Subestimar a Jasha fue el primero de los errores del orgulloso Mikhail Kasparov, que había confiado en que todo le saldría bien de inmediato.
Se apresuró en su primera acción en contra de los enemigos que perseguían el tesoro de Villalobos, y olvidó algunas de sus rutinas adquiridas con los años.Definitivamente, sus planes no estaban empezando con el pie derecho, aunque no podía quejarse de la forma de ser de su nueva esposa, que había asumido su rol con singular dignidad.Mara Reyes sería su segundo error.Alta, con una larga cabellera rubia, curvas exuberantes y ropa y zapatos de diseñador, Mara era una joven actriz y modelo que viajaba con bastante frecuencia a Helsinki, con el único objeto de acostarse con Mikhail Kasparov, su amante más preciado, de quien estaba profundamente enamorada y con el que tenía expectativas a futuro, segura de estar haciendo un buen trabajo conquistándolo en la cama, aunque para él, en realidad, ella no fuera más que otra de sus numerosas amantes ocasionales.El señor Kasparov no era precisamente un monje.Sí, era cierto que tenían cierta rutina, entregándose al placer los martes y viernes, cuando ella iba semi desnuda y perfectamente arreglada a la lujosa mansión en Finlandia, soñando con satisfacerlo de tal modo que, algún día, Mikhail le propusiera por fin matrimonio.Era sumisa, callada, voluptuosa y sensual, todo lo que él necesitaba de una mujer en ese momento, o al menos lo que creía necesitar.Pero él no la tenía en cuenta del modo en que ella creía que pasaría.Algo que debió decirle antes de que ese día llegara, para evitarse un mal rato.Era viernes, así que Mara, en un vestido rojo entallado que dejaba poco a la imaginación, entró a la casa de Kasparov sin anunciarse, sin que nadie la detuviera, y encontrándose en el medio de la sala con Agnes Laine, sentada cómodamente en el sillón mientras leía unos libros en finés, con un diccionario, intentando familiarizarse más con el idioma local, por recomendación de Kiana que le había conseguido algo de material bilingüe. Quería aprender todo cuanto pudiera para sobrevivir, sobre todo tras saber que Jasha había escapado del primer ataque de Mikhail, alejándose quién sabe dónde, fuera de su alcance, y teniendo en cuenta que aún no tenía noticias de su hermana.Cuando Mara la vio, se sintió de inmediato amenazada. Era una joven hermosa, con un vestido rosa pastel sencillo, reclinada en el sillón, entre almohadones, y con unas curvas sin duda atractivas. No parecía una empleada, se la veía demasiado cómoda e instalada, como la dueña del lugar.Eso la enardeció.Aún sabiendo que cometía un error, llena de celos, le habló con desprecio:-Tú, sirvienta, ve a buscar a Miky. Dile que ya llegué…Agnes clavó en ella sus ojos azules, ni siquiera había notado a la rubia cuando entró. Debía de ir seguido, para que los guardias no la hubieran anunciado ni detenido.Hace pocos días que estaba allí, pero ya conocía cómo funcionaba esa casa.Esto era nuevo.-¿Miky?-¡Sí, pedazo de inútil! Tu jefe, mi novio… Ve a buscarlo y levántate de ese sillón. Es impropio de la servidumbre.Ella le sonrió con desdén. Pobre mujer. Aún para Agnes, que apenas lo conocía, era más que evidente que Mikhail no tenía novias, si no parejas sexuales.Así que, algo enojada por el trato que esa rubia le estaba dando, dejó su libro y la miró con suficiencia, sin moverse de su sitio.-No soy ninguna sirvienta. Soy Agnes Laine de Kasparov, su esposa.Mara la miró con desconcierto.-Eso no es posible… tú no puedes ser su mujer. Sólo mírate. Además ¿de dónde saliste? Vengo todas las semanas y jamás te había visto aquí. Es obvio que no eres su tipo, con esas manos descuidadas, y sin arreglarte. Eres indigna de ser su esposa. Miky se merece alguien como yo, Mara Reyes, famosa, rica y con elegancia. Será mejor que no mientas, se lo diré y estoy segura de que te castigará. Sé cuánto le gusta ser cruel…Agnes no le respondió más, y se volvió a concentrar en la lectura. Ni siquiera valía la pena responder esa agresión vacía de una mujer superficial. Que se quedara allí, esperando a "Miky". Se llevaría por sí misma una decepción.Mikhail bajó por las escaleras, luego de reconocer desde su despacho la aguda voz de Mara. Era agradable cuando gemía de placer, pero insoportable en otros momentos, sobre todo al comparar con la voz calma de Agnes.No tenía idea de por qué hacía esa comparación mental.Sin duda los pocos días con ella hacían su efecto.-¿Qué sucede aquí? ¿Qué pasa, Mara?Ella le habló, melosa, mientras se arrojaba a sus brazos y le besaba el cuello con desesperación.-¡Cariño! Te extrañé tanto…-¿Qué haces en mi casa, Mara?-¿Cómo que qué hago? ¡Es viernes, Miky! Viajé en mi jet para verte, como siempre… y me encuentro con esa sirvienta aprovechada en tu casa.Él miró a Agnes, que los ignoraba, sumergida en la lectura.-¿Sirvienta?Mara se aferraba a Mikhail, acariciándolo con descaro, a punto de quitarle la camisa, mientras le respondía:-Sí. La desvergonzada me dijo que es tu nueva esposa…En ese momento, ella lo miró desde el sillón encogiéndose de hombros.Él suspiró antes de decir:-Es la verdad, Mara. Nos casamos hace unos días.-¿Qué? ¿Te casaste con ese cachivache apestoso? ¿Acaso enloqueciste?Entonces Agnes se puso de pie, cruzándose de brazos.-Oye, Mara Reyes. Puedo aceptar que entres a esta casa sin avisar, me confundas con una sirvienta y te sientas amenazada, porque, en el fondo, es también culpa de mi marido que claramente no te avisó nada sobre su cambio de situación civil. Pero no te he faltado el respeto en ningún momento, por lo que no admitiré que los insultos continúen, ni contra mí, ni contra Mikhail, no bajo el que ahora es mi techo. Perdonaré tu confusión y tú te irás por donde viniste. Eres una mujer hermosa y rica, sobrevivirás a esta decepción.La mujer la miró con ira. Esa m*****a se atrevía a darle órdenes y Mikhail no le decía nada.Parecía entregado a lo que esa tal Agnes decía, y hasta la miraba con algo de respeto.¿Qué tenía esa arrastrada que ella no?Pero no se lo haría tan fácil.No pensaba irse como si nada.Se encaró con Kasparov y lo besó sin preámbulos, teatralmente y casi con exagerada pasión, jadeando y gimiendo.Le hablaba mientras sus manos lo buscaban, acariciándolo por encima del pantalón, buscando excitarlo.-Vamos, Miky… déjame que te recuerde lo que hacemos juntos. Sabes que te doy todo de mí, lo que quieras… ¿Quieres hacerme gritar de nuevo? Sí que quieres… vamos arriba, dejame lamerte como te gusta… ¿Acaso esa mosquita muerta lo hace mejor que yo? Es imposible… por algo me recibías dos días a la semana… ¿Quieres atarme? ¿Morderme?... Todavía tengo tus marcas de la última vez… Estoy segura de que ella no puede soportar lo mismo que yo, esas noches maratónicas que te dejan agotado, esos encuentros donde me llenas y me tomas a tu antojo, atravesando cada parte de mí… Mírala… es incapaz de darte tanto placer… ¿Te obligó a casarte porque se embarazó? Yo nunca te haría eso… Puedo ser tu amante, y puedes seguir teniendo conmigo esas sesiones desenfrenadas luego de las que apenas si puedes andar o yo quedarme sentada… No cualquier mujer se entrega así, Miky… soy única, lo sabes… Vamos arriba, deja que te lo refresque… ¿Para qué la quieres a ella? ¿No la ves cómo nos mira? Tiene miedo de tí, tiene miedo de lo que me oye decir de tus gustos… nunca te dará lo mismo que yo…Agnes la miraba y la escuchaba, al borde de la náusea, mientras Mara, descaradamente lamía y besaba el pecho y el cuello descubiertos de Mikhail, y buscaba endurecerlo y arrastrarlo a ese placer que claramente él había encontrado en esa mujer sumisa y experimentada.Era verdad. Mientras la rubia le hablaba, no podía evitar pensar en esas noches de fuego sin medida, donde Mara hacía exactamente lo que él le pedía, dejándolo entrar donde se le antojara.Pero había firmado un acuerdo por tres años, con Agnes, y deshonrar la casa en la que ahora vivían no era su idea.Si tenía que simular un matrimonio, esto con Mara era inadmisible.Odiaba renunciar a esa mujer y lo que ella le ofrecía, por culpa de un trato que había llegado por sorpresa, y sabía que la rubia le decía todo eso para que se arrepintiera de haberse casado.-Vamos arriba, Miky… puedo ser tu amante, a ella no le importará. No sé por qué se casaron, si es por un hijo, pueden seguir fingiendo, no me importa… seguiré acudiendo a tí, martes y viernes, para darte todo lo que la mojigata no puede… además, si está embarazada, necesitarás con quién tener sexo fuerte… ¿o estarás meses en celibato?...Mikhail iba enrojeciendo de a poco, pero ni siquiera miraba a Mara.Había algo singular en la expresión digna de Agnes, algo que lo desconcertaba y despertaba en él mucha curiosidad.Ella no estaba celosa, no tenía sentido considerando las circunstancias de su matrimonio.Pero sí estaba incómoda por algo.Algo de lo que su amante decía, calaba en algún lugar de su corazón.Tenía que sacar a Mara de su casa, ahora mismo.Y ver si sus informantes habían averiguado algo del pasado de su esposa por contrato.A pesar de la provocación, Agnes estaba consciente del lugar que ocupaba en la vida de Mikhail. Eso no significaba que estuviera dispuesta a soportar provocaciones, por más comprensiva que fuera.El hecho de que Mara estuviera allí, había tomado a Kasparov por sorpresa, precisamente porque no la consideraba importante en su vida y ni siquiera la tuvo en cuenta cuando, forzado por las circunstancias, pasó de ser un hombre soltero a estar casado con la nueva Agnes Laine. Por lo tanto, ella misma tampoco tenía por qué responder o sobre reaccionar.No le interesaba nada de lo que había dicho Mara, ni siquiera la detallada descripción de sus encuentros.O al menos eso esperaba. Agnes se encogió de hombros, se giró hacia el sillón nuevamente, se sentó con calma, tomó un libro, y dijo sin mirarlos:-Confío en que Mikhail sabrá qué hacer contigo, Mara. No mereces un segundo más de mi valioso tiempo. Sin embargo, agradecería que me ahorres el sonido irritante de tu voz. Estoy leyendo.La señ
El resto del camino fue tranquilo, aunque seguían mirando en todas direcciones, temerosos de que aparecieran nuevos enemigos de repente.Era algo inusual, Mikhail iba sumido en sus pensamientos, intentando adivinar cómo supieron de su viaje a Rusia y quiénes los habían atacado.Agnes observaba el espejo, esperando un nuevo agresor, calculando dónde había dejado él las armas.Pero eso no sucedió, nadie los atacó, y poco más de doscientos kilómetros después, antes de llegar a San Petersburgo, arribaron por fin a un viejo y destartalado edificio, que estaba muy lejos de ser realmente un orfanato.Allí ningún ser humano, mucho menos un niño, debería vivir.Algún oscuro secreto se ocultaba detrás de esa casona derruida. Era un sitio gris, horrible y lleno de humedad.A Agnes se le encogió el corazón de sólo imaginar a su hermana en ese sitio, con su asma, en medio de ese frío terrible.Y ella viviendo en una mansión.La culpa comenzaba a acosarla.Nunca, jamás, debió separarse de ella. Ha
Mikhail Kasparov era un hombre implacable. Cruel, siempre que fuera necesario.Mujeriego y en absoluto romántico, había cerrado sus puertas al amor hace muchos años.Demasiados.Con un secreto oculto en su pasado y un plan para su futuro.Un hombre sediento de poder, de ganar influencias, al precio que fuera.Pero se sentía demasiado culpable por haber fallado a su nueva esposa, con el honor herido, con una deuda aún sin pagar.No sólo Jasha se le había escapado en las narices, dejándolo mal parado.La hermana que debía recuperar, la pequeña Sonya, estaba muerta.Ella tenía razón.Agnes podía sobrevivir en la organización y en ese contexto, si él le enseñaba cómo hacerlo, porque, cuando esos tres años de contrato pasaran, era probable que se encontrara sola en el mundo. Con una parte del tesoro más codiciado de la mafia mundial.Y de repente, el gélido Kasparov, no se sentía capaz de dejarla a su suerte, desprotegida, aunque en el futuro ella dejara de tener un vínculo con él. No p
Mikhail la miró en silencio y se cruzó de brazos, evidentemente ofendido por las palabras de su esposa, y ahijada en la mafia.Le habló con un matiz de incredulidad en su voz:-¿Lo preguntas en serio, Agnes? ¿Acaso no me hiciste ayer un juramento solemne? ¿No me pediste ayuda? Nunca rompería nuestro acuerdo, tenemos un contrato y además un vínculo nuevo. Seré muchas cosas, querida esposa, no todas buenas, pero tengo honor y palabra. Y ayer acepté ser tu padrino… Tus sospechas realmente me avergüenzan.Ella lo observaba, llena de furia, aún buscando aire con grandes bocanadas.Él tenía razón en todo, aunque seguía sin entender por qué la había arrastrado por la fuerza al fondo del agua.Y sí que tenía fuerza.Había sido como estar atrapada por una cadena de acero.-Pero… casi me matas, Mikhail… ¿Qué pensabas? Me superas por muchísimo en fuerza, me tomaste por sorpresa sin darme tiempo a tomar aire, no sé nadar bien y no podía respirar, a punto de perder la consciencia… ¿Por qué hicist
Poco más tarde, Mikhail Kasparov entraba al gran salón de la casa del gobernador con una sonrisa fingida, pero llevando del brazo a su nueva conquista, y actual esposa, Agnes, que atraía todas las miradas curiosas, de hombres que la observaban sin disimulo y de mujeres que la envidiaban de un modo casi palpable.Algunas de ellas, acompañantes, esposas o amantes de hombres influyentes, ya habían tenido encuentros ocasionales con él y habían tratado de conquistarlo definitivamente, como un codiciado premio.Él era rico, joven, atractivo y muy hábil en la cama.Mikhail se acercó a algunos de los invitados mas importantes y los saludó, presentando a la joven.Para todos, el matrimonio era una verdadera sorpresa.El soltero empedernido, atrapado por esa mujer desconocida.Luego de que entraron al salón comenzaron a conversar cordialmente con varios funcionarios, a los que ella les sonreía con una gracia natural, aprendiendo a moverse con elegancia, sin soltarse de su brazo.Realmente domin
Cuando Mikhail volvió a la fiesta, buscó a Agnes y al juez con la mirada llena de curiosidad.Descubrió que el señor Gorennen no estaba por ningún lado, lo que le llamó bastante la atención. No solía ser de los primeros en irse de una fiesta, salvo que se enredara con alguna mujerzuela. Ella, tan radiante como la había dejado, conversaba con un hombre alto y apuesto, con una prolija barba castaña en su rostro, y le sonreía con seductora gracia. Aunque el sujeto no miraba precisamente su boca, si no las grandes curvas que el vestido insinuaban.Eso, en contra de su voluntad, le hizo sentir una poderosa punzada de celos.A pesar de que él mismo la había empujado a hacer esas cosas, le dolía presenciar lo rápido que había aprendido a seducir y moverse en ese ambiente. Y lo efectiva que era.Supo que, muy pronto, necesitaría más de ella que sólo fingir ser un matrimonio.A menos que encontrara la forma de canalizar esa energía que lo enardecía.La deseaba, ella lo atraía como un imán y
Mikhail la soltó con lentitud y se alejó poniéndose de pie para dar por terminada la lección de ese día.Pero Agnes no estaba dispuesta a que culminara así, después de todo lo que se había esforzado mientras él la ignoraba y la derribaba una y otra vez.Así que se lo reclamó, enrojecida por el enojo.-¡No! No es justo… estuviste ausente todo el entrenamiento, quiero mi revancha, Mikhail. Tengo que tratar de vencerte, sólo necesito un intento más…Mikhail la miró con incredulidad.Esa mujer era casi tan tenaz como él, y eso era mucho decir.Se cruzó de brazos y sonrió con displicencia. -Pero si apenas te mantienes en pie, Agnes… Estás agotada, sería desleal… Continuaremos otro día. Te prometo que estaré más concentrado… Ahora no podrás hacer nada…Ella lo desafió, apretando los dientes y los puños, con los ojos destellando sus llamas azuladas:-Pruébame…El hombre sonrió satisfecho, y se puso a la defensiva.Cuando ella atacó, directo y casi sin técnica, con sus músculos agarrotados p
Agnes, con cuidado, rescató la carne de la sartén donde se chamuscaba todavía por el calor residual, cortó algunos trozos, y la colocó en una fuente de cerámica. Le pidió ayuda a Mikhail:-Me consta que eres bueno con los cuchillos, así que, si estás de acuerdo, ayúdame con las verduras.Él sonrió.-Supongo que mientras no implique nada con llamas, puedo intentar.Ella le tendió una tabla de madera y una cuchilla, y cortaron cebollas, zanahorias y otros vegetales para colocarlos en la fuente junto a la carne.Luego, la joven recorrió los frascos de especias, oliendo y probando, sazonando la comida para después dejarla cocinarse en el horno con tranquilidad. Se deshizo del pan quemado, y puso a preparar nuevas tostadas.-Segunda oportunidad, Mikhail. Vigila que no se quemen.-A la orden, señora Kasparov. Ella negó con la cabeza mientras sonreía. Tenía que reconocer que esto era divertido. Y nuevo. Nunca había estado así con nadie.Él tampoco.Agnes cortó el queso en finas rodajas y l