El silencio cálido que envolvía a Ari y Rafael se quebró cuando la puerta se abrió con urgencia.—¿Ari? ¿Estás bien? —preguntó Momo, entrando junto a Sofía, con el ceño fruncido.Las dos se detuvieron en seco al ver la escena: Rafael recostado con Ari en brazos, cubriéndola con su cuerpo sin invadirla, como un escudo vivo. Los ojos de Ari estaban cerrados, pero no dormía; simplemente, descansaba… por fin.Sofía, como Alfa, percibió enseguida el lazo latente. Momo, como Beta, lo sintió en la tensión que se había disipado en la habitación, sustituida por una calma profunda, casi sagrada.—¿Qué pasó? —susurró Sofía, bajando el tono.Rafael alzó la vista. Su expresión era grave, fría, como cuando lideraba operaciones arriesgadas… pero esta vez, había fuego en sus ojos. El lobo rugía en su interior, y ya no pensaba quedarse de brazos cruzados.—Vayan a buscar a mi tío Zacarías —ordenó sin rodeos—. Ahora. Él y el doctor Vargas deben estar en la sala médica.Momo asintió al instante.—¿Y qué
El aire estaba tenso, cargado de decisiones urgentes. Zacarías caminaba con pasos firmes junto a Rafael, revisando en su móvil los contactos de los líderes de las manadas más antiguas. Ari, con el rostro aún marcado por las emociones vividas, los alcanzó con decisión en la mirada.—Voy con ustedes —dijo firme, deteniéndose frente a ellos.Rafael frunció el ceño, preocupado.—Ari, no tenés que exponerte más. Ya hiciste suficiente, hablaste, abriste heridas que muchos no podrían ni mencionar.—Y justo por eso voy —respondió ella sin dudar—. Nadie los va a entender como yo. Necesitan ver que no soy un número. No una víctima. Soy alguien que sobrevivió. Alguien que habla por los que no pueden.Zacarías la observó por un instante, en silencio. Luego asintió lentamente, con respeto en los ojos.—Tu voz puede mover montañas, pequeña. Y si vas con nosotros… tal vez sea la chispa que encienda la rebelión completa.—¿A cuál vamos primero? —preguntó ella, tomando una chaqueta que alguien le habí
El aire estaba cargado de tensión. La sala circular del consejo olía a madera quemada, cuero, y rabia contenida. Alfas de todas las ramas de la manada Lycan se habían reunido: ancianos, guerreros, líderes de escuadras. Todos con cicatrices. Todos con mirada aguda. Ari respiró hondo. Sentía el peso de tantas miradas sobre ella… pero la mano de Rafael, cálida y firme, sostenía la suya. —Estoy con vos —le susurró él al oído—. No tenés que hacerlo sola. Ella asintió, pero dio un paso al frente. Ya no era solo una Omega asustada. Era Ari Westbrook. Sobreviviente. Voz de los que no pudieron hablar. —Mi nombre es Ari Westbrook —dijo, su voz firme, resonando en la piedra y el fuego del consejo—. Fui enviada al internado Luna Roja a los diecinueve años, después de negarme a obedecer a mi familia. Me consideraron una “Omega rebelde”. Lo que encontré ahí no fue reeducación… fue un infierno. Sacó las fotos. Las colocó sobre la mesa del consejo. Heridas frescas. Cicatrices viejas. Moreton
El antiguo templo circular de piedra estaba lleno. Cada rincón ocupado por representantes de manadas de todo el país: tigres, osos, guapardos, zorros, panteras, lobos y más. El ambiente era denso, cargado de tensión, pero también de expectativa. Todos habían sido convocados por una razón que aún no comprendían del todo. Ares, el imponente líder de la manada Lycan, de cabello gris oscuro y mirada de acero, dio un paso al frente. —Hoy no vengo como líder Lycan. Vengo como testigo de una verdad que el mundo ha querido enterrar. Prepárense para escucharla. Dio un paso atrás, dejando el centro del círculo libre. Rafael tomó la mano de Ari. Ella estaba temblando. Pero aun así, caminó hacia el centro. Cada paso suyo resonaba en el suelo sagrado como un golpe de tambor. Cuando llegó, se detuvo. Respiró hondo. Todos la miraban. Algunos con curiosidad, otros con desdén… pero el silencio era absoluto. Entonces, sin decir una sola palabra, Ari soltó el cinturón de su vestido ceremonial
La sala de piedra era amplia, tallada en una montaña antigua. Ares, el Alfa Lycan, estaba al centro del círculo, con los demás Alfas sentados alrededor. En una mesa larga se extendía un mapa del país, con los puntos estratégicos del Internado Luna Roja y los asentamientos aliados de los Petrov. —Sabemos que Viktor tiene apoyo político, dinero y manadas compradas —comenzó Ares, señalando con el dedo las regiones marcadas en rojo—. Pero ya no tiene el control del norte, ni del oeste. Si nos coordinamos, podemos cortar su red. —Las fuerzas de la Manada del Colmillo Norte tomarán la frontera norte y bloquearán cualquier intento de huida —dijo Mikhail Volkov. —Los Tigres y los Zorros vamos a encargarnos de cortar las rutas clandestinas —agregó Kael Strahd. —Los Osos y los Guepardos entraremos con fuerza —dijo Thalia Ursin—. Somos escudo y lanza. —Y los Lycans tomaremos la delantera. Queremos a Viktor y a su hermano Vladimir vivos… para que cada Omega pueda mirarlos a los ojos antes de
El amanecer trajo consigo la furia coordinada de las manadas. Osos, tigres, zorros, lobos y guepardos se movieron con una brutal eficiencia, asaltando los puntos débiles de la red de Viktor Petrov: guaridas ocultas, rutas clandestinas de tráfico de Omegas y los refugios de sus soldados.Kaela Ursin irrumpió en uno de los internados como una fuerza imparable, su enorme maza demoliendo paredes y dejando a su paso escombros y terror. A su lado, sus hermanos Boris y Kale lanzaban a los Alfas que intentaban detenerlos como si fueran muñecos de trapo, sus cuerpos estrellándose contra los muros con un crujido seco.Momo, la Beta de la manada de Rafael, en su forma lupina, era un torbellino de dientes y garras, desgarrando gargantas y abriendo caminos a través de la resistencia. Su compañera Alfa, Sofía, observaba su ferocidad con un orgullo feroz en sus ojos dorados.—Kaela, lleva a tu grupo al sótano. Leo nos dijo que siempre los guarda ahí —ordenó Rafael a la mujer oso, su voz tensa pero f
Vladimir caminaba de un lado a otro en la ostentosa oficina de su hermano, su agitación llenando el espacio con una energía nerviosa. Sus palabras se atropellaban al describir las escenas horribles que había presenciado: la humillación de sus Alfas, el mensaje escalofriante en la pared, la ausencia total de los Omegas. Su hermano, Viktor, permanecía sentado en un sillón de cuero, bebiendo una copa de vino tinto con una expresión de displicencia. Una joven Omega, con evidentes signos de maltrato en todo su cuerpo, estaba arrodillada frente a él, realizando una felación. Viktor disfrutaba del acto con una sonrisa lasciva, ignorando por completo la angustia palpable de su hermano. —Cálmate, Vlad —ordenó Selena, su voz melosa pero con un filo de acero. Estaba sentada en un diván cercano, acariciando la cabeza de uno de los Omegas varones que yacía a sus pies. El joven tenía un collar de ahorque ajustado alrededor de su cuello. —Cuántas veces hemos sido atacados, siempre hemos sido los v
El aire en la sala estaba cargado de tensión. Los murmullos de los asistentes se desvanecían en el silencio sepulcral que había tomado el lugar, como si todo estuviera esperando que se sellara el destino de las jóvenes presentes en la subasta. Ariadna Westbrook, conocida como Ari, se mantenía erguida en su lugar, observando la escena con la calma que había aprendido a forjar desde que su vida se había visto marcada por la rebeldía. Sus ojos grises brillaban con una mezcla de frustración y determinación, aunque en su interior la angustia crecía al ver cómo su hermana Bunny era empujada al frente, un objeto más en esa cruel transacción. Bunny, su hermana pequeña, ni siquiera entendía por qué estaba allí. Ari sabía que su hermana había llegado por temor a seguir sus pasos, a vivir la misma vida de sumisión que la sociedad esperaba de ellas. Bunny nunca había tenido la fuerza para rechazar el destino que su familia había diseñado, pero Ari sí. Y por eso la habían enviado a ese internado