La sala de piedra era amplia, tallada en una montaña antigua. Ares, el Alfa Lycan, estaba al centro del círculo, con los demás Alfas sentados alrededor. En una mesa larga se extendía un mapa del país, con los puntos estratégicos del Internado Luna Roja y los asentamientos aliados de los Petrov. —Sabemos que Viktor tiene apoyo político, dinero y manadas compradas —comenzó Ares, señalando con el dedo las regiones marcadas en rojo—. Pero ya no tiene el control del norte, ni del oeste. Si nos coordinamos, podemos cortar su red. —Las fuerzas de la Manada del Colmillo Norte tomarán la frontera norte y bloquearán cualquier intento de huida —dijo Mikhail Volkov. —Los Tigres y los Zorros vamos a encargarnos de cortar las rutas clandestinas —agregó Kael Strahd. —Los Osos y los Guepardos entraremos con fuerza —dijo Thalia Ursin—. Somos escudo y lanza. —Y los Lycans tomaremos la delantera. Queremos a Viktor y a su hermano Vladimir vivos… para que cada Omega pueda mirarlos a los ojos antes de
El amanecer trajo consigo la furia coordinada de las manadas. Osos, tigres, zorros, lobos y guepardos se movieron con una brutal eficiencia, asaltando los puntos débiles de la red de Viktor Petrov: guaridas ocultas, rutas clandestinas de tráfico de Omegas y los refugios de sus soldados.Kaela Ursin irrumpió en uno de los internados como una fuerza imparable, su enorme maza demoliendo paredes y dejando a su paso escombros y terror. A su lado, sus hermanos Boris y Kale lanzaban a los Alfas que intentaban detenerlos como si fueran muñecos de trapo, sus cuerpos estrellándose contra los muros con un crujido seco.Momo, la Beta de la manada de Rafael, en su forma lupina, era un torbellino de dientes y garras, desgarrando gargantas y abriendo caminos a través de la resistencia. Su compañera Alfa, Sofía, observaba su ferocidad con un orgullo feroz en sus ojos dorados.—Kaela, lleva a tu grupo al sótano. Leo nos dijo que siempre los guarda ahí —ordenó Rafael a la mujer oso, su voz tensa pero f
Vladimir caminaba de un lado a otro en la ostentosa oficina de su hermano, su agitación llenando el espacio con una energía nerviosa. Sus palabras se atropellaban al describir las escenas horribles que había presenciado: la humillación de sus Alfas, el mensaje escalofriante en la pared, la ausencia total de los Omegas. Su hermano, Viktor, permanecía sentado en un sillón de cuero, bebiendo una copa de vino tinto con una expresión de displicencia. Una joven Omega, con evidentes signos de maltrato en todo su cuerpo, estaba arrodillada frente a él, realizando una felación. Viktor disfrutaba del acto con una sonrisa lasciva, ignorando por completo la angustia palpable de su hermano. —Cálmate, Vlad —ordenó Selena, su voz melosa pero con un filo de acero. Estaba sentada en un diván cercano, acariciando la cabeza de uno de los Omegas varones que yacía a sus pies. El joven tenía un collar de ahorque ajustado alrededor de su cuello. —Cuántas veces hemos sido atacados, siempre hemos sido los v
El aire en la sala estaba cargado de tensión. Los murmullos de los asistentes se desvanecían en el silencio sepulcral que había tomado el lugar, como si todo estuviera esperando que se sellara el destino de las jóvenes presentes en la subasta. Ariadna Westbrook, conocida como Ari, se mantenía erguida en su lugar, observando la escena con la calma que había aprendido a forjar desde que su vida se había visto marcada por la rebeldía. Sus ojos grises brillaban con una mezcla de frustración y determinación, aunque en su interior la angustia crecía al ver cómo su hermana Bunny era empujada al frente, un objeto más en esa cruel transacción. Bunny, su hermana pequeña, ni siquiera entendía por qué estaba allí. Ari sabía que su hermana había llegado por temor a seguir sus pasos, a vivir la misma vida de sumisión que la sociedad esperaba de ellas. Bunny nunca había tenido la fuerza para rechazar el destino que su familia había diseñado, pero Ari sí. Y por eso la habían enviado a ese internado
La manada de Volkov se acercó, el paso de cada uno de los hombres resonando en el suelo con una pesadez palpable. El ambiente, ya cargado de tensión, se intensificó con cada paso que daban hacia Ari. Cinco hombres, contando a Rafael Volkov, la rodearon. Tres de ellos eran Alfas y los otros dos Betas, todos con una presencia tan imponente que casi parecía que el aire se volvía más denso con su cercanía. Y lo más inquietante, todos eran cambiaformas como ella. Ari no podía evitar notar la forma en que sus miradas se deslizaron sobre su figura, con lujuria y deseo evidente. Aunque mantenía su postura firme, una parte de ella se sentía expuesta, vulnerable ante la mirada de aquellos hombres que no veían en ella más que una propiedad para poseer. Sin embargo, Ari sabía que no era una prisionera. No iba a dejar que la domaran tan fácilmente. Rafael Volkov, el líder, observaba la escena con una calma inquietante. Sus ojos, oscuros y penetrantes, se fijaron en Ari con una intensidad que le
La noche envolvía la mansión de Volkov como un manto oscuro, sus ventanales brillando tenuemente contra la penumbra. Ari había sido transportada desde la subasta en un vehículo blindado, rodeada por los miembros de la manada que la observaban con una mezcla de curiosidad y recelo. Rafael Volkov permanecía en silencio, sentado frente a ella, su presencia tan imponente que parecía llenar cada recoveco del espacioso automóvil.Cuando llegaron, Ari no pudo evitar observar la grandeza de la propiedad. No era solo una casa, era un verdadero complejo que se extendía varios hectáreas, rodeado de bosques espesos que parecían custodiar los secretos de la manada. Las construcciones de piedra gris se alzaban como fortalezas, con ventanales que reflejaban la luz de la luna como ojos vigilantes.Un hombre alto, con cicatrices que atravesaban su rostro, se acercó para abrir la puerta del vehículo. Ari reconoció su postura: era un Beta, el segundo al mando después de Rafael. Sus ojos, de un color ámb
Rafael se echó a reír, un sonido frío que resonó en el gran salón. Sus ojos brillaron con una mezcla de burla y desafío mientras observaba a Ari.—Puedes tener la libertad que deseas, Omega —dijo, su voz cargada de ironía—. Todo lo que tienes que hacer es someterte a mí.La propuesta pendía en el aire, pesada y opresiva. Ari sintió la mirada de todos los presentes sobre ella, esperando su respuesta. Sabían que era una trampa, una forma de doblegarla y someterla a la voluntad del Alfa.—¿Someterme? —repitió Ari, su voz un susurro cargado de desprecio—. ¿A ti?—A mí, a la manada —corrigió Rafael, su sonrisa mostrando los dientes—. A nuestro modo de vida.—Tu modo de vida es una jaula dorada —espetó Ari—. Una prisión para aquellos que temen ser libres.Rafael se acercó a ella, su presencia imponente llenando el espacio entre ellos.—No conoces el significado de la libertad, Omega —gruñó—. La verdadera libertad reside en la fuerza, en el poder que otorga la manada.—Tu poder es una ilusió
Ari observó la ventana, su mente trabajando a toda velocidad. La idea de escapar por las tuberías de aire en su forma de conejo era tentadora, pero demasiado arriesgada. Una caída desde esa altura sería fatal, incluso para ella. Sabía que tenía que ser cautelosa, planificar cada movimiento con precisión.Suspiró, consciente de la precaria situación en la que se encontraba. Estaba en "números rojos", como pensaba, sin aliados y rodeada de enemigos. Tenía que jugar sus cartas con inteligencia, usando cada recurso a su disposición.Se levantó de la cama y comenzó a explorar la habitación, buscando cualquier detalle que pudiera ser útil. Examinó los muebles, las cortinas, las paredes, buscando una posible salida o un arma improvisada. Cada objeto era un potencial aliado o enemigo.Mientras exploraba, Ari recordó las palabras de Rafael sobre los otros Alfas. La idea de ser compartida, de ser usada como un objeto, le revolvió el estómago. Sabía que no podía permitir que eso sucediera. Tenía