Xiomara miraba hacia afuera. Estaba sentada en una cafetería, sola.
―Hola, Xiomara, ¿cómo estás?
―Nelson, hola ―respondió la joven, alzando su vista, casi sin expresión.
―¿Cómo te fue?
―No muy bien, creo que ir al siquiatra no me está ayudando, quedo peor cada vez que voy.
―¿Por qué? ¿Te dice algo?
―No, ese es el problema, la que habla todo el tiempo soy yo. Mira la hora cada cinco minutos, como si estuviera harto de escuchar problemas.
―¿Te dio algún medicamento, algún tratamiento?
―Nada.
―¿Te mandó a sicólogo, con un terapeuta?
―No.
―¿Te envió con algún otro especialista?
―Tampoco.
―O sea, está haciendo las veces de sicólogo a precio de siquiatra. No corresponde. Algo tiene que darte, hacer, si él no está
Maritza abrió los ojos al sentir un extraño ruido que la asustó. Ulises estaba a la orilla del mar y miraba hacia el horizonte. Ella se sentó en la arena y se dio cuenta de lo que era: un enorme barco se acercaba a ellos.―¡Nos encontraron! ―gritó la mujer.―Sí. Ya vienen por nosotros ―respondió emocionado.Ella se acercó a él, él extendió su brazo para apegarla a su costado. Vieron avanzar una lancha hacía la orilla.―Nos vamos a casa, mi condesa.―¿¡Están bien!? ―preguntó a gritos un hombre antes de bajar, antes de siquiera terminar de llegar a tierra.―¡Constantino! Estamos bien ―contestó Ulises.Apenas el bote tocó fondo, el llamado Constantino bajó y corrió hasta donde se encontraba la pareja y abrazó al hombre con gran alegría.―Yo sabía q
Nelson caminaba con desespero en su habitación. Las noticias daban el anuncio del rescate del magnate griego Ulises Areleus y la esposa del empresario Ricardo Zegers. Los habían encontrado en una isla desierta en medio del océano.Xiomara tocó a su puerta, el hombre tomó aire y abrió.―¿Lo viste? ¡Los encontraron! ―gritó feliz.―Sí, lo vi.―Parece que no te alegrara.―Claro que me alegra, estoy preocupado, tantos días perdidos, espero que estén bien.―Dijeron en la televisión que estaban bien, ¿qué pasa?―Nada, nada, estoy preocupado, eso es todo, quién sabe qué cosas tuvo que pasar, yo debí haber estado ahí para ayudarla, para socorrerla.―No es tu culpa, el caos que se formó…―Yo estaba a cargo de su cuidado.―Aun así, tú ayudaste a mucha ge
Luego de las declaraciones, que duraron horas; del chequeo médico que les indicó que se encontraban en buenas condiciones físicas, y de recibir las informaciones oficiales del accidente, Maritza y Ulises podían regresar a casa.―Hermano, tu casa está lista, pero mamá insiste en que te quedes en la de ella, quiere estar segura de que te encuentras bien, quiere verte, como no la dejamos venir, siente que le estamos mintiendo y que tú estás con un pie en el inframundo ―explicó Constantino con diversión.―Yo no tengo problema en irme a su casa mientras tenga una cama, pero ¿y Maritza?―Ella se va conmigo ―dispuso Nelson que salía en ese momento de la comisaría.―¡Nelson! ―exclamó Maritza, sorprendida de verlo allí. A punto estuvo de lanzarse a sus brazos en un impulso que no llevó a cabo.―Lo siento, estaba en un interroga
Una semana pasó y Maritza no supo nada de Ulises, más que lo que salía en los noticiarios. El regreso del gran magnate era noticia en el país y muchos querían tener entrevistas con él, cosa que ninguna televisora lograba, él se escabullía sin responder ninguna pregunta. Eso, las veces que lograban verlo, porque por lo general no se le veía en la calle.―¿Lo extrañas? ―le preguntó Nelson una tarde que ella miraba una y otra vez las mismas imágenes en la televisión. ―¿Qué?―¿Extrañas a Ulises?―¿Por qué tendría que extrañarlo? Él y yo nunca nos llevamos bien.―Estuvieron dos semanas en una isla desierta, solos, bajo estrés; supongo que conversaron, aclararon las cosas… Se hicieron más que amigos.―Está viendo cosas donde no las hay.
Ulises contempló a Maritza antes de entrar a la casa, como un bobo, no pudo disimular su nerviosismo. Su madre le pegó un pequeño codazo y entraron.―Buenas noches ―saludó Anthea a sus anfitriones.―Buenas noches ―saludaron de vuelta.―Hola, Xiomara; hola, Maritza ―saludó Ulises.Xiomara le dio un abrazo, ella tampoco lo había visto después de su regreso.―Me alegro tanto, jefe, que esté bien, nos dio mucho susto.―Y yo me alegro de que tú estés bien, ¿has sabido de los demás chicos?―Todos se salvaron, aunque Ignacio está hospitalizado todavía, con una pierna rota, están evitando amputársela.―No me habían dicho eso, lo visitaré. La verdad, es que pocas noticias me han dejado ver, no puedo trabajar y casi no puedo salir, según dicen estoy con estrés postraumático. ―Neg
Un nuevo beso que se alargó hasta que él la soltó de golpe y se levantó.―Lo siento, si sigo…Ella se levantó y le tomó una mano.―Yo también quiero estar contigo.―Pero a ti no se te nota ―respondió algo divertido mirando su pantalón.―Es cierto ―admitió ella con una sonrisa.―Vamos al comedor, la mesa ya estaba puesta, así que poco es lo que tenían que hacer.Ulises se acercó a Maritza y acunó su rostro entre sus manos.―Te amo, mi condesa, te amo y estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario para estar contigo. Así sea un día o mil ―le dijo antes de darle un dulce beso.Ricardo resopló molesto, furioso en realidad. Hacía un par de días se había despertado de un coma en el que cayó tras sufrir una septicemia por la herida de la pi
―Puede ser ―respondió el escolta con tranquilidad―, ella me dijo que disfrutara de la fiesta, había estado tratando todo el crucero que yo también me divirtiera, incluso, esa noche, quería que me sentara con ella a la mesa, lo cual no era apropiado, por cierto, creo que se sentía incómoda al verme trabajando. Tal vez le dijo que ella me dio “libre”, ¿no es así? De otro modo, no sé qué podría haberles dicho.―Efectivamente, pero veo que usted no lo toma así.―Mi trabajo es 24/7, con mis descansos, obvio, pero no tengo horario, por lo que dejarla esa noche a su merced no fue profesional de mi parte y me arrepiento por ello.―¿Y qué hay de la relación entre el señor Ulises Areleus y la señora Zegers?―¿Relación? Que yo sepa ellos no tienen más relación que la de haber quedado solos en una
Una enfermera entró a la sala.―¿Cómo está, más tranquila? ―preguntó.―Sí, no recuerda nada, pero está calmada.―¿Sabes quién eres y por qué estás aquí? ―interrogó a la enferma como si fuera una niña que no entiende.―Sí, sé quién soy, pero no por qué estoy aquí, ¿qué pasó?―Se tomó una serie de pastillas que podrían haberla matado, ahora debe quedarse aquí hasta que se recupere ―le informó la enfermera.―No recuerdo nada, debí perder la razón.―Sí, estaba muy descompensada, es lógico, de todas maneras, luego de las experiencias vividas.―¿Cuándo podré irme?―Ya le dije que debe recuperarse, va a venir un siquiatra a verla, él decidirá si puede quedarse aqu&ia