En cuanto llegó Maritza al salón, varios de los pasajeros se acercaron a ella para saber de su estado de salud. La señora Russo fue la última en saludarla.
―¿Cómo está, niña?
―Bien, señora Russo, gracias, ¿y usted?
―Yo bien. ¿Cómo está su espalda?
―Bien, ya casi no duele. Muchas felicidades ―cambió de tema―, espero que le queden muchos años junto a su esposo.
―Y yo espero lo contrario para ti con tu esposo.
Maritza bajó la cabeza.
―Ese hombre no le conviene, niña, no se gana nada con estar tantos años con un hombre que no vale la pena. Si mi esposo me hubiera hecho una sola de las cosas que le ha hecho el suyo, créame que no estaría celebrando mi aniversario en este momento.
―Sí, bueno, ya no seguiré con él, así que puede quedarse tranquila.
Xiomara escogió Medallita de la suerte, de Alfredo de Angelis, canción que, según dijo antes de interpretarla, era la canción de sus abuelos, cuando su abuela murió, él no la volvió a bailar con nadie más, pues esa era su canción especial, por lo que a ellos iba dedicada. Su interpretación fue fabulosa y ganó muchos aplausos, sobre todo de Maritza, quien no sentía ningún tipo de envidia por esa chica, al contrario, la sentía casi como a una hermana, por ridículo que pareciera. Melissa Blades, otra de las candidatas, cantó Only you de The Platters, Maritza se percató de que no dejó de mirar a Bruno en todo momento. Su voz era muy hermosa, tanto, que dejó a todos sin aliento. Ella viajaba sola, pero no era problema, pues era muy extrovertida y risueña, aunque, en cierto modo, atemorizaba a los hombres
Los vidrios rotos se esparcieron por todo el suelo. Los gritos de la gente no se hicieron esperar. Ulises la tenía abrazada y, cuando el primer impacto pasó, él soltó un poco su amarre. Ella estaba conmocionada, temblaba en sus brazos.―Tranquila, tranquila. ¿Está herida?―Creo que no.―Perfecto, ¿puede caminar?―Ella se puso en pie y se dio cuenta de que él tenía sangre en la cara por un corte en la cabeza.―Oh, por Dios, está sangrando.―No se preocupe, no es nada. Vamos. ¿Está bien? ¿Segura?―Sí, sí, los Russo, Xiomara…―Creo que la explosión fue en esa parte del barco ―informó con pesar el hombre.―¿Qué pasó?―No lo sé, debo ir a ver, ¿quiere quedarse aquí?―¿Sola? No, gracias.―Vamos.La tomó de
―¿Qué haremos? ―preguntó la mujer.―Intentar sobrevivir hasta que nos rescaten.―¿Cree que vengan?―Deberían. Lo que se hace en estos casos es barrer el lugar, espero que las olas traigan algo más que a personas desagradables hasta aquí.―Si tan mal le caigo, ¿por qué me salvó?―Porque mi ética me impide dejar morir a alguien si está en mis manos ayudarlo. No se sienta especial.―Créame que es lo que menos siento en este momento, de hecho, preferiría estar a millones de kilómetros bajo el agua.―¿Millones de kilómetros? ―repitió en tono burlón―. Bueno, de haberlo sabido…Ella no dijo nada, bajó por donde mismo había subido, aunque en realidad no tenía caso, al fin y al cabo, toda la isla era igual, no había mucha diferencia entre un lugar y otro, a
La pareja recibió la mañana abrazados. Maritza abrió los ojos y miró al hombre que seguía dormido a su lado. Se preguntó qué había hecho, sin embargo, no se arrepintió, Ulises no solo había sido un gran amante, la trató con más respeto y cariño que su esposo, quien siempre la trataba como a una cualquiera.―Buenos días, condesa ―la saludó él antes de despertar del todo.―Buenos días.―¿Cómo estás?―Un poco adolorida.―Es normal… todas quedan así ―replicó burlón.―¡Oye!―Es broma, ¿cómo está tu espalda?―Me duele, pero creo que es porque estoy tiesa, necesito estirar.―Yo te puedo ayudar a estirar ―le dijo con tono libidinoso, se colocó arriba de ella y le alzó los brazos por sobre la cabeza. ―
―¿Algo más? ¿Y mi mujer? ―preguntó Ricardo.―No aparece, la búsqueda no cesará sino hasta dos semanas, ese fue el tiempo que se dieron para encontrar los cuerpos o a pasajeros vivos, debemos esperar ―informó Nelson.―¿Te aseguraste de que estuviera en el lugar de la explosión?―Estaba con los demás viendo los fuegos artificiales.―O sea, está muerta.―Eso se supone.―Bien. No puedo decir que guardaré luto, porque no sería verdad, esa mujer me interesó mucho, pero no fue más que un amor pasajero que confundí con amor verdadero.Nelson apretó los dientes, en esos casos, el divorcio era la forma, no el asesinato.―Sé que no comulgas con mis métodos, Nelson, pero créeme que es lo mejor, todos saldremos ganando.―Yo hago el trabajo por el que me pagan, señor.―
Xiomara miraba hacia afuera. Estaba sentada en una cafetería, sola.―Hola, Xiomara, ¿cómo estás?―Nelson, hola ―respondió la joven, alzando su vista, casi sin expresión.―¿Cómo te fue?―No muy bien, creo que ir al siquiatra no me está ayudando, quedo peor cada vez que voy.―¿Por qué? ¿Te dice algo?―No, ese es el problema, la que habla todo el tiempo soy yo. Mira la hora cada cinco minutos, como si estuviera harto de escuchar problemas.―¿Te dio algún medicamento, algún tratamiento?―Nada.―¿Te mandó a sicólogo, con un terapeuta?―No.―¿Te envió con algún otro especialista?―Tampoco.―O sea, está haciendo las veces de sicólogo a precio de siquiatra. No corresponde. Algo tiene que darte, hacer, si él no está
Maritza abrió los ojos al sentir un extraño ruido que la asustó. Ulises estaba a la orilla del mar y miraba hacia el horizonte. Ella se sentó en la arena y se dio cuenta de lo que era: un enorme barco se acercaba a ellos.―¡Nos encontraron! ―gritó la mujer.―Sí. Ya vienen por nosotros ―respondió emocionado.Ella se acercó a él, él extendió su brazo para apegarla a su costado. Vieron avanzar una lancha hacía la orilla.―Nos vamos a casa, mi condesa.―¿¡Están bien!? ―preguntó a gritos un hombre antes de bajar, antes de siquiera terminar de llegar a tierra.―¡Constantino! Estamos bien ―contestó Ulises.Apenas el bote tocó fondo, el llamado Constantino bajó y corrió hasta donde se encontraba la pareja y abrazó al hombre con gran alegría.―Yo sabía q
Nelson caminaba con desespero en su habitación. Las noticias daban el anuncio del rescate del magnate griego Ulises Areleus y la esposa del empresario Ricardo Zegers. Los habían encontrado en una isla desierta en medio del océano.Xiomara tocó a su puerta, el hombre tomó aire y abrió.―¿Lo viste? ¡Los encontraron! ―gritó feliz.―Sí, lo vi.―Parece que no te alegrara.―Claro que me alegra, estoy preocupado, tantos días perdidos, espero que estén bien.―Dijeron en la televisión que estaban bien, ¿qué pasa?―Nada, nada, estoy preocupado, eso es todo, quién sabe qué cosas tuvo que pasar, yo debí haber estado ahí para ayudarla, para socorrerla.―No es tu culpa, el caos que se formó…―Yo estaba a cargo de su cuidado.―Aun así, tú ayudaste a mucha ge