Todos, menos Derian.

Él está ahí, recargado en su escritorio, con esa sonrisa arrogante que parece que está a punto de explotar en una burla. Mis manos tiemblan al dejar mi mochila sobre el asiento. El ambiente se hace más denso, y mi estómago se revuelca.

—¿Sigues aquí, cerdita?— su voz me corta el aire.

Me giro y lo veo allí, con esa mueca cruel, mientras sus amigos se agrupan a su alrededor como hienas, esperando que les arroje su próximo trozo de carne. Yo soy ese trozo.

—Vaya, ¿todavía no te vas? Qué raro, pensaba que las granjas cerraban temprano.— se ríe con esa risa tan áspera que me cala hasta los huesos.

Esas palabras, tan simples y crueles, me perforan. Me quedo quieta, mirando al frente. No quiero que se note el dolor en mi rostro. No quiero llorar, no quiero ser débil. Pero algo dentro de mí se quiebra.

—¿Te sientes mal, cerdita?— añade, acercándose mientras todos lo rodean. —¿Qué pasa, eh? Te vemos muy callada hoy. ¿Será que ya no te gustan tanto las bromas?

Mi respiración se acelera. Trato de mantenerme firme, pero mis manos sudan, mi corazón late con fuerza. Miro al profesor, que está de espaldas. Mi mente me grita que pida ayuda, pero la vergüenza me paraliza. No puedo, no quiero ser una carga.

—¿A dónde vas, Lina?— Derian avanza, empuja mi mochila y hace que todos mis libros caigan al suelo. Un par de chicos sueltan una risa despectiva.

—No seas tan torpe, ¿te falta espacio en la cabeza también?— comenta uno de ellos, y todos siguen riendo. Mi rostro se enrojeció de vergüenza, pero trato de ocultarlo.

—¿Sabías que en tu pueblo… o sea, en tu granja… ni siquiera los animales se burlan de los demás?— Derian sigue, su voz se convierte en un látigo que me azota una y otra vez.

El dolor crece en mi pecho. Cada palabra se clava como una daga. Las risas se sienten como puñaladas. Mis ojos se llenan de lágrimas, pero lucho para que no caigan. No quiero ser la víctima. No quiero dejar que se vean mis debilidades.

—¡Basta, Derian!— el profesor se gira, pero es demasiado tarde. Las risas continúan. Él observa, pero no dice nada más. Al parecer, ya se ha acostumbrado a este comportamiento.

Mi mente está a punto de explotar, pero me mantengo de pie, con la cabeza baja, hasta que Derian se acerca una vez más. Esta vez, sus ojos no son de burla, son… algo más. Algo que me hace sentir aún más vulnerable.

De repente, con una rapidez que no esperaba, empuja mi silla hacia atrás, haciendo que caiga al suelo. Un grito involuntario escapa de mis labios. Siento que el peso de todo lo que he soportado me aplasta. La vergüenza me ahoga.

Me quedo allí, tirada en el suelo, mientras las carcajadas de los chicos retumban en mis oídos. La risa de Derian es la más cruel de todas. Vacía. Desgarradora.

Me siento impotente. Mi corazón late desbocado, mis ojos se llenan de lágrimas que caen sin que pueda detenerlas. El dolor, la humillación, todo se derrumba sobre mí.

—¿Qué pasa, Lina? ¿Ya no tienes fuerzas para levantarte?— Derian se burla desde arriba, mirándome como si no fuera nada.

No me atrevo a mirarlo. Solo quiero desaparecer. Quiero que el suelo me trague.

—Parece que la pueblerina no aguanta ni una broma.— dice Derian, pero ya no me importa. No puedo más. Todo el miedo, la tristeza, la humillación… se desbordan en un torrente de lágrimas.

Me quedo allí, en el suelo, sintiendo que cada mirada sobre mí es un juicio. Y lo peor de todo es que las palabras de Derian siguen martillando en mi cabeza, una y otra vez.

No aguanto más y me levanto, corriendo fuera del aula, mis lágrimas no paran y no quiero que me vean así....

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