Escondida

Después de apartar a Daemon de mi lado, sentí que una parte de mi corazón se endurecía. A veces, para marcar un límite a nuestro propio corazón, es necesario sacar mucha fuerza. Una fuerza que no sabemos siquiera que existe dentro de nosotros.

—Entonces nos quedaremos hablando hasta que sea la hora. —dijo él, con una molestia que se le notaba a kilómetros de distancia.

Sonreí para mis adentros. El haber colocado una distancia entre nosotros hizo que él se comportara diferente. Como si quisiera todavía acercarse más a mí a pesar de mi rechazo.

—Me parece bien. Dime, Daemon. Tengo algunas dudas… —solté, tratando de ordenar los pensamientos en mi mente. —¿Todos los micros estarán conectados u ordenados para que yo lo comprenda?

El asintió con la cabeza, situando su vista en el techo.

—Seh. —dijo, como si fuera una tontería. Luego, pareció entrar en razón. —El proyecto rubí está en boca de los jefes de la mafia. Podrás darte cuenta y reconocer las voces. Optimicé el teléfono para que reco
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