Volví al apartamento más tarde de lo habitual esa noche.El silencio me recibió como una vieja amiga. La clase de amiga que sabe exactamente cuándo no tienes nada más que ofrecer y simplemente te abraza sin hacer preguntas. Dejé el bolso sobre la encimera y me quité los tacones de un tirón, como si pudiera liberar parte del peso de todo lo que arrastraba con un simple movimiento.Me dirigí directo al sofá, sin siquiera encender las luces, y me dejé caer con un suspiro. Desde la ventana del living podía ver la ciudad respirando bajo el cielo oscuro, luces parpadeando como si fueran pensamientos que no terminaban de apagarse. Era una vista que, en otras circunstancias, me tranquilizaría. Pero hoy, solo amplificaba el ruido en mi cabeza.Cerré los ojos.Una tras otra, las escenas de los últimos días pasaron frente a mí. La cumbre, las conversaciones cargadas de dobles sentidos, los elogios envueltos en veneno, las miradas que intentaban posicionarme como una pieza en un tablero ajeno. Lo
Me desperté antes de que sonara la alarma. No porque hubiera dormido bien, sino porque mi mente ya estaba despierta desde hacía horas, repasando cada decisión, cada emoción no resuelta, cada silencio que había permitido crecer entre palabras que no supe decir a tiempo.No más.Me duché sin apuro, permitiendo que el agua caliente arrastrara no solo el cansancio, sino también la neblina mental de los días anteriores. Me vestí con una camisa blanca de seda, simple pero firme, y un pantalón negro que me hacía sentir sólida, anclada. Me recogí el cabello en una coleta alta, como si ese gesto, mínimo, bastara para ordenar mis pensamientos. Hoy no sería una hoja al viento.Hoy sería el viento.Al llegar a la oficina, Emma ya estaba en su escritorio, revisando correos desde su tableta. Alzó la vista al verme y sonrió, pero no dijo nada. Me pregunté si notaba la diferencia. Si sentía el cambio sutil en mi energía, como si hubiera cruzado un umbral invisible y ya no tuviera intención de volver
El reloj marcaba las once y cuarenta y tres cuando Xander salió de mi oficina.No había sido sarcástico. No había intentado bajar mis defensas. No se había burlado de mí. No había hecho nada de lo que me tenía acostumbrada. Solo me miró como si estuviera aprendiendo a caminar sobre un terreno que por primera vez no podía controlar. Me dejó palabras suaves, cargadas de una vulnerabilidad inesperada. Y se fue.Pero el efecto que dejó en mí fue todo menos suave.Volví a sentarme lentamente, como si el aire se hubiera vuelto más denso. La silla parecía demasiado firme y la oficina estaba sumida en un silencio sepulcral. Había pasado menos de un día desde que llegué dispuesta a retomar las riendas de mi vida, y ya sentía como si todo volviera a girar a su antojo. ¿Por qué me afectaba tanto?No quería pensar en él. No quería recordar la forma en que su mirada se quedó prendida de la mía, ni las palabras que me dijo con una honestidad que aún no sabía si creer o temer. Pero pensar en otra co
Apenas llegué al apartamento, me quité los zapatos y dejé las llaves sobre la mesita de la entrada. Ni siquiera encendí las luces. El atardecer que entraba por los ventanales bastaba para llenar el espacio de una luz cálida y tenue, perfecta para esconder el caos en el que me sentía sumida.Me dejé caer sobre el sofá con el teléfono en la mano. Apreté el ícono de llamada antes de que mi mente tuviera tiempo de retractarse.—¿Ivy? —La voz de Adrián fue inmediata, tranquila, como si hubiese estado esperando justo al otro lado de la línea.—Hola —dije, bajito, con ese nudo en la garganta que había ignorado todo el día.—¿Ya puedes respirar?Sonreí, aunque él no pudiera verlo. Mi falta de aire no era tanto por el trabajo, más bien por la situación que estaba viviendo. —Un poco. El día fue largo.—Lo imagino. ¿Quieres hablar de eso?—Sí. No. No sé.Hubo un breve silencio, cómodo. Adrián sabía escuchar incluso cuando yo no sabía cómo hablar.—Está bien. Podemos solo... estar.“Podemos solo
Si algo he aprendido en mis años como emprendedora es que los tiburones no nadan solos. Aparecen en silencio, cazan en grupo y, cuando te has dado cuenta de su presencia, ya es demasiado tarde. Me he pasado la vida construyendo una empresa en un mar lleno de depredadores, pero nunca pensé que uno de ellos intentaría reclamarme como si fuera un trofeo.El inicio de todo fue el peor lunes de mi vida. Ahí estaba yo, en la sala de juntas de mi pequeña pero prometedora startup, tratando de convencer a mis socios de que necesitábamos financiación externa para lanzar nuestro nuevo software de ciberseguridad. Había pasado semanas organizando reuniones con posibles inversores, y la respuesta era la misma: “Tienes potencial, Ivy, pero aún te falta crecer”. Me quedaba una última carta, una que prefería no jugar.Xander Blackwood.El nombre en sí provocaba reacciones en la industria. Algunos lo llamaban visionario; otros, depredador. Su éxito era indiscutible, y la cantidad de ceros en su cuenta
El día siguiente comenzó de forma maravillosa, la mañana era brillante y prometedora. Aun así, mi mente le daba vueltas a la decisión que había tomado hacía menos de 24 horas. Xander Blackwood era ahora parte de mi vida, al menos de mi vida profesional, y eso no me daba ningún placer. Después de esa reunión ligeramente incómoda y tensa en su oficina, me sentía como si hubiera vendido una parte de mi alma. La chispa de desafío que me había impulsado a aceptar su propuesta ahora se transformaba en una inquietud persistente.Mientras caminaba hacia la sala de juntas de mi empresa, el pequeño equipo de Hart Tech me saludaba con sonrisas y comentarios alentadores. Nadie tenía idea de la tormenta que se avecinaba, de la presencia imponente que estaba a punto de infiltrarse en nuestro espacio, un espacio que hasta ahora había sido mi refugio, mi bastión de independencia. La entrada de Xander cambiaría todo.—¿Lista para la reunión, Ivy? —preguntó Emma, mi asistente, con un brillo de emoción
El día siguiente fue una prueba de paciencia. Desde el momento en que Xander se convirtió oficialmente en parte de Hart Tech, su presencia era constante. Era como una piedra en el zapato para mí. Estaba allí, en cada reunión, en cada discusión de presupuesto, y hasta en los detalles más insignificantes que nunca habrían requerido la supervisión de un inversor. A cada paso que daba, sentía que Xander estaba al acecho, observando, juzgando, esperando el momento perfecto para cuestionarme.¿Qué le pasa a este hombre? ¿Es que no puede tomarse ni siquiera 5 minutos para descansar de ser tan controlador?Era como si el espacio que habíamos construido con tanto esfuerzo para colaborar se hubiera convertido en una jaula, una que él llenaba con su presencia abrumadora. No había forma de trabajar en paz. Y eso me exasperaba.Esa tarde, él me pidió que me reuniera en su oficina para revisar la estrategia de expansión que habíamos desarrollado con mi equipo. Aún con mis reservas y las ganas de ma
Desde el primer instante en que puse un pie en la oficina esa mañana, supe que el día sería largo. La última semana me había golpeado bastante en términos emocionales. Desde que Xander se unió formalmente a la empresa, nuestros encuentros eran un constante tira y afloja sin que ninguno de los dos quisiera ceder. Era agotador. No paraba de pensar en nuestra última conversación, aunque habían pasado más de 3 días y el tema parecía haberse olvidado. Mi cabeza daba vueltas cada vez que recordaba la escena. Por lo menos dijo que tengo potencial. Me encogí de hombros para darme ánimos, un cumplido así y de alguien tan importante como Xander no se recibía todos los días.—¿Todo bien, Ivy? —la voz de Emma me devolvió a la realidad. Estaba parada junto a la puerta de mi oficina, completamente abierta, con una taza de café en cada mano. La saludé con una sonrisa y le hice un ligero gesto para que entrara.Emma me alcanzó una taza de café y me dio una sonrisa que intentaba infundirme confianza,