Mikhail la miró en silencio y se cruzó de brazos, evidentemente ofendido por las palabras de su esposa, y ahijada en la mafia.Le habló con un matiz de incredulidad en su voz:-¿Lo preguntas en serio, Agnes? ¿Acaso no me hiciste ayer un juramento solemne? ¿No me pediste ayuda? Nunca rompería nuestro acuerdo, tenemos un contrato y además un vínculo nuevo. Seré muchas cosas, querida esposa, no todas buenas, pero tengo honor y palabra. Y ayer acepté ser tu padrino… Tus sospechas realmente me avergüenzan.Ella lo observaba, llena de furia, aún buscando aire con grandes bocanadas.Él tenía razón en todo, aunque seguía sin entender por qué la había arrastrado por la fuerza al fondo del agua.Y sí que tenía fuerza.Había sido como estar atrapada por una cadena de acero.-Pero… casi me matas, Mikhail… ¿Qué pensabas? Me superas por muchísimo en fuerza, me tomaste por sorpresa sin darme tiempo a tomar aire, no sé nadar bien y no podía respirar, a punto de perder la consciencia… ¿Por qué hicist
Poco más tarde, Mikhail Kasparov entraba al gran salón de la casa del gobernador con una sonrisa fingida, pero llevando del brazo a su nueva conquista, y actual esposa, Agnes, que atraía todas las miradas curiosas, de hombres que la observaban sin disimulo y de mujeres que la envidiaban de un modo casi palpable.Algunas de ellas, acompañantes, esposas o amantes de hombres influyentes, ya habían tenido encuentros ocasionales con él y habían tratado de conquistarlo definitivamente, como un codiciado premio.Él era rico, joven, atractivo y muy hábil en la cama.Mikhail se acercó a algunos de los invitados mas importantes y los saludó, presentando a la joven.Para todos, el matrimonio era una verdadera sorpresa.El soltero empedernido, atrapado por esa mujer desconocida.Luego de que entraron al salón comenzaron a conversar cordialmente con varios funcionarios, a los que ella les sonreía con una gracia natural, aprendiendo a moverse con elegancia, sin soltarse de su brazo.Realmente domin
Cuando Mikhail volvió a la fiesta, buscó a Agnes y al juez con la mirada llena de curiosidad.Descubrió que el señor Gorennen no estaba por ningún lado, lo que le llamó bastante la atención. No solía ser de los primeros en irse de una fiesta, salvo que se enredara con alguna mujerzuela. Ella, tan radiante como la había dejado, conversaba con un hombre alto y apuesto, con una prolija barba castaña en su rostro, y le sonreía con seductora gracia. Aunque el sujeto no miraba precisamente su boca, si no las grandes curvas que el vestido insinuaban.Eso, en contra de su voluntad, le hizo sentir una poderosa punzada de celos.A pesar de que él mismo la había empujado a hacer esas cosas, le dolía presenciar lo rápido que había aprendido a seducir y moverse en ese ambiente. Y lo efectiva que era.Supo que, muy pronto, necesitaría más de ella que sólo fingir ser un matrimonio.A menos que encontrara la forma de canalizar esa energía que lo enardecía.La deseaba, ella lo atraía como un imán y
Mikhail la soltó con lentitud y se alejó poniéndose de pie para dar por terminada la lección de ese día.Pero Agnes no estaba dispuesta a que culminara así, después de todo lo que se había esforzado mientras él la ignoraba y la derribaba una y otra vez.Así que se lo reclamó, enrojecida por el enojo.-¡No! No es justo… estuviste ausente todo el entrenamiento, quiero mi revancha, Mikhail. Tengo que tratar de vencerte, sólo necesito un intento más…Mikhail la miró con incredulidad.Esa mujer era casi tan tenaz como él, y eso era mucho decir.Se cruzó de brazos y sonrió con displicencia. -Pero si apenas te mantienes en pie, Agnes… Estás agotada, sería desleal… Continuaremos otro día. Te prometo que estaré más concentrado… Ahora no podrás hacer nada…Ella lo desafió, apretando los dientes y los puños, con los ojos destellando sus llamas azuladas:-Pruébame…El hombre sonrió satisfecho, y se puso a la defensiva.Cuando ella atacó, directo y casi sin técnica, con sus músculos agarrotados p
Agnes, con cuidado, rescató la carne de la sartén donde se chamuscaba todavía por el calor residual, cortó algunos trozos, y la colocó en una fuente de cerámica. Le pidió ayuda a Mikhail:-Me consta que eres bueno con los cuchillos, así que, si estás de acuerdo, ayúdame con las verduras.Él sonrió.-Supongo que mientras no implique nada con llamas, puedo intentar.Ella le tendió una tabla de madera y una cuchilla, y cortaron cebollas, zanahorias y otros vegetales para colocarlos en la fuente junto a la carne.Luego, la joven recorrió los frascos de especias, oliendo y probando, sazonando la comida para después dejarla cocinarse en el horno con tranquilidad. Se deshizo del pan quemado, y puso a preparar nuevas tostadas.-Segunda oportunidad, Mikhail. Vigila que no se quemen.-A la orden, señora Kasparov. Ella negó con la cabeza mientras sonreía. Tenía que reconocer que esto era divertido. Y nuevo. Nunca había estado así con nadie.Él tampoco.Agnes cortó el queso en finas rodajas y l
Mikhail tenía mucho que pensar y Agnes no insistió más en el asunto de Montoya, por ahora. La entrenó durante la tarde en algo de puntería con un par de armas, forzándola a utilizar la mano izquierda también, y luego de cenar se despidieron, dirigiéndose cada uno a su habitación. Él aún estaba confundido con su rechazo, porque, el resto del tiempo, no parecía despreciarlo o detestarlo.Eso era extraño.Durante el día habían cocinado juntos como una pareja bastante normal, almorzaron en el comedor conversando de trabajo, entrenaron con armas de fuego sin ningún roce o incomodidad… ¿Por qué ella lo rechazaba si intentaba acercarse un poco más? Era casi evidente para Mikhail que tenía que ver con algo más, algo que se le escapaba sobre esa mujer que había vivido en un mundo sombrío y de necesidades.¿Por qué aún sus investigadores en Rusia no habían encontrado ninguna información sobre los últimos años de Agnes?Por supuesto, les había dado su nombre verdadero y proporcionado todos lo
Para Valter, la situación frente a él, que se desplegaba como un teatro singular del que era testigo privilegiado, fue bastante obvia. La joven de ojos azules y afilados, que había llegado con la bandeja de bebidas, por alguna razón extraña, en su local, resultaba ser la nueva y peculiar esposa de su amigo, un hombre que habitualmente era mujeriego y de carácter algo salvaje, y ahora estaba como adormecido. Y era una mujer bastante atractiva, que se movía como una gacela en esos zapatos de tacón, haciendo ondear sus caderas perfectamente dibujadas por el vestido púrpura, y sus ojos habían brillado con fuego asesino al mirar a Mikhail.A pesar de ser un matrimonio acordado por negocios, la señora Kasparov ardía de celos.Era clara para Valter la razón por la que ninguna de esas chiquillas nuevas e inocentes le había interesado a Kasparov, si tenía esa fiera indomable en su propia casa.Él se sonrió, tomó su trago, se sentó cual espectador en un cine y se limitó a observar lo que suced
Agnes se quedó largos minutos observando a Mikhail, con la respiración profunda y acompasada, dormido a su lado, mientras iba hilando poco a poco los recuerdos de lo que había sucedido la noche anterior.Lo observaba aún abrumada, mientras el fuerte pecho subía y bajaba, y los mechones de cabello rubio, aún húmedos, le caían sobre la frente.Entre sus extraños celos, la bebida en exceso, y las palabras que le había escuchado decir y misteriosamente la lastimaban, todo se mezclaba en un ruido mental de luces y sombras ininteligibles. Aunque él no había dicho nada que no fuera cierto. Ellos dos sólo eran socios, unidos por un objetivo común, vinculados por un contrato a tres años, y nada más. Parecía claro para él, aunque ella no estaba tan segura de lo que había hecho esa noche para que Mikhail estuviera en su cama aferrado en un nudo firme contra su cuerpo.Pero era maravilloso verlo dormir, apacible, con el torso desnudo, los labios entreabiertos, las pestañas ligeras, su cuerpo di