Nelson caminaba con desespero en su habitación. Las noticias daban el anuncio del rescate del magnate griego Ulises Areleus y la esposa del empresario Ricardo Zegers. Los habían encontrado en una isla desierta en medio del océano.
Xiomara tocó a su puerta, el hombre tomó aire y abrió.
―¿Lo viste? ¡Los encontraron! ―gritó feliz.
―Sí, lo vi.
―Parece que no te alegrara.
―Claro que me alegra, estoy preocupado, tantos días perdidos, espero que estén bien.
―Dijeron en la televisión que estaban bien, ¿qué pasa?
―Nada, nada, estoy preocupado, eso es todo, quién sabe qué cosas tuvo que pasar, yo debí haber estado ahí para ayudarla, para socorrerla.
―No es tu culpa, el caos que se formó…
―Yo estaba a cargo de su cuidado.
―Aun así, tú ayudaste a mucha ge
Luego de las declaraciones, que duraron horas; del chequeo médico que les indicó que se encontraban en buenas condiciones físicas, y de recibir las informaciones oficiales del accidente, Maritza y Ulises podían regresar a casa.―Hermano, tu casa está lista, pero mamá insiste en que te quedes en la de ella, quiere estar segura de que te encuentras bien, quiere verte, como no la dejamos venir, siente que le estamos mintiendo y que tú estás con un pie en el inframundo ―explicó Constantino con diversión.―Yo no tengo problema en irme a su casa mientras tenga una cama, pero ¿y Maritza?―Ella se va conmigo ―dispuso Nelson que salía en ese momento de la comisaría.―¡Nelson! ―exclamó Maritza, sorprendida de verlo allí. A punto estuvo de lanzarse a sus brazos en un impulso que no llevó a cabo.―Lo siento, estaba en un interroga
Una semana pasó y Maritza no supo nada de Ulises, más que lo que salía en los noticiarios. El regreso del gran magnate era noticia en el país y muchos querían tener entrevistas con él, cosa que ninguna televisora lograba, él se escabullía sin responder ninguna pregunta. Eso, las veces que lograban verlo, porque por lo general no se le veía en la calle.―¿Lo extrañas? ―le preguntó Nelson una tarde que ella miraba una y otra vez las mismas imágenes en la televisión. ―¿Qué?―¿Extrañas a Ulises?―¿Por qué tendría que extrañarlo? Él y yo nunca nos llevamos bien.―Estuvieron dos semanas en una isla desierta, solos, bajo estrés; supongo que conversaron, aclararon las cosas… Se hicieron más que amigos.―Está viendo cosas donde no las hay.
Ulises contempló a Maritza antes de entrar a la casa, como un bobo, no pudo disimular su nerviosismo. Su madre le pegó un pequeño codazo y entraron.―Buenas noches ―saludó Anthea a sus anfitriones.―Buenas noches ―saludaron de vuelta.―Hola, Xiomara; hola, Maritza ―saludó Ulises.Xiomara le dio un abrazo, ella tampoco lo había visto después de su regreso.―Me alegro tanto, jefe, que esté bien, nos dio mucho susto.―Y yo me alegro de que tú estés bien, ¿has sabido de los demás chicos?―Todos se salvaron, aunque Ignacio está hospitalizado todavía, con una pierna rota, están evitando amputársela.―No me habían dicho eso, lo visitaré. La verdad, es que pocas noticias me han dejado ver, no puedo trabajar y casi no puedo salir, según dicen estoy con estrés postraumático. ―Neg
Un nuevo beso que se alargó hasta que él la soltó de golpe y se levantó.―Lo siento, si sigo…Ella se levantó y le tomó una mano.―Yo también quiero estar contigo.―Pero a ti no se te nota ―respondió algo divertido mirando su pantalón.―Es cierto ―admitió ella con una sonrisa.―Vamos al comedor, la mesa ya estaba puesta, así que poco es lo que tenían que hacer.Ulises se acercó a Maritza y acunó su rostro entre sus manos.―Te amo, mi condesa, te amo y estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario para estar contigo. Así sea un día o mil ―le dijo antes de darle un dulce beso.Ricardo resopló molesto, furioso en realidad. Hacía un par de días se había despertado de un coma en el que cayó tras sufrir una septicemia por la herida de la pi
―Puede ser ―respondió el escolta con tranquilidad―, ella me dijo que disfrutara de la fiesta, había estado tratando todo el crucero que yo también me divirtiera, incluso, esa noche, quería que me sentara con ella a la mesa, lo cual no era apropiado, por cierto, creo que se sentía incómoda al verme trabajando. Tal vez le dijo que ella me dio “libre”, ¿no es así? De otro modo, no sé qué podría haberles dicho.―Efectivamente, pero veo que usted no lo toma así.―Mi trabajo es 24/7, con mis descansos, obvio, pero no tengo horario, por lo que dejarla esa noche a su merced no fue profesional de mi parte y me arrepiento por ello.―¿Y qué hay de la relación entre el señor Ulises Areleus y la señora Zegers?―¿Relación? Que yo sepa ellos no tienen más relación que la de haber quedado solos en una
Una enfermera entró a la sala.―¿Cómo está, más tranquila? ―preguntó.―Sí, no recuerda nada, pero está calmada.―¿Sabes quién eres y por qué estás aquí? ―interrogó a la enferma como si fuera una niña que no entiende.―Sí, sé quién soy, pero no por qué estoy aquí, ¿qué pasó?―Se tomó una serie de pastillas que podrían haberla matado, ahora debe quedarse aquí hasta que se recupere ―le informó la enfermera.―No recuerdo nada, debí perder la razón.―Sí, estaba muy descompensada, es lógico, de todas maneras, luego de las experiencias vividas.―¿Cuándo podré irme?―Ya le dije que debe recuperarse, va a venir un siquiatra a verla, él decidirá si puede quedarse aqu&ia
Un par de días después, Maritza fue dada de alta. En el departamento de Nelson, la esperaba Ulises, quien la apretó en un abrazo y luego la besó con profundidad, no le importó que estuviera su mamá, ni su hermano, ni la familia de ella.―Te extrañé tanto, condesa, tanto ―le dijo, emocionado, cuando la soltó―. Quería ir a verte, pero no me lo permitían, el lugar era de alta seguridad, no cualquiera entraba, querían estar seguros de que no había peligro para ti, al fin y al cabo, esa explosión fue para asesinarte a ti y el tipo que lo hizo seguía prófugo.―Sí, a lo que llegan algunas personas por ambición, pero bueno, nada que hacer, aquí estoy, vivita y coleando, como dicen en mi país.―Con que estés viva me conformo, mi bella condesa.La volvió a besar.―Tengo que saludar a
Bruno se acercó a su excompañero que entraba al aeropuerto en ese momento.―Ahora ya no sé ni cómo te llamas ―le dijo en tono de broma.―Sabes que en esta profesión no tenemos nombre.―Tú dejarás esto, sobre todo ahora que serás padre.―Sí. ¿Tú qué harás?―También me saldré. Me aburrí de ser el perro guardián de tipos sin moral. Me ha costado mucho darme cuenta de que esta no es la vida que quiero. Murió mucha gente por mi culpa y lo lamento tanto.―Te diste cuenta y cambiaste tu camino, eso es lo importante.―Sí, aunque tengo que hacer un último trabajo.―¿Cuál?―El curita, él fue quien hizo explotar el barco, yo le dije que aprovecháramos la llegada de la familia de los Russo para sacar a Zegers, que la señora Maritza habría e